martes, 31 de diciembre de 2019

Sueños sin acciones es como tener la semilla de un árbol muy frondoso ¡en un cajón!



No hay cristiano que viniendo a salvación al haber respondido el llamamiento del Padre en el presente siglo no tenga en su mente y en su corazón las promesas que al respecto se nos han hecho, promesas que despiertan en cada uno de los redimidos sentimientos de esperanza, de gozo, con todo y todo si no hay acciones que nos lleven a andar por el Camino dichas promesas permanecen sólo como palabras, bonitas, sí, pero sólo palabras al fin.

La salvación viene por aceptar el sacrificio redentor de Cristo, esto es innegable y es la base fundamental de la fe cristiana, pero de igual forma la Escritura contiene para los llamados a salvación el exhorto a poner por obra esa fe que se dice tener, ¿para qué? para la propia edificación, para la edificación de Cuerpo de Cristo y como testimonio ante las naciones al ser ante ellas sal de la tierra y luz del mundo.

Dios nos escogió “antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él”, esto implica en poner por obra Su voluntad, voluntad expresada en Su Ley, “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”, es por ello que debemos trabajar en la propia edificación, “Porque somos hechura [de Dios], creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”.

Pero el trabajo cristiano no es egoísta, de provecho particular, sino que la edificación particular, cuando es conforme a la voluntad del Padre, trae impacto positivo en el Cuerpo de Cristo, la iglesia de Dios, “pues así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función” de igual forma en la Congregación ya que “conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, [se] produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor”.

De igual forma, el poner por obra la fe que uno dice tener, aparte de la edificación personal de cada uno y grupal de la Congregación, deviene en testimonio ante las naciones siendo ante ellas sal de la tierra y luz del mundo.

Dado lo relevante que es en el llamado el poner por obra nuestra fe, Jacobo, el hermano de Jesús, exhorta en su carta diciendo “sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.  Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural.  Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.  Más el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”.

Estamos llamados a poner por obra nuestra fe, a dar fruto —y frutos en abundancia— poniendo a trabajar nuestros talentos recordando las palabras de Cristo “porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”, después de todo sueños sin acciones es como tener la semilla de un árbol muy frondoso ¡en un cajón!


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
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Referencias:
Efesios 1:4; Romanos 2:13; Juan 13:17; Romanos 12:4; Efesios 2:10; Colosenses 3:10; Efesios 4:16; Isaías 43:10; Mateo 5:13-16; Santiago 1:22-25; Mateo 25:14-30

martes, 24 de diciembre de 2019

La constancia del aire erosiona hasta la roca, la constancia en tus acciones vencerá cualquier obstáculo



Contrariamente a lo que pudiera creerse, la corona reservada para quienes con Cristo vayan a reinar, no es dada a aquellos que habiendo respondido al llamado del Padre han sido elegidos sino que lleva la condicionante de que estos hayan permanecido fieles hasta el final.

Lo anterior es importante tenerlo en cuenta ya que el pensar que dado que lo que es imposible para nosotros es posible para Dios puede llevar como consecuencia cierta desidia en nuestra vida espiritual, después de todo ¿para qué esforzarnos si no depende de nosotros el vencer sino que esto es gracias al Espíritu de Dios que mora en nosotros?

Si bien lo anterior es cierto, también lo es que un requisito para que el Espíritu de Dios permanezca en nosotros es que no lo contristemos, ¿o acaso será congruente, será lógico pensar que si pecamos voluntaria, conscientemente, estaremos en gracia ante el Padre?, “¿Qué, pues, diremos? [—escribió Pablo—]  ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”.

Claro que una cosa es que, dada nuestra actual fragilidad, tropecemos en nuestro andar, caigamos, pequemos, pero a cada caída debe seguir arrepentimiento ya que “si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, y ese arrepentimiento llevarnos a mejorar nuestro andar, pues como escribía Pablo, podemos estar “derribados, pero no destruidos”.

Esto es muy distinto a la actitud de desidia comentada al principio donde nos da igual vivir en caídos, abatidos, en pecado pues, sin esfuerzo alguno por avanzar en el Camino, “porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero,  y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”.

“Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas” —decía Cristo a los de su tiempo y en la figura de ellos a todos los cristianos de todos los tiempos, incluyéndonos—, siendo que esa paciencia es el aguante que de nosotros se requiere para que, en tanto el Espíritu de Dios obra en nosotros, aguardemos y alcancemos el día de nuestra liberación donde plenamente como hijos del Padre le sirvamos en perfección y santidad, después de todo la constancia del aire erosiona hasta la roca, la constancia en tus acciones vencerá cualquier obstáculo.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Revelación 17:14; Efesios 4:30; 5:18; Proverbios 24:16; 1 Juan 2:1; 2 Corintios 4:8-9; Hebreos 6:4-6; 10:29; 1 Juan 3:2; 1 Corintios 13:12; 2 Corintios 3:18


martes, 17 de diciembre de 2019

Llegar a tus metas te hace exitoso, pero además ayudar que otros lleguen a las suyas te hace trascendente



En la vida cristiana, aunque la salvación es personal, esto no implica un egoísmo centrado en el propio andar, en la propia justificación y santificación, sino que aunada a esa salvación personal está la responsabilidad que como parte del Cuerpo de Cristo se comparte.

Pablo, en su primer carta a los de Tesalónica, los insta a animarse unos a otros, a edificarse unos a otros, y sobre esto mismo escribiendo a los Hebreos hace un mayor énfasis al señalar “Antes exhortaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy; no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado”.

A diferencia de lo anterior, el espíritu del engaño puede hacer pensar al creyente que no tiene responsabilidad para con su hermano, algo así como cuando Caín le respondía a Dios que él no era guardián de su hermano, pero de igual forma ese espíritu puede llevar a una actitud puntillosa respecto del hermano que coloque a quien piensa así en juez, corrector y guía del otro, ¿entonces?

La Escritura señala en boca de Dios, que “cuando oigas la palabra de mi boca, adviérteles de mi parte. Cuando yo diga al impío: ``Ciertamente morirás, si no le adviertes, si no hablas para advertir al impío de su mal camino a fin de que viva, ese impío morirá por su iniquidad, pero yo demandaré su sangre de tu mano. Pero si tú has advertido al impío, y éste no se aparta de su impiedad ni de su camino impío, morirá él por su iniquidad, pero tú habrás librado tu vida. Y cuando un justo se desvíe de su justicia y cometa iniquidad, yo pondré un obstáculo delante de él, y morirá; porque tú no le advertiste, él morirá por su pecado, y las obras de justicia que había hecho no serán recordadas, pero yo demandaré su sangre de tu mano. Sin embargo, si tú has advertido al justo para que el justo no peque, y él no peca, ciertamente vivirá porque aceptó la advertencia, y tú habrás librado tu vida”.

Las palabras de aliento, de exhorto, deben formar parte de las conversaciones entre los hijos de Dios, de igual forma la instrucción y corrección fraterna, pero el límite está dado por el libre albedrío del otro: si escucha se habrá salvado, si no, se habrá perdido, pero en ambos casos quien con un sentido fraternal le tendió la mano habrá hecho lo que le corresponde.

El trabajo del cristiano mientras avanza en el Camino, consiste en no conformarse a este siglo sino más bien a transformarse por la renovación del alma  para así experimentar cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, con todo y todo tiene una responsabilidad para con el hermano de ayudarle, en la medida de lo posible, a alcanzar también las promesas dadas por el Padre, después de todo llegar a tus metas te hace exitoso, pero además ayudar que otros lleguen a las suyas te hace trascendente.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
1 Tesalonicenses 5:11; Efesios 4:29; Hebreos 3:13; 10:24; Génesis 4:9; Ezequiel 3:16-21; Jeremías 1:17; Romanos 12:2; Efesios 4:23; Colosenses 3:10

martes, 10 de diciembre de 2019

El nadador no se pregunta cuánto le falta para la orilla, se concentra en nadar y cuando menos lo piensa ha llegado a su meta



Un hecho de la vida humana es que cuando se tarda algo en conseguirse, esa misma tardanza puede hacer mella en el buen ánimo de aquel que procura alcanzar alguna meta u objetivo. Esto no es diferente de la vida espiritual.

Desde el mismo inicio de la predicación del Evangelio hubo gentes que viendo que Cristo no regresaba, comenzaron a dudar el mensaje, sobre estos Pedro en su primer carta señala “en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación”, más sin embargo a continuación Pedro aclara esta situación al decir que “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento“.

Entonces, ¿cuál debe ser la actitud del cristiano? Pablo escribiendo a los Filipenses aclara esto y no sólo como un discurso, inspiracional, sí, pero discurso al fin, sino como algo que él mismo había experimentado cuando dice que “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.  Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

Con todo y todo Pablo reconoce lo comentado al principio, es decir, que nuestra condición carnal actual, ante el advenimiento de Cristo que no se produce, puede  hacer mella en nuestro ánimo, es por ello que escribiendo a los de Galacia los exhorta diciendo “no nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos”.

Si uno está pendiente de aquello que aún no logra, de aquello que aún no consigue, es más factible que el desánimo lo abrume pues no puede con certeza saber cuándo se conseguirá lo deseado; si esto es verdad en la vida carnal más lo es en la vida espiritual, por lo que todos los consejos que nos da la Escritura giran a permanecer firmes, velar, orar, seguir en el Camino, esforzándonos, con la mirada puesta en las promesas, no en lo que falta para conseguirlas, por ello Pablo en su primer carta a los de Corinto los insta diciendo “¿No saben que los que corren en el estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corran de tal modo que ganen”.

Si así hacemos, que alegría en aquel entonces, cuando habiendo permanecido fieles,  oigamos de nuestro Señor Jesucristo las palabras “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!”, después de todo el nadador no se pregunta cuánto le falta para la orilla, se concentra en nadar y cuando menos lo piensa ha llegado a su meta.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
2 Pedro 3:3-4, 9; Jeremías 17:15; Mateo 16:27; Job 34:11; Salmos 62:12; Filipenses 3:12-14; Gálatas 6:9; 1 Corintios 9:24; 1 Corintios 9:23; Mateo 25:21; Lucas 16:10

martes, 3 de diciembre de 2019

Dice un dicho que si una puerta se cierra, se abre una ventana... y yo agregaría: y si no ¡hay que abrirla!



El cristiano tiene muy claro que es peregrino en este mundo y que su verdadera ciudadanía está en el reino venidero, con todo y todo esto no da pauta a la desidia sino más bien a aprovechar el tiempo.

“Todo lo que tu mano halle para hacer [-dice Eclesiastés-], haz lo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adónde vas”, es por ello que es ahorita, mientras se puede, que uno debe trabajar con esmero y diligencia.

Este aprovechar el tiempo puede referirse lo mismo a las cuestiones materiales que, y con mayor peso, a las cuestiones espirituales. La primera a efecto de que nuestro trabajo y diligencia nos provea con ayuda de Dios, de lo que se ocupa para vivir; lo segundo para trabajar, con la ayuda del Espíritu Santo, en la propia edificación.

Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Roma les exhorta a trabajar en ello “conociendo el tiempo, que ya es hora de despertaros del sueño; porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando creímos”. De igual forma escribiendo a los de Colosas los insta a andar “sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo”.

Andar sabiamente hace énfasis en conocer lo que es bueno, agradable, perfecto y santo para Dios, de otra forma, es decir, si se hiciera lo contrario ¿podría decirse que se está actuando sabiamente? Claro que no, hacer así sería actuar necia, imprudentemente.

Es así como para aprovechar el tiempo, el cristiano debe ir renovando su entendimiento “para que [-como escribía Pablo a los de Roma-] verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto”, pero ahí no termina todo sino que al entendimiento debe agregarse la acción para tener, como Pablo escribía a los Hebreos “los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal”.

Ahora bien, a pesar de lo anterior habrá ocasiones en que las circunstancias se sobreponen a uno. En esto hay que confiar en Dios pues si estamos en Sus manos todas las cosas ayudaran para bien, sea lo veamos así en este momento o no, por eso, como sugiere Santiago, en todo y por todo hay que decir “si Dios lo quiere”

Aun así uno debe tratar en todo momento de avanzar en el Camino pues no son los pretextos los que nos permiten andar sino el ejercicio de la voluntad, después de todo dice un dicho que si una puerta se cierra, se abre una ventana... y yo agregaría: y si no ¡hay que abrirla!


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
1 Crónicas 29:15; 1 Pedro 2:11; Hebreos 11:16; Filipenses 3:20; Efesios 5:16; Eclesiastés 9:10; Romanos 13:11; Colosenses 4:5; Romanos 12:2;      Hebreos 5:14; Romanos 8:28; Santiago 4:15

miércoles, 27 de noviembre de 2019

A veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo



El cristiano comprende que la finalidad última de su llamado no estriba en mejorar un mundo que pasa sino en desarrollar, con ayuda del Santo Espíritu de nuestro Dios que mora en cada uno, el carácter perfecto y santo del Padre, con todo y todo, como consecuencia de esto, sabe que su comportamiento sí mejora en cierta forma al mundo cuando él se transforma en sal de la tierra y luz para las naciones.

En ese sentido su enfoque no está dado como objetivo último en la mejora del mundo sino en alcanzar las promesas del Padre, aun así parte preponderante del llamado tiene que ver más bien con cuidarse de este mundo porque, como dice la Escritura, “todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”.

Así, aunque el cristiano sabe que a lo mejor no podrá hacer mucho por este mundo que pasa —más allá del impacto que su comportamiento como hijo de Dios traiga como consecuencia— debe cuidarse que el mundo no se le sobreponga y termine desviándolo del Camino al que fue llamado.

Pablo escribiendo a los Romanos, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos, los insta diciendo “vestíos del Señor Jesucristo, y no penséis en proveer para las lujurias de la carne”; sobre esto mismo también Pedro, en su primer carta,  exhorta diciendo “os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma”.

Así la Escritura presenta un termómetro que puede servir para medir nuestra vida espiritual: ¿qué tanto nuestro comportamiento como hijos de Dios se diferencia de aquel del mundo?, ¿qué tanto de nuestro comportamiento como hijos de Dios se asemeja a aquel del mundo? Cristo no era de este mundo y si nosotros, por medio del bautismo hemos sido revestidos de Cristo, de igual forma no podemos pretender ser de este mundo, como dice la Escritura vístanse “del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad”.

Se menciona la imagen del termómetro ya que si comenzamos a enfriarnos espiritualmente asemejándonos al mundo y no siendo para nada diferentes de él, terminaremos siendo tibios y con ello corriendo el riesgo de ser rechazados.

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”, señala Juan en su primer carta, y es esto lo que  constantemente debe estar presente en la vida del cristiano ya que, como señala Jacobo, el hermano de Jesús, “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”, después de todo a veces no es tanto lo que puedas hacer en el mundo, sino lo que permitas que el mundo haga contigo.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
1 Juan 2:17; 1 Corintios 7:31; Mateo 5:13-16, Marcos 9:50; Juan 8:23; Gálatas 3:27; 1 Juan 2:16; Efesios 2:3; 1 Tesalonicenses 5:6; Romanos 13:14; Efesios 4:24; Gálatas 5:16; 1 Pedro 2:11; Revelación 3:16; 1 Juan 2:15; Santiago 4:4

miércoles, 20 de noviembre de 2019

El carácter de una persona está dado por el equilibrio entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace



El andar por el Camino contiene una parte cognitiva y otra aplicativa, es decir, necesario es creer, sí, pero de igual forma es importante el hacer.  Esta indicación  es patente a lo largo de la Escritura, “si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra” señala la importancia de oír la instrucción, sí, pero también de ponerla por obra “porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”.

Las más fuertes admoniciones de Jesús en su tiempo fueron precisamente para los líderes religiosos que decían una cosa y hacían otra: hipócritas, raza de víboras, sepulcros blanqueados, eran algunos de los adjetivos que, en referencia a esa incongruencia entre el decir y el hacer, se hacían acreedores quienes así actuaban.

Sobre esto, Pablo escribiendo a los Romanos les dice de manera muy clara “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas?  Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio?  Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios?”. ¿Qué pudiera Pablo decirnos a nosotros, a cada uno, en nuestros días?

Las palabras de Cristo al respecto no pueden ser más contundentes, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?  Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”. Curiosamente la palabra griega para hacedores de maldad en la cita anterior es ἀνομίαν, anomian, que literalmente significa sin ley, así que el referente que sobre nuestra conducta espera el Padre está más que claro: cumplir sus mandamientos y no sólo en la letra sino también en el espíritu.

Es cierto que en el presente siglo podemos engañar a los demás pero a Dios no lo podemos engañar y eso que sembremos eso también segaremos, de igual forma hay que saber, entender y comprender que llegará el momento en que todo sea conocido, incluso lo que hemos hecho a escondidas, por que “no hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de salir a luz”.

Oír la instrucción es el primer paso para comenzar a edificar, pero la edificación en sí requiere de actividad, de esfuerzo, de poner por obra lo que uno va entendiendo, “por tanto [—como dijo Cristo—], cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca”, pero por el contrario “aquel siervo que [sabiendo] la voluntad de su señor, y que no se preparó ni obró conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes”, ya que “el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace”, después de todo el carácter de una persona está dado por el equilibrio entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Éxodo 19:5; Romanos 2:13; Juan 13:17; Mateo 23:1-36; Romanos 2:21-23; Mateo 7:21-23; Lucas 13:25-27; Gálatas 6:7; Mateo 7:24; Lucas 12:47; Santiago 1:25

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar




Cuando uno responde al llamamiento de Padre y viene a salvación, el primer requisito para ello es el arrepentimiento. Arrepentirse no quiere decir sentir dolor emocional por algo hecho lo cual, si bien puede acompañar al arrepentimiento no necesariamente implica un cambio de pensamiento, de actitud, arrepentimiento más bien implica darse cuenta que uno ha estado mal y corregir el rumbo, de hecho las palabras griegas del Nuevo Testamento que apuntan a esto, Epistrephó o Metanoeó tienen este sentido.

Si bien la sangre derramada de Jesús es la que nos salva, es el bautismo el símbolo exterior de nuestra decisión de renunciar a la vida pasada y seguir a Cristo. Con todo y todo la realidad es que en muchas ocasiones la vida pasada sigue pesando, sobre todo cuando se recuerdan los errores, los tropiezos, las cobardías, vamos: los pecados que se cometieron antes de venir a la verdad.

Este pensamiento, si bien humanamente es comprensible, debe incorporar el pensar de Dios quien al arrepentirse uno y aceptar el sacrificio redentor de Cristo, borra por el bautismo los pecados cometidos.

Aun así ese no es el principal reto del cristiano al venir a salvación sino que los tropiezos, las debilidades, las torpezas, las cobardías, vamos: los pecados que se cometan después de bautizarse, son los que realmente hacen más mella en el ánimo de uno, pero incluso en ese caso, la debida conciencia debe entender la fragilidad actual de la carne y venir en arrepentimiento al Padre sabiendo que abogado tenemos ante Él, Cristo Jesús.

El saber manejar las situaciones anteriores, desde la perspectiva escritural, permitirá al creyente avanzar en el Camino ya que si pendiente está de los pecados cometidos antes de venir a salvación e incluso de aquellos cometidos después de bautizarse, su ánimo demeritará y el Enemigo acechando estará para buscar su perdición.

El rememorar pecados pasados o presentes es como cargar con ellos a nuestra espalda siendo que solamente por este hecho podemos cansarnos o peor aún: desanimarnos y dejar la carrera por la corona incorruptible para la que hemos sido llamados, en todo caso si hemos de cargar algo, esto deben ser las promesas que del Padre hemos recibido, sabiendo que Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta, estando convencidos precisamente de que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús, después de todo al igual que cuando vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras que te detengan o luces que te hagan volar.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Hechos 2:37, 38; 26:18; Hebreos 9:14; 1 Pedro 3:21; Miqueas 7:19; Isaías 43:25; 1 Juan 2:1; Génesis 4:7; 1 Corintios 9:24-27; Números 23:19; Filipenses 1:6; Salmos 138:8

miércoles, 6 de noviembre de 2019

La fuerza que te hace levantar de cada caída, es la misma que logra hacer de nuestro mundo un lugar mejor



Uno de los más grandes conflictos que experimenta quien respondiendo al llamado del Padre viene a salvación, son los tropiezos, las caídas, los pecados que se sigue cometiendo después de ello, después de todo la Escritura señala que “ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”, ¿cómo puede conciliarse lo primero con lo segundo?

En primer lugar la Escritura no señala que quienes vengan a salvación ya jamás tropezarán, caerán o pecarán, pero lo que sí dice es que los elegidos no se dan por vencidos sino que siguen en la lucha, “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”.

En segundo lugar aún no hemos llegado a ser lo que el Padre pensó para cada uno de nosotros desde la eternidad, “ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.

En tercer lugar, si bien nuestras debilidades, cobardías y torpezas pueden hacernos caer, tropezar, tenemos Quien interceda por nosotros cuando venimos a arrepentimiento, “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.

Y en cuarto lugar, no es tanto que no tropecemos, que no caigamos, sino más bien que, a diferencia del mundo, no nos conformemos con ello, es más, que eso nos haga sentir mal, incómodos, sucios, lo cual implica que estamos en proceso de dejar de ser lo que somos para llegar a ser lo que seremos, “porque sabemos que la ley es espiritual; más yo soy carnal, vendido al pecado.  Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.  Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.  De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.  Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.  Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.  Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.  Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.  Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;  pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.  ¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?  Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado”.

Entonces ¿cómo entender la cita inicial donde la Escritura señala que “ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”? Recordemos que hay tres nacimientos: el de la sangre (cuando nacemos físicamente), el del agua (cuando bautizados venimos a salvación), y el del Espíritu (cuando resucitados seamos transformados), no es sino hasta este último nacimiento cuando habremos nacido completa y totalmente como hijos de Dios siendo que será en ese momento cuando el pecado ya no tenga potestad sobre nosotros, así que no olvides que la fuerza que te hace levantar de cada caída, es la misma que logra hacer de nuestro mundo un lugar mejor.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
1 Juan 3:9; 5:1,4,18; 1 Pedro 1:23; Proverbios 24:16; Job 5:19; 2 Corintios 4:9; 1 Juan 3:2; Job 19:26; Salmos 17:15; 1 Juan 2:1; Romanos 7:14-25; Juan 3:3; Romanos 6:6

miércoles, 30 de octubre de 2019

La lluvia hasta en el desierto cae... ¡y lo hace florecer! Síguelo intentando



La vida cristiana no es fácil, si así lo fuera no se requeriría de la ayuda del Espíritu Santo para avanzar en el Camino, pero dada que la naturaleza humana es contraria a la naturaleza de Dios hay cosas relacionadas con el llamamiento que nos son complicadas de entender y mucho más de hacer, una de estas cosas es la manera en que debemos tratar al prójimo.

La naturaleza humana, codiciosa y egoísta, ve como incomprensibles las palabras de Jesús cuando señalaba la vigencia del amar al prójimo como a uno mismo, aclarando que esto no aplica sólo a aquellos que nos aman ya que si así fuese ¿qué mérito tendríamos? “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen;  bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.  Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues.  A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva”.

Dado que lo anterior es complicado, la naturaleza humana tiende a rebelarse, es por ello que Pablo exhorta a los de Galacia diciéndoles, y en su figura a nosotros, “no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos”. El cansarse de hacer el bien es natural, natural respecto de lo humano, pero Dios, “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”, desea que desarrollemos Su carácter  por lo que nos infunde luz y fortaleza para llegar a ello, “los que esperan en el SEÑOR renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”.

“Por tanto, mis amados hermanos [-escribe Pablo a los de Corinto-], estad firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”, más sin embargo una cosa es que no sea en vano y otra que los frutos esperados vayan a ser abundantes ya que “el que siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente, abundantemente también segará”.

Si bien las citas anteriores plantean el ideal de vida del cristiano, es necesario reconocer que aún nos encontramos lejos de ello y por eso mismo estirarnos, como Pablo, para alcanzar las promesas, “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.  Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”

Como escribía Santiago, “por tanto, hermanos, sed pacientes hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía”, después de todo la lluvia hasta en el desierto cae... ¡y lo hace florecer! Síguelo intentando.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
Romanos 8:5; Mateo 22:39; Lucas 6:32; Lucas 6:27-30; Gálatas 6:9; Mateo 5:45; Isaías 40:31; 1 Corintios 15:58; 2 Corintios 9:6; Filipenses 3:12-14; Santiago 5:7

miércoles, 23 de octubre de 2019

Curiosamente los más grandes sueños no surgen cuando estamos dormidos



Tanto en la vida secular como en la vida espiritual, una cosa es dormir y otra soñar, la primera se refiere a ese letargo que nos embarga y que conlleva al cese de las actividades para entregarse al descanso, la segunda se refiere lo mismo a la actividad onírica propia del dormir que a las ideaciones que en nuestra mente se forjan y que nos impelen a alcanzar nuestros sueños. Para el cristiano la primera opción es la riesgosa, el dormir sobre todo espiritualmente hablando.

Sobre esto Pablo escribiendo a los de Roma los exhorta a que “[…] conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos.  La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz.  Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia,  sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.

El énfasis de Pablo en la cita anterior permite identificar ese soñar como aquel aletargamiento espiritual comentado al inicio que conlleva al creyente a descuidar la salvación a la que ha sido llamado. De hecho la cita equipara ese soñar, estar dormido espiritualmente hablando, con las obras de tinieblas y todavía, para mayor aclaración, a manera enunciativa más no limitativa, menciona alguna de esas obras: glotonerías, borracheras, lujurias, lascivias, contiendas y envidia, en otras palabras los deseos de la carne.

Sobre esto mismo Pedro en su primer carta exhorta diciendo “Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías”. Aquí tenemos más obras de aquellos que espiritualmente están dormidos, por eso Pablo escribiendo a los de Éfeso les dice “Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor”.

Es interesante, sobre esta última cita, que Pablo hace referencia al profeta Isaías quien escribió “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti”, más sin embargo modifica la cita para que refleje el mensaje que el Espíritu busca transmitir aclarando que esa luz a la que se refería Isaías es el Cristo y que el venir a ella nos traslada del reino de la muerte al reino de la vida.

Está bien soñar, espiritualmente hablando, esto referido a las ideaciones que las promesas divinas levantan en nuestro interior y que nos mueven a avanzar en el Camino, lo que no está bien es dormirse desaprovechando la oportunidad que en este siglo se nos da de alcanzar dichas promesas, es por ello que Cristo a sus seguidores les dijo “velad, porque no sabéis cuándo viene el señor de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer no sea que venga de repente y os halle dormidos”, esto ya que curiosamente los más grandes sueños no surgen cuando estamos dormidos.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor



Referencias:
Romanos 13:11-14; 1 Pedro 4:3; Efesios 4:17; Marcos 13:35-36; Mateo 24:42-43; Lucas 12:39-40; Revelación 3:2; Efesios 5:13-17; Juan 3:20; Proverbios 2:13; Efesios 5:11;  Isaías 60:1

martes, 15 de octubre de 2019

A veces hay que seguir caminando, incluso aunque se haya hecho de noche



La vida cristiana gira en torno a Jesús, nuestro Salvador y Redentor. Él es la luz del mundo y quien  le sigue no anda en tinieblas, con todo y todo Él dijo a Sus discípulos, y a nosotros en su persona, que esa luz se iría de este mundo, volviendo las tinieblas sobre el mismo,  más sin embargo su presencia permanecería en Sus seguidores.

Ahora bien, ¿qué encargo dejó Jesús a Sus seguidores?, “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura”. El acatar esta comisión logra que Sus seguidores, los que tienen el Espíritu de Cristo en su corazón, sean luz del mundo.

Este cumplimiento de la comisión dada por Cristo está condicionado: “Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz”. Es así como tenemos que tener la luz, creer en la luz, ser hijos –es decir demostrar- de la luz, pero si nuestro ojo está malo –como dijo Cristo-, todo nuestro cuerpo estará lleno de oscuridad. Así que, si la luz que hay en nosotros es oscuridad, ¡cuán grande será la oscuridad!

 ¿Y cómo puede nuestro ser  tener en su interior tinieblas? “Si decimos que no tenemos pecado –como señala Juan en su primer carta-, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”, Proverbios de igual forma declara “el camino de los impíos es como las tinieblas, no saben en qué tropiezan”, y de nuevo Juan en su primer carta declara “El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay causa de tropiezo en él. Pero el que aborrece a su hermano, está en tinieblas y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”.

Así tenemos esa triple encomienda si queremos que la luz que hemos recibido brille en nosotros: reconocer nuestra naturaleza arrepintiéndonos y volviéndonos de nuestros caminos, limpiar nuestra conciencia y edificar nuestro entendimiento con la doctrina de la iglesia, y demostrar en el trato con los demás –principalmente con los de la fe, pero también con el mundo- esa fe que decimos profesar.

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? –escribía Pablo a los de Corinto-. No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones,  ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.

Es más que evidente que alguien que aún es injusto, fornicario, idólatra, adúltero, afeminado, ladrón, avaro,  borracho, maldiciente, estafador y demás, no se ha arrepentido de sus caminos ni se ha vuelto de ellos, no ha limpiado su conciencia ni edificado su entendimiento con la doctrina de la iglesia, ni demuestra en su trato con los demás esa fe que dice profesar, siendo que en este caso las tinieblas que hay en su interior son densas y ha dejado de ser luz del mundo para volverse parte de la oscuridad.

Los cristianos tenemos la luz de Cristo en nuestro interior, esa luz es la que nos guía a pesar de las tinieblas que nos rodean, pero en nuestro andar debemos ser, como Cristo nos dijo, luz del mundo, después de todo a veces hay que seguir caminando, incluso aunque se haya hecho de noche.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
Juan 8:12; 12:35; 14:19; 3:19; Mateo 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:47-48; Mateo 5:14-16; Juan 12:36; Mateo 6:23; 1 Juan 1:8;     Proverbios 4:19; 1 Juan 2:10-11; 1 Corintios 6:9-10