martes, 23 de abril de 2024

Un error nos permite aprender en humildad y así ser doblemente mejor que antes de cometerlo

 


A nadie le gusta equivocarse, mucho menos a los elegidos cuyos errores son claramente tipificados como pecado. No se trata de una equivocación banal sino de mayor trascendencia, se ha errado en el camino, se ha tropezado, se ha caído, se ha pecado, ¿cómo sobreponerse a eso?

 

De inicio vamos hablando de la restauración. Juan en su primera carta señala “Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. El mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”.

 

El hecho de que Juan comience este exhorto con ese “hijitos míos” es una señal que se dirige a la iglesia de Dios, luego entonces los elegidos pueden –como probabilidad no como permiso- pecar. Pero Juan señala que es lo que procede en dichos casos: reconocer la falta, arrepentirnos ante Dios, pedir su perdón, y, levantándonos, continuar nuestro andar por el Camino a las promesas que se nos han dado.

 

Pablo resume lo anterior al señalar “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

Pero bueno, después de lo señalado. ¿Hay algo que Dios pueda sacar de bueno de nuestra caída?, si, incluso de nuestras caídas Dios puede sacar algo bueno para nosotros si se lo permitimos, ¿qué es eso?, humildad.

 

“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

 

Quien nunca cae solo puede orar como el fariseo: Gracias por eso o por lo otro que me hacen diferente y mejor que los demás; pero el que tropieza, el que cae, el que peca, sintiendo el dolor de su propia fragilidad, no puede menos que reconocerse pecador y, humillándose ante Dios, pedir su misericordia, y, si permite a Dios trabajar en él, llegar a condolerse de la fragilidad de los demás.

 

“Por eso, el reino de los cielos puede compararse a cierto rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la deuda. Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: «Ten paciencia conmigo y todo te lo pagaré». Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda. Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: «Paga lo que debes». Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo y te pagaré». Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo lo que había sucedido. Entonces, llamándolo su señor, le dijo*: «Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. ¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?». Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano”.

 

Quien nunca hubiese experimentado la misericordia de Dios para perdonar sus faltas, sus múltiples faltas, no puede condolerse de la fragilidad de los demás, pero igual, incluso habiendo sido perdonado, si no permite al Espíritu trabajar en uno, puede no llegar a ser misericordioso, con los otros, así que ya lo sabes, un error nos permite aprender en humildad y así ser doblemente mejor que antes de cometerlo.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

1 Juan 2:1-2; Filipenses 3:13-16; Lucas 18:9-14


martes, 16 de abril de 2024

La vida es un viaje... ¿prefieres conducir o ser solo un pasajero?

 


La vida eterna es algo por igual que se da a todo que acepta a nuestro Señor como su salvador, esto es representado por aquel Señor que mandando trabajadores a su finca a diferentes horas del día al final les dio a todos lo mismo; más sin embargo la gloria de cada quien será diferente.

 

Sobre esto Pablo, escribiendo a los de Corinto, en su primera carta les dice “asimismo, hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero el esplendor de los cuerpos celestes es uno y el de los cuerpos terrestres es otro. Uno es el esplendor del sol, otro el de la luna y otro el de las estrellas. Cada estrella tiene su propio brillo. Así sucederá también con la resurrección de los muertos”.

 

Sin duda alguna que es cómodo, muy cómodo, una vez venido a salvación, ya no esforzarse por crecer en el conocimiento de Dios y su Hijo y solo cumplir con lo que hay que cumplir, no hay problema, la salvación no depende de eso, pero la gloria de cada uno sí.

 

Crecer en el conocimiento de Dios y su Hijo implica estudiar, orar, meditar, pedir esa sabiduría que hace falta a Dios para avanzar en el Camino a las promesas que se nos han dado.

 

Solo que hay una cosa que tener en cuenta: Conforme más crece uno en el conocimiento de Dios y su Hijo más se nos exigirá: “A todo el que se le ha dado mucho se le exigirá mucho; y al que se le ha confiado mucho se le pedirá aún más”.

 

Pablo es claro en esto escribiendo a los de Roma cuando les dice “Porque Dios pagará a cada uno según lo que merezcan sus obras”, no en cuanto a la salvación, la cual es de gracia, sino en cuanto a la gloria por el saber y el hacer conseguido.

 

Pero incluso esto último no será en los elegidos nunca motivo de vanagloria. Fijémonos en los veinticuatro ancianos de Revelación, los cuales simbolizan a los dos pueblos de los cuales Jesús hizo uno pues el doce es símbolo de gobierno –doce príncipes de Israel, doce apóstoles de la iglesia-, ¿qué hacen ellos?, quienes, por cierto, han sido coronados de gloria: “Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creada”.

 

Estamos llamados a salvación, sí, pero también a crecer en el conocimiento de Dios y su Hijo poniendo por obra esa fe que se dice profesar para, así, en su momento, recibir cada quien la gloria debida, después de todo la vida es un viaje... ¿prefieres conducir o ser solo un pasajero?

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 20:1-25; 1 Corintios 15:40-44; Colosenses 1:10-12; 2 Pedro 3:18; Santiago 1:5; Lucas 12:48; Romanos 2:6-7; Revelación 4:10-11


martes, 9 de abril de 2024

Hacer posible lo imposible, no estás llamado para otra cosa

 


Los elegidos estamos llamados para proclamar el Reino de Dios, pero para identificarnos como tales hay señales que nos acompañan: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”.

 

Sobre esto, echar fuera demonios es rescatar a las gentes del poder del maligno; hablar nuevas lenguas es predicar verdades que nunca antes habían sido reveladas; tomarán en las manos serpientes quiere decir manejar aquello que es dañino sin que nos afecte, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño, quiere decir que la información que a muchos pierde los elegidos pueden identificarla como mentira por lo que no son extraviados, en cuanto a que sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán, nos habla de la salvación a la que los hombres tendrán acceso.

 

Revelación es mucho más específica en cuanto a las señales de los dos testigos, es decir, del testimonio de la iglesia: “Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera.  Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran”

 

De esto, lo que nos dice, es que Dios, respecto de Su iglesia, le ha conferido poder para que por su misma prédica los injustos se acarreen juicio, eso en la expresión de que, si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Y también para acarrear maldiciones sobre los inicuos, para mostrar las abominaciones de la tierra y acarrear sobre los herejes e incrédulos el castigo a sus acciones, eso en la expresión: y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.

 

¿Cómo ves?, ¿te crees capaz de todo esto? Si tu respuesta es sí estás mal, pero si tu respuesta es no, también estás mal. No eres capaz de esto, pero tu solo, con la ayuda del Espíritu de Dios claro que puedes, por eso tampoco puedes decir que no, de esta forma eres capaz de lo anterior, ¡y aun de cosas mayores como dijo nuestro Señor!, pero siempre con la ayuda del Espíritu de Dios.

 

Si Dios nos hubiera llamado a lo posible, es decir, a aquello que podemos hacer de nosotros mismos y por nosotros mismos, no lo necesitaríamos, pero Dios no ha hablado para cosas imposibles no dejándonos sin ayuda pues nos ha dado su mismo Espíritu para ello, así que ya lo sabes, hacer posible lo imposible, no estás llamado para otra cosa.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 28:19, Marcos 16:15, Lucas 24:47-48; Marcos 16:17:18; Revelación 11:5-6; Jeremías 1:10; Juan 14:12; Mateo 21:21


martes, 2 de abril de 2024

Todo llega en su momento justo, pero de uno depende el saber aprovecharlo

 


La escena es reveladora: Un funcionario de un país muy lejano que de camino de regreso a casa va leyendo las Escrituras sin entender a qué se refieren y es abordado por una persona que nunca antes había visto la cual comienza a explicarle el texto.

 

Pero leamos: “Sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él”.

 

Pensemos en todas las posibilidades, no solo que el etíope hubiese tomado otro camino o que Felipe no hubiera ido donde él, sino más bien una en dónde encontrándose Felipe con él, éste hubiera declinado la invitación para explicarle la Palabra, después de todo, el etíope no conocía a aquella persona, además, al ir a pie, era más que evidente que era del pueblo mientras que él era funcionario de la realeza, en fin, muchas otras situaciones que hubieran hecho imposible que él llegase a entender lo que leía. Pero la actitud del etíope fue otra y eso permitió entendiese la Palabra a tal grado que pidió ser bautizado.

 

Pensemos un poco más, el etíope tenía toda vida tras de sí; ser funcionario de la realeza en su país no era cosa menor, ¿cuántos años tendría?, ¿cómo habría sido toda su vida hasta ese momento?, ¿durante cuánto tiempo habría querido entender la Palabra?, mejor aún: ¿cómo iría a ser su vida de ahí en adelante?

 

Sin duda alguna que toda la vida del etíope, Dios la movió para este momento, para que, teniendo la oportunidad, decidiéndola aprovecharla o no, toda su vida fuese cambiada.

 

Sé que en nuestro andar por el Camino a las promesas que se nos han dado, los elegidos podemos sentir que las cosas en nuestra vida no llegan en el momento preciso, pero eso es que vemos con nuestra visión limitada, pero la vida se conduce conforme a Aquel que la pensó para nosotros:” Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.

 

¿Y cuáles son esos pensamientos? “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de desgracia, para daros un porvenir y una esperanza”.

 

Si Dios mismo es quien conduce nuestra vida, leyendo lo anterior, bien podemos confiar en Él, ¿o no?, lo que sí, decidir si aprovecharemos lo que de Él venga o lo desaprovecharemos, así que ya lo sabes: Todo llega en su momento justo, pero de uno depende el saber aprovecharlo.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Hechos 8:27-31; Isaías 55:8-9; Jeremías 29:11

 


martes, 26 de marzo de 2024

Pensamiento y sentimiento, dos fuerzas que pueden cambiar al mundo ¡y que son tuyas!

 


Algunos, sobre todo a partir de la década de los 60´s del siglo pasado, donde la moda hippie hablaba unión, empatía y fraternidad, comenzaron a tomar parte de los dichos de Jesús para señalar que lo único que importaba era amar.

 

En efecto, nuestro Señor en reiteradas ocasiones se refirió al amor como algo prioritario en la vida cristiana: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”, pero el hecho de que el amar fuese prioritario no significa que fuese exclusivo.

 

Por ejemplo, de igual forma, nuestro Señor en su momento señaló “no juzguen por la apariencia, sino juzguen con juicio justo”, ese juzgar necesaria y forzosamente implica aplicar la razón ya que el juicio deviene de comparar un comportamiento dado con uno normado.

 

Pretender hacer razón y sentimiento como dos cosas no solo opuestas sino excluyentes deja la vida del creyente incompleto. No podemos solo andar amando pues eso implicaría permisividad, lo cual tampoco tiene cabida en la vida del elegido.

 

Ejemplo de lo anterior lo tenemos en la primera carta que Pablo manda a los de Corinto donde, claramente haciendo uso de la razón, los confronta con la permisividad que, en nombre del amor, tenían: “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre”.

 

Más sin embargo, siguiendo con el tema este de Pablo, en su segunda carta, habiendo los de Corinto corregido esa situación, se alegra en ello: “Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte”.

 

Así que Pablo por amor corrigió usando la razón a aquellos que estaban mal. No confrontó razón y sentimiento excluyendo uno de otro, sino que los usó de manera conjunta, armoniosa, productiva. Igual debemos hacer nosotros.

 

La vida cristiana no trata solo de amar, tampoco solo de razonar, ambas cosas nos las ha dado Dios para que nuestra interacción con el mundo, y sobre todo con los demás, sea plena, y, más aún, conforme a su voluntad, así que ya lo sabes:  Pensamiento y sentimiento, dos fuerzas que pueden cambiar al mundo ¡y que son tuyas!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Juan 13:35; 1 Juan 4:20; 2 Juan 1:5; Juan 7:24; Levítico 19:15; Santiago 2:4; 1 Corintios 5:1; Deuteronomio 27:20; 2 Corintios 7:9; Mateo 3:8


martes, 19 de marzo de 2024

Un error no te hace peor, te hace mejor si aprendes algo de él

 


Sin duda alguna que lo peor que puede experimentar un elegido que ha venido a salvación es el caer después de ello. ¡Que decepción, que tristeza, que abatimiento! Creíamos que una vez aceptado el llamamiento del Padre nuestra vida sería perfecta y santa y ¡oh, decepción!, pero ¿sabes?, no eres el único, todos, absolutamente todos los elegidos han experimentado eso.

 

David, después de que su pecado con Betsabé fue expuesto, compuso el Salmo 51, ¿sabes qué dice?, “…yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos […] He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”, ¿te suena parecido?, ¡claro!, es lo que todos en algún momento, tal vez demasiados para nosotros, hemos dicho.

 

Pero ¿sabes que también dice ese Salmo? “Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades.  Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí […] Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”, ¿también te suena parecido?, ¿ya ves?, en el fondo todos lidiamos con lo mismo: Nuestra debilidad, nuestra torpeza, nuestra cobardía.

 

Sigamos con David. Recuerda que el pecado del que hablamos fue de adulterio, asesinato y falsedad, nada menos y nada más. Ahora bien, ¿sabes quién reinará sobre el pueblo Israel en el Reino de Dios?, “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; andarán en mis ordenanzas y guardarán Mis estatutos y los cumplirán”.

 

Piensa en esto, ¿cómo era el pueblo de Israel?, ¿acaso no era adultero, homicida, mentiroso?, en ese sentido, ¿quién mejor para liderarlos que alguien que entiende su debilidad, su torpeza, su cobardía?, pero no para dejarlos así sino para llevarlos a lo que están llamados a ser, el mismo Salmo 51 lo señala cuando dice “entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti”.

 

Pero, ¿qué hacer ante los tropiezos, las caídas que experimentemos?, Pablo lo señala en su carta a los de Filipo: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

¿Tropezaste, caíste?, ¿te sientes mal?, es natural, ¿quieres llorar?, llora, pero luego arrepiéntete, pide perdón a Dios, levántate, sacúdete el polvo y sigue tu andar a las promesas que se nos ha hecho pues al final del Camino el Padre te espera, así ya lo sabes: Un error no te hace peor, te hace mejor si aprendes algo de él.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Salmos 51:3-5, 9-10, 13, 16-17; Ezequiel 37:24; Jeremías 30:9; Filipenses 3:13-14; Lucas 9:62; Hebreos 6:1


martes, 12 de marzo de 2024

No uses tus problemas como rocas en tu cuello que detengan sino como peldaños a tus pies que te hagan subir

 


Los seres humanos por naturaleza buscamos deslindarnos de las responsabilidades inherentes a nuestras acciones, tal pareciera que esto incluso es genético y que forma parte de la herencia obtenida de nuestros primeros padres.

 

Cuando Adán pecó, ¿qué fue lo que dijo a Dios?, “la mujer que me diste por compañera me dio del fruto de ese árbol, y yo comí”, y cuando Dios le preguntó a la mujer, ¿Qué dijo ésta?, “la serpiente me engañó y yo comí”. O sea, en pocas palabras, ninguno de los dos era responsables de sus acciones. ¿Te suena familiar?

 

Pero en el caso de los elegidos estamos llamados primero a responsabilizarnos de nuestras acciones, de ahí que el primer paso sea el arrepentimiento, “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”, pero como segundo, después obvio de bautizarnos, es vivir una vida nueva: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura (nueva creación) es ; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas”.

 

Pero más aún, incluso los errores que en nuestro andar a las promesas cometamos no deben ser justificación para detener nuestro andar. “Jesús le dijo: Nadie que mire hacia atrás, después de poner la mano en el arado, es apto para el reino de Dios”.

 

Ese poner la mano en el arado sin volver la vista atrás no se refiere a un momento específico de nuestra vida, por ejemplo al arrepentirnos y bautizarnos, sino que es un ejercicio diario. Fíjate en la imagen del que está arando. No es algo de un momento sino de una acción en el tiempo. Igual uno. Comenzamos a arar para el reino de Dios, pero eso lleva tiempo, ¿cuánto?, mientras estemos vivos. Es así que incluso una vez venidos a salvación no debemos estar viendo atrás, ni al día, la hora o el minuto anterior, rumiando los errores cometidos.  ¿Entonces?, Pablo escribiendo a los de Filipo responde: “Hermanos, no considero haber llegado ya a la meta, pero esto sí es lo que hago: me olvido del pasado y me esfuerzo por alcanzar lo que está adelante”.

 

Los errores que cometamos no deben ser la justificación para detener nuestro andar por el Camino a las promesas que se nos han dado, cuando mucho deben servir para aprender de ello, pero no volviendo la vista atrás sino fija en el horizonte que anhelamos, así que ya sabes: No uses tus problemas como rocas en tu cuello que detengan sino como peldaños a tus pies que te hagan subir.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Génesis 3:12-13; 1 Timoteo 2:14; Hechos 2:38-41; Marcos 1:15; 2 Corintios 5:17; Isaías 65:17; Lucas 9:62; Hebreos 10:38; Filipenses 3:13; Hebreos 6:1

 


martes, 5 de marzo de 2024

Hasta del lodo más fangoso las flores nutren su aroma... y tú eres más que una flor


 Si bien como seres humanos todos somos imperfectos, en el caso de los elegidos dicha imperfección causa doble dolor pues no solo nos hace ver nuestra carnalidad natural, sino que también nos hace ver el estado pecaminoso, ajeno al llamamiento que de Dios hemos respondido, que aún padecemos.

 

Uno de los salmos más famosos, por ser del que nuestro Señor sacó un extracto mientras agonizaba en la cruz cuando dijo “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, señala más delante “más yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo”, ¿alguna vez te has sentido así?

 

Aunque pareciera contradictorio, si al tropezar o caer te has sentido como David, eso es una buena señal pues indica que tu corazón aún no se ha cauterizado al grado de no sentir, no importarle el en ocasiones fallar.

 

Ante esa imagen, esa sensación de minusvalía, la Palabra señala en boca de nuestro Señor “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados.  Así que, no temáis: más valéis vosotros que muchos pajarillos”.

 

Pon atención de nuevo en la última frase de la cita: “Así que, no temáis: más valéis vosotros que muchos pajarillos”. Eso debe hacernos ver el valor que tenemos cada uno de nosotros ante Dios, pero, ¿tenemos ese valor porque somos perfectos y santos?, la Palabra responde: “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él”.

 

¿Te fijas? Dios nos amó primero ¡y eso cuando éramos aún pecadores!, así que su amor hacia nosotros no está condicionado por la perfección o santidad que cada uno crea poseer sino porque simple y sencillamente Dios nos ama.

 

¿Y qué hay con la imperfección que ahorita tenemos? Hay que aprender a lidiar con ella, no ceder ante ella, lidiar con ella: “Pero bueno Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a El porque le veremos como Él es”.

 

Y mientras tanto, ¿cómo podemos consolarnos, motivarnos?, recordando lo dicho por Pablo a los de Filipo: “estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.”

 

Es cierto que, aun siendo elegidos, al ser imperfectos, tropezamos y caemos, pero eso no debe desanimarnos, y, si Dios aún no nos ha desechado, no seamos nosotros los que desesperanzados nos alejemos de Él, después de todo hasta del lodo más fangoso las flores nutren su aroma... y tú eres más que una flor.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Salmos 22:1, 6; Job 3:24; Mateo 10:29-31; Lucas 12:6; Romanos 5:8-9; Juan 3:16; 1 Juan 3:2; Juan 1:12; Filipenses 1:6; Salmos 138:8


martes, 27 de febrero de 2024

El problema es que el mundo no te va a dar tu lugar... ¡tú tienes que ganártelo!

 


A veces pareciera que el elegido quiere ser parte de este mundo, sin persecución, sin tribulación, sin problema alguno, pero la Palabra siempre fue muy clara: “[Jesús les dijo] Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra”.

 

“¿Ser aborrecido?, ¿ser perseguido?, a nadie le gusta eso –alguien podrá decir-, ¿por qué mejor no buscar que el mundo nos acepte, nos quiera, nos respete?”, la respuesta es muy clara y también la da la Palabra: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.

 

Entonces, ¿cuál debe ser nuestra actitud ante lo que padezcamos en el mundo con razón del llamamiento al que hemos respondido?, Pedro en su primera carta responde diciendo: “Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo”.

 

Si un elegido piensa que luchando al máximo por pasar desapercibido del mundo no va a tener problemas está en un error, la única manera de no tener problemas con el mundo es cediendo a sus pasiones, pero, como señala la Palabra, “[…] todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre, sino del mundo. Porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre, mas es del mundo”.

 

Y ¿sabes cuál es el problema con todo esto? Que “el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”, después de todo el problema es que el mundo no te va a dar tu lugar... ¡tú tienes que ganártelo!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Juan 15:18-20; Mateo 10:22; Santiago 4:4; Mateo 6:24; 1 Pedro 3:14-16; Mateo 5:10; 1 Juan 2:16; Romanos 13:14; 1 Juan 2:17; 1 Corintios 7:31


martes, 20 de febrero de 2024

Recuerda que son tus pasos y los de nadie más los que te han traído a donde estas y los que te llevarán a donde desees

 


Después de la vida y de la conciencia, la característica que nos ha dado Dios para definirnos como humano es el de la libertad.

 

Desde el origen Dios dotó al ser humano de libertad, de no ser así nuestros primeros padres no hubieran podido decidir entre obedecer a Dios o seguir sus propios razonamientos. Ya sabemos el resultado de ello.

 

Pero de igual forma Dios, respetando esa libertad, no nos obliga a escoger la vida, simplemente nos invita, incluso con vehemencia, a ello dejando la decisión en nosotros: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia”.

 

Esa decisión conlleva bendición, si es que se obedece a Dios, o maldición, si se le es rebelde: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra […] Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán”.

 

Jesús, emulando al Padre, de igual forma deja en cada uno la decisión de salvarse o perderse: “Y les dijo [Jesús]: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado”.

 

De igual forma, como se dijo anteriormente, esa decisión conlleva bendición, si es que se obedece a Dios, o maldición, si se le es rebelde: “El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”.

 

Volteemos a ver el estado del mundo y también el de nuestra propia vida. Reflexionando sobre lo anteriormente dicho, ¿podemos ver como es que han sido nuestras acciones las que nos han llevado a situaciones de dolor, tristeza y en ocasiones incluso muerte?, pero de igual forma, en cuanto al llamamiento, son nuestras acciones las que pueden revertir lo anterior si es que aceptamos someternos a Dios.

 

Ante esto resuena el llamado hecho por Pablo a los hebreos: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación”.

 

Nuestras malas decisiones, tanto conjuntas como humanidad como particulares como individuos, han ocasionado que las maldiciones de alejarnos de Dios hubieren recaído sobre todos, pero de igual forma en nosotros está el regresar al Padre arrepentidos para alcanzar salvación y, si nos mantenemos fieles hasta el final, las promesas, después de todo recuerda que son tus pasos y los de nadie más los que te han traído a donde estas y los que te llevarán a donde desees.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 

 

Referencias:

Deuteronomio 30:19; Jeremías 21:8; Deuteronomio 28: 1, 15; Marcos 16:15-16; Juan 3:18; Hebreos 3:12-15;

 


martes, 13 de febrero de 2024

Todas las puertas de las oportunidades tienen una sola perilla para abrirse y ésta siempre está de tu lado

 


Un error que pueden cometer los elegidos es que, leyendo en la Palabra “…estense quietos y verán cómo el Señor los librará”, deducen que uno no debe hacer nada, prácticamente esperar a que Dios haga todo por nosotros, pero, ¿será así?

 

Si vemos desde el inicio del mundo, podremos ver que la encomienda al ser humano del mismo implica trabajo, esfuerzo: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”; de esta forma, no hay una actitud de indolencia dada al hombre sino un trabajo con un propósito al cual necesita aplicarse.

 

Pero tenemos más ya que en reiteradas ocasiones Dios ha dicho a los suyos “Escucha lo que te mando: Esfuérzate y sé valiente. No temas ni desmayes, que yo soy el Señor tu Dios, y estaré contigo por dondequiera que vayas”. Esto na da pauta de ninguna manera a considerar que uno no debe hacer nada, si así fuera, no se nos requiriera esfuerzo alguno.

 

Por último, para cerrar toda discusión, la Palabra critica la actitud indolente: “Pobre es el que trabaja con mano negligente, más la mano de los diligentes enriquece”, o “la mano de los diligentes gobernará, pero la indolencia será sujeta a trabajos forzados; o “el alma del perezoso desea, pero nada [consigue] más el alma de los diligentes queda satisfecha”, y eso solo por mencionar algunas, pero entonces, ¿qué significa aquel “…estense quietos y verán cómo el Señor los librará”?

 

Ese “…estense quietos y verán cómo el Señor los librará” implica el no desesperarnos como si todo de nosotros dependiera, sino que, haciendo nuestro esfuerzo, dejar en manos de Dios el resto, de esta forma nos quedamos quietos cuando, hecho lo que podemos, entramos al ámbito de lo que no podemos y, solo por eso, no hacemos más dejando en manos de Dios el resto.

 

Con esto debe quedar muy claro que a todo elegido se le exige un esfuerzo en su andar por el Camino, no una indolencia que le impida alcanzar las promesas sino un trabajar para que sus talentos produzcan y al regreso del Señor entregarle lo dado más lo producido.

 

Pero, obvio, Dios no obliga a nadie a ello, da a cada quien según sus capacidades esperando produzcamos unos a treinta, otros a sesenta, y otros a ciento, pero es de uno la decisión si lo hace o no, de igual forma el resultado de ello al regreso de nuestro Señor, así que nunca olvides que, en la vida cristiana, todas las puertas de las oportunidades tienen una sola perilla para abrirse y ésta siempre está de tu lado.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 

 

Referencias:

2 Crónicas 20:17; Éxodo 14:13; Génesis 2:15; Salmos 128:2; Josué 1:9; Deuteronomio 31:8; Proverbios 10:4; 12:24; 13:4