Cuando uno responde al llamamiento de Padre y viene
a salvación, el primer requisito para ello es el arrepentimiento. Arrepentirse
no quiere decir sentir dolor emocional por algo hecho lo cual, si bien puede
acompañar al arrepentimiento no necesariamente implica un cambio de
pensamiento, de actitud, arrepentimiento más bien implica darse cuenta que uno
ha estado mal y corregir el rumbo, de hecho las palabras griegas del Nuevo
Testamento que apuntan a esto, Epistrephó o Metanoeó tienen este sentido.
Si bien la sangre derramada de Jesús es la que nos
salva, es el bautismo el símbolo exterior de nuestra decisión de renunciar a la
vida pasada y seguir a Cristo. Con todo y todo la realidad es que en muchas ocasiones
la vida pasada sigue pesando, sobre todo cuando se recuerdan los errores, los
tropiezos, las cobardías, vamos: los pecados que se cometieron antes de venir a
la verdad.
Este pensamiento, si bien humanamente es
comprensible, debe incorporar el pensar de Dios quien al arrepentirse uno y
aceptar el sacrificio redentor de Cristo, borra por el bautismo los pecados
cometidos.
Aun así ese no es el principal reto del cristiano al
venir a salvación sino que los tropiezos, las debilidades, las torpezas, las
cobardías, vamos: los pecados que se cometan después de bautizarse, son los que
realmente hacen más mella en el ánimo de uno, pero incluso en ese caso, la
debida conciencia debe entender la fragilidad actual de la carne y venir en
arrepentimiento al Padre sabiendo que abogado tenemos ante Él, Cristo Jesús.
El saber manejar las situaciones anteriores, desde
la perspectiva escritural, permitirá al creyente avanzar en el Camino ya que si
pendiente está de los pecados cometidos antes de venir a salvación e incluso de
aquellos cometidos después de bautizarse, su ánimo demeritará y el Enemigo
acechando estará para buscar su perdición.
El rememorar pecados pasados o presentes es como
cargar con ellos a nuestra espalda siendo que solamente por este hecho podemos
cansarnos o peor aún: desanimarnos y dejar la carrera por la corona
incorruptible para la que hemos sido llamados, en todo caso si hemos de cargar
algo, esto deben ser las promesas que del Padre hemos recibido, sabiendo que Dios
no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta, estando
convencidos precisamente de que el que comenzó en nosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús, después de todo al igual que cuando
vas de compras, tú decides que quieres llevar en tus bolsas de la vida: sombras
que te detengan o luces que te hagan volar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Hechos 2:37, 38; 26:18; Hebreos
9:14; 1 Pedro 3:21; Miqueas 7:19; Isaías 43:25; 1 Juan 2:1; Génesis 4:7; 1
Corintios 9:24-27; Números 23:19; Filipenses 1:6; Salmos 138:8
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