martes, 27 de diciembre de 2022

Tan importante como la sangre que recorre tus venas, son los sueños y pensamientos que abrigas en tu mente

 


Sobre la creación del hombre de parte de Dios, la Escritura señala “entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”.

 

Hasta ahí el hombre no se diferencia de los animales pues ambos están hechos de materia con un hálito que los anima, por eso la misma Palabra señala “porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el hombre que la bestia; porque todo es vanidad”.

 

Obvio, el hombre se diferencia de los animales en que posee, no solo instinto sino razonamiento y conciencia, eso es dado por el espíritu que posee, como dice Pablo en su primera carta a los de Corinto “¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?” Solo el hombre puede tener esa introspección que le da el entendimiento propio de los seres humanos.

 

Pero ahí no terminan las cosas ya que, para todo aquel que respondiendo al llamado del Padre viene a salvación, recibe el Espíritu de Dios mediante la imposición de las manos después del bautismo, tal como testimonia la Palabra sobre los Apóstoles: “Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo”.

 

Ese Espíritu comienza en uno a revelar las verdades divinas como dice la Escritura “Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”, y de igual forma a conducirnos por el Camino hacia el Padre, como también dice la Palabra “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.

 

En ese orden de ideas, y a la luz de las promesas que hemos recibido, la prioridad de los elegidos está en buscar el Reino de Dios y su justicia sabiendo que todas las demás cosas nos serán dadas por añadidura, como escribe Pablo en su primera carta a los de Corinto: “no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”.

 

El elegido, si bien vive en este mundo sabe que no es de este mundo, es por ello que, si bien se ocupa de lo que naturalmente su existencia requiere, su prioridad está en alcanzar las promesas que nos han sido dadas, después de todo tan importante como la sangre que recorre tus venas, son los sueños y pensamientos que abrigas en tu mente.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 

 

Referencias:

Génesis 2:7; Job 33:4; 1 Corintios 2:11 p.p.; Proverbios 20:27; Hechos 8:17; 2 Timoteo 1:6; 1 Corintios 2:11 u.p.; Romanos 8:16-17; Juan 1:12; Mateo 6:33; Isaías 33:6; Juan 15:19; Santiago 4:4


martes, 20 de diciembre de 2022

¿Que no quieres cambiar el mundo?, no hay problema ¡con que por lo menos no dejes el mundo te cambie a ti!

 


El ser parte de este mundo, para un elegido, puede ser muy frustrante. Cuando uno nace de nuevo comienza a ver lo que tanto en uno como en el mundo está mal y de manera natural uno pudiera querer cambiar tanto lo uno como lo otro.

 

Sobre Lot, Pedro en su primera carta nos dice “si condenó a la destrucción las ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a cenizas, poniéndolas de ejemplo para los que habrían de vivir impíamente después; si rescató al justo Lot, abrumado por la conducta sensual de hombres libertinos”. Uno, al igual que Lot, puede en su momento sentirse abrumado por la conducta sensual de los hombres libertinos de nuestra generación.

 

Más, ¿sabes?, la mejor manera de incidir en este mundo es mediante la conducta que como un hijo de Dios debemos mostrar. Jacobo, el medio hermano de Jesús, en su carta señala “¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que lo demuestre con su buena conducta, mediante obras hechas con la humildad que le da su sabiduría”.

 

Es por ello que en su momento Jesús dijo a los suyos, y en su figura a todos nosotros, “vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

 

Pero yendo más allá de todo eso, es posible, de hecho así es, que incluso esa luz que de los elegidos brilla sobre el mundo no sea factor de cambio para este, más aún: sea factor de rechazo de uno por parte del mundo, esto por una razón muy sencilla dicha por el propio Jesús: “Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios”.

 

Si uno con el vivir conforme al llamamiento al que se ha respondido, puede ser factor que incida en el mundo para hacerlo un mejor lugar, que bien; pero si uno no logra eso, por lo menos que no sea el mundo el que termine cambiándolo a uno, como Dios dijo en su momento a Jeremías “conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”.

 

El elegido sabe que está en este mundo de paso, de hecho, sabe que éste mundo terminará, en ese sentido se enfoca en las promesas que han sido hechas, aun así, busca con su obrar conforme a la fe impactar favorablemente en el mundo actual, pero si no logra eso al menos busca que no sea el mundo el que termine cambiándolo a él, así que ya sabes, ¿que no quieres cambiar el mundo?, no hay problema ¡con que por lo menos no dejes el mundo te cambie a ti!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

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Referencias:

2 Pedro 2:6-7; Judas 1:15; Santiago 3:13; 1 Pedro 2:12; Mateo 5:14-16; Proverbios 4:18; Proverbios 2:12-14; Jeremías 15:19 u.p.; Ezequiel 44:23


martes, 13 de diciembre de 2022

La vida es tuya, te pertenece, es de tu propiedad, entonces ¿qué esperas? ¡sal y reclámala!

 


Este mensaje es para los elegidos, ¿por qué?, por que quien todavía no ha aceptado el llamado del Padre para venir a salvación ¡aún no tiene la vida!, sigue en el pecado, sigue en la muerte, como escribe Pablo a los de Colosas: “el cual [Dios] nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.

 

Con todo y todo, esa vida que se nos ha dado por medio del sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, si bien ya es nuestra, debemos de igual forma pelear por ella para no perder las promesas que se nos han entregado, como nuestro Señor dice en Revelación: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”.

 

Así que queda muy claro que las promesas, si bien no nos hemos hechos merecedores de las mismas por nuestro propio esfuerzo, sí podemos perderlas por nuestra desidia.

 

Pero entonces, ¿cómo entender el dicho de Jesús sobre los suyos relativo a “y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”? En la misma línea del pensamiento expresado con anterioridad. Fijémonos que claramente nuestro Señor señala “nadie las arrebatará de mi mano”, en efecto: nadie nos puede arrebatar de las manos de nuestro Señor, pero –y esto es muy importante tenerlo en mente–, en función del libre albedrío del que Dios nos ha dotado, nosotros sí podemos decidir de manera libre y voluntaria abjurar de la salvación que se nos ha dado.

 

Esto lo explica muy claramente Pedro en su segunda carta cuando señala “porque si después de haber escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo son enredados en ellas y vencidos, su condición postrera viene a ser peor que la primera. Pues hubiera sido mejor para ellos no haber conocido el camino de la justicia, que, habiéndolo conocido, apartarse del santo mandamiento que les fue dado”.

 

Y Pablo, en el mismo orden de ideas, escribiendo a los hebreos, les señala “porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.

 

En nuestro andar por el Camino debemos tener muy en claro que, si bien la salvación y las promesas inherentes a ella nos han sido granjeadas de gracia por medio del sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, el alcanzar la meta implica nuestro esfuerzo y dedicación, claro está, con la ayuda del Espíritu de Dios que mora en nosotros, así que ya lo sabes la vida es tuya, te pertenece, es de tu propiedad, entonces ¿qué esperas? ¡sal y reclámala!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Colosenses 1:13-14; Hechos 26:18; Revelación 3:11; Josué 1:9; Juan 10:28; Isaías 27:3; 2 Pedro 2:21-22; Ezequiel 18:24; Hebreos 10:26-27; Números 15:30


martes, 6 de diciembre de 2022

Claro que puedes ver hacia el pasado, pero solamente con la intención de aprender de él

 


El elegido sabe que las promesas que se nos han dado quedan adelante, es por ello que su mirada está fija enfrente, como Pablo en su momento señaló “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

Lo anterior, si bien es la mejor actitud que uno puede tener en este andar por el Camino, puede dar la impresión que de no debe mirarse hacia atrás, máxime cuando se tiene a nuestro Señor diciendo por lo claro “…Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”, pero ambas expresiones no están reñidas con mirar hacia atrás, pero, claro, desde la correcta perspectiva.

 

Pablo escribiendo a los de Filipo les dice “doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes. En todas mis oraciones por todos ustedes, siempre oro con alegría, porque han participado en el evangelio desde el primer día hasta ahora”; Daniel en su momento oró a Dios diciendo “a ti, Dios de mis padres, te alabo y te doy gracias. Me has dado sabiduría y poder, me has dado a conocer lo que te pedimos…”; y David en su momento señaló “alaba, alma mía, al Señor; alabe todo mi ser su santo nombre. Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios”.

 

Como puede verse, para que las anteriores tres citas tuvieran verificativo era menester mirar hacia atrás: En el caso de Pablo para evaluar el trabajo de los de Filipo, en el caso de Daniel para reconocer a Dios como el dador de todo, y para el caso de David para agradecer por lo recibido. De esta forma tenemos que uno sí puede mirar hacia atrás, pero, de nuevo: con la correcta a actitud.

 

¿Y cuál es esa correcta actitud? Aprendizaje. Véase de nuevo las tres citas anteriores y se podrá notar que los tres escritores aprendieron algo de Dios: su llamamiento, su providencia, su amor, de hecho, esto no debería sorprendernos pues Jesús mismo señaló el sentido de la vida, actual y futura: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.

 

Reflexionar sobre el pasado, no con ánimo recriminativo, ni de añoranza, sino de aprendizaje, nos permite avanzar en el conocimiento de Dios y su Hijo, generando en nosotros gozo y esperanza, y motivándonos en nuestro andar por el Camino, después de todo claro que puedes ver hacia el pasado, pero solamente con la intención de aprender de él.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:1; 2 Corintios 5:16; Lucas 9:62; Hebreos 10:38; 2 Pedro 2:20-22; Filipenses 1:3-5; Romanos 1:8; 1 Corintios 1:4; Daniel 2:23; Génesis 31:42; Mateo 11:25; Salmo 103:1-2; Ezequiel 39:7; Lucas 1:46,47