miércoles, 30 de octubre de 2019

La lluvia hasta en el desierto cae... ¡y lo hace florecer! Síguelo intentando



La vida cristiana no es fácil, si así lo fuera no se requeriría de la ayuda del Espíritu Santo para avanzar en el Camino, pero dada que la naturaleza humana es contraria a la naturaleza de Dios hay cosas relacionadas con el llamamiento que nos son complicadas de entender y mucho más de hacer, una de estas cosas es la manera en que debemos tratar al prójimo.

La naturaleza humana, codiciosa y egoísta, ve como incomprensibles las palabras de Jesús cuando señalaba la vigencia del amar al prójimo como a uno mismo, aclarando que esto no aplica sólo a aquellos que nos aman ya que si así fuese ¿qué mérito tendríamos? “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen;  bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian.  Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues.  A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva”.

Dado que lo anterior es complicado, la naturaleza humana tiende a rebelarse, es por ello que Pablo exhorta a los de Galacia diciéndoles, y en su figura a nosotros, “no nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos”. El cansarse de hacer el bien es natural, natural respecto de lo humano, pero Dios, “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”, desea que desarrollemos Su carácter  por lo que nos infunde luz y fortaleza para llegar a ello, “los que esperan en el SEÑOR renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”.

“Por tanto, mis amados hermanos [-escribe Pablo a los de Corinto-], estad firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”, más sin embargo una cosa es que no sea en vano y otra que los frutos esperados vayan a ser abundantes ya que “el que siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente, abundantemente también segará”.

Si bien las citas anteriores plantean el ideal de vida del cristiano, es necesario reconocer que aún nos encontramos lejos de ello y por eso mismo estirarnos, como Pablo, para alcanzar las promesas, “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.  Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”

Como escribía Santiago, “por tanto, hermanos, sed pacientes hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía”, después de todo la lluvia hasta en el desierto cae... ¡y lo hace florecer! Síguelo intentando.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Romanos 8:5; Mateo 22:39; Lucas 6:32; Lucas 6:27-30; Gálatas 6:9; Mateo 5:45; Isaías 40:31; 1 Corintios 15:58; 2 Corintios 9:6; Filipenses 3:12-14; Santiago 5:7

miércoles, 23 de octubre de 2019

Curiosamente los más grandes sueños no surgen cuando estamos dormidos



Tanto en la vida secular como en la vida espiritual, una cosa es dormir y otra soñar, la primera se refiere a ese letargo que nos embarga y que conlleva al cese de las actividades para entregarse al descanso, la segunda se refiere lo mismo a la actividad onírica propia del dormir que a las ideaciones que en nuestra mente se forjan y que nos impelen a alcanzar nuestros sueños. Para el cristiano la primera opción es la riesgosa, el dormir sobre todo espiritualmente hablando.

Sobre esto Pablo escribiendo a los de Roma los exhorta a que “[…] conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos.  La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz.  Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia,  sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.

El énfasis de Pablo en la cita anterior permite identificar ese soñar como aquel aletargamiento espiritual comentado al inicio que conlleva al creyente a descuidar la salvación a la que ha sido llamado. De hecho la cita equipara ese soñar, estar dormido espiritualmente hablando, con las obras de tinieblas y todavía, para mayor aclaración, a manera enunciativa más no limitativa, menciona alguna de esas obras: glotonerías, borracheras, lujurias, lascivias, contiendas y envidia, en otras palabras los deseos de la carne.

Sobre esto mismo Pedro en su primer carta exhorta diciendo “Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías”. Aquí tenemos más obras de aquellos que espiritualmente están dormidos, por eso Pablo escribiendo a los de Éfeso les dice “Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor”.

Es interesante, sobre esta última cita, que Pablo hace referencia al profeta Isaías quien escribió “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti”, más sin embargo modifica la cita para que refleje el mensaje que el Espíritu busca transmitir aclarando que esa luz a la que se refería Isaías es el Cristo y que el venir a ella nos traslada del reino de la muerte al reino de la vida.

Está bien soñar, espiritualmente hablando, esto referido a las ideaciones que las promesas divinas levantan en nuestro interior y que nos mueven a avanzar en el Camino, lo que no está bien es dormirse desaprovechando la oportunidad que en este siglo se nos da de alcanzar dichas promesas, es por ello que Cristo a sus seguidores les dijo “velad, porque no sabéis cuándo viene el señor de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer no sea que venga de repente y os halle dormidos”, esto ya que curiosamente los más grandes sueños no surgen cuando estamos dormidos.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Romanos 13:11-14; 1 Pedro 4:3; Efesios 4:17; Marcos 13:35-36; Mateo 24:42-43; Lucas 12:39-40; Revelación 3:2; Efesios 5:13-17; Juan 3:20; Proverbios 2:13; Efesios 5:11;  Isaías 60:1

martes, 15 de octubre de 2019

A veces hay que seguir caminando, incluso aunque se haya hecho de noche



La vida cristiana gira en torno a Jesús, nuestro Salvador y Redentor. Él es la luz del mundo y quien  le sigue no anda en tinieblas, con todo y todo Él dijo a Sus discípulos, y a nosotros en su persona, que esa luz se iría de este mundo, volviendo las tinieblas sobre el mismo,  más sin embargo su presencia permanecería en Sus seguidores.

Ahora bien, ¿qué encargo dejó Jesús a Sus seguidores?, “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura”. El acatar esta comisión logra que Sus seguidores, los que tienen el Espíritu de Cristo en su corazón, sean luz del mundo.

Este cumplimiento de la comisión dada por Cristo está condicionado: “Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz”. Es así como tenemos que tener la luz, creer en la luz, ser hijos –es decir demostrar- de la luz, pero si nuestro ojo está malo –como dijo Cristo-, todo nuestro cuerpo estará lleno de oscuridad. Así que, si la luz que hay en nosotros es oscuridad, ¡cuán grande será la oscuridad!

 ¿Y cómo puede nuestro ser  tener en su interior tinieblas? “Si decimos que no tenemos pecado –como señala Juan en su primer carta-, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”, Proverbios de igual forma declara “el camino de los impíos es como las tinieblas, no saben en qué tropiezan”, y de nuevo Juan en su primer carta declara “El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay causa de tropiezo en él. Pero el que aborrece a su hermano, está en tinieblas y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”.

Así tenemos esa triple encomienda si queremos que la luz que hemos recibido brille en nosotros: reconocer nuestra naturaleza arrepintiéndonos y volviéndonos de nuestros caminos, limpiar nuestra conciencia y edificar nuestro entendimiento con la doctrina de la iglesia, y demostrar en el trato con los demás –principalmente con los de la fe, pero también con el mundo- esa fe que decimos profesar.

¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? –escribía Pablo a los de Corinto-. No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones,  ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.

Es más que evidente que alguien que aún es injusto, fornicario, idólatra, adúltero, afeminado, ladrón, avaro,  borracho, maldiciente, estafador y demás, no se ha arrepentido de sus caminos ni se ha vuelto de ellos, no ha limpiado su conciencia ni edificado su entendimiento con la doctrina de la iglesia, ni demuestra en su trato con los demás esa fe que dice profesar, siendo que en este caso las tinieblas que hay en su interior son densas y ha dejado de ser luz del mundo para volverse parte de la oscuridad.

Los cristianos tenemos la luz de Cristo en nuestro interior, esa luz es la que nos guía a pesar de las tinieblas que nos rodean, pero en nuestro andar debemos ser, como Cristo nos dijo, luz del mundo, después de todo a veces hay que seguir caminando, incluso aunque se haya hecho de noche.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Juan 8:12; 12:35; 14:19; 3:19; Mateo 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:47-48; Mateo 5:14-16; Juan 12:36; Mateo 6:23; 1 Juan 1:8;     Proverbios 4:19; 1 Juan 2:10-11; 1 Corintios 6:9-10

miércoles, 9 de octubre de 2019

Cuando el oro se acaba, el único resplandor que queda es el del brillo que hayas logrado sacarle a tu alma



La vida cristiana no es una vida desligada de la vida física y temporal actual sino que inmersa en esta está la simiente de lo que estamos llamados a ser y sobre lo que trabajamos. Sobre lo primero podemos ver cómo es que la Escritura da muchos consejos que alaban al diligente y sancionan al desidioso.

“Los proyectos del diligente ciertamente son ventaja, mas todo el que se apresura, ciertamente [llega] a la pobreza”, “la pereza hace caer en profundo sueño, y el alma ociosa sufrirá hambre”, “el alma del perezoso desea, pero nada [consigue,] más el alma de los diligentes queda satisfecha”, sólo por mencionar algunos.

Sobre lo segundo, la simiente de lo que estamos llamados a ser y sobre lo que trabajamos, los mismos consejos son dados, más sin embargo giran en un ámbito más bien espiritual.  Sobre esto, Pablo recriminando sobre algunas personas en la iglesia las señala como que “además, aprenden [a estar] ociosas, yendo de casa en casa; y no sólo ociosas, sino también charlatanas y entremetidas, hablando de cosas que no [son] dignas”.

Independientemente de lo anterior, nuestra mirada no está puesta en las cosas que se ven sino en las que no se ven, “pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”, es por ello que si bien la diligencia material es alabada, ésta no debe sobreponerse a la diligencia espiritual, después de todo “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

Es así como para el cristiano existe una diligencia material y una diligencia espiritual siendo esta última más importante, de igual forma, y curiosamente, esta diligencia espiritual es comparada en la Escritura con el proceso aquel por el cual se refina el oro, proceso que de igual forma implica pruebas.

Sobre esto, David escribe señalando “tú nos has probado, oh Dios; nos has refinado como se refina la plata. Nos metiste en la red; carga pesada pusiste sobre nuestros lomos. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestras cabezas; pasamos por el fuego y por el agua, pero tú nos sacaste a [un lugar de] abundancia”. De igual forma Pedro en su primer carta exhorta a sus oyentes “para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo”.

Es así como la obtención de ese oro refinado, espiritualmente hablando, se vuelve perentoria para el cristiano que sabe que sin santidad nadie vera a Dios, como exhorta nuestro Señor por medio de Juan en Revelación: “te aconsejo que de mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver”.

Mucho afán puede haber en la vida, más como en el caso de Martha y María, donde la primera se afanaba de las cosas de la casa mientras la segunda escuchaba al Señor a Sus pies, debemos elegir la buena parte ya que, como dice la Escritura “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?”, sabiendo que el Señor está a la puerta el cual pagará a cada uno con arreglo de sus obras, después de todo cuando el oro se acaba, el único resplandor que queda es el del brillo que hayas logrado sacarle a tu alma.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Proverbios 10:4; 13:4; 19:15; 1 Timoteo 5:13; 2 Corintios 4:18; 1 Juan 2:17; 1 Pedro 1:7; Salmos 66:10-12; Hebreos 12:14; Revelación 3:18; Lucas 10:42; Mateo 16:26; Romanos 2:6

miércoles, 2 de octubre de 2019

A veces nuestra fe es tan grande que no nos cabe dentro y tiene que salir... salir a hacer milagros



La existencia de los milagros es algo que todo cristiano da por hecho, la misma Escritura, de principio a fin, da testimonio de ello, más sin embargo ¿ya pasaron los tiempos de los milagros?, si aún existen ¿quién o quienes los realizan?

Cristo dijo a sus seguidores que habría ciertas señales que los identificarían: “En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. Basados en esta cita muchos movimientos cristianos buscan mostrar y demostrar que la misma se refiere a ellos pues literalmente, según ellos, hacen lo que Cristo señaló.

Revelación nos presenta dos testigos que de igual forma realizan grandes prodigios en nombre de Dios: “Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera.  Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran”. Es interesante que, como señala Revelación, a pesar de estos prodigios los pueblos de la tierra no creen en el testimonio de estos testigos, siendo así, ¿es literal lo que la cita señala?

Pablo, en su primer carta a los Corintios enumera los dones de los que el Espíritu ha dotado a la iglesia de Dios para la Gran Comisión: “Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.  A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas”.

Es así que los milagros, materialmente hablando, siguen estando en la iglesia, con todo y todo nosotros andamos por fe y no por vista por lo que no buscamos señales sino que adoramos al Padre en Espíritu y Verdad, pero si bien los milagros materiales existen en la iglesia, los dones para ello no son poseídos por todos, como Pablo señala, más sin embargo, y más allá de lo comentado, la noción espiritual de los milagros inicialmente señalados están al alcance de todo bautizado y de hecho forman parte de su comisión ante las naciones.

A través de la Palabra y el testimonio todo cristiano puede echar fuera demonios -desarraigar el error e implantar la verdad-, hablar nuevas lenguas –presentar las verdades en idiomas y de formas nuevas-, tomar serpientes en las manos –manejar las cosas del mundo, que pierden a muchos, sin ser afectados por ellas-, beber cosa mortífera sin sufrir daño –escudriñando todo, incluso lo presentado por el mundo, desechando lo malo y reteniendo lo bueno-, e imponer las manos a los enfermos para sanarlos –sanación espiritual a través del mensaje del Evangelio-.

De igual forma los dos testigos, símbolo del testimonio de la iglesia en toda su existencia, pueden echar fuego de su boca para devorar a sus enemigos y que todo quien le quiera hacer daño muera de la misma forma –poder para que por su misma prédica los injustos se acarreen juicio-,  así como  cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía (testimonio y prédica) –poder para acarrear maldiciones sobre los inicuos, para mostrar las abominaciones de la tierra y acarrear sobre los herejes e incrédulos el castigo a sus acciones-.

Todo lo anterior lo compendia Pablo cuando indica que la Gran Comisión puede resumirse en andar “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”, después de todo a veces nuestra fe es tan grande que no nos cabe dentro y tiene que salir... salir a hacer milagros.

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Marcos 16:17-18; Hechos 5:16; Revelación 11:5-6; 1 Corintios 12:8-10; 2 Corintios 5:7; 8:7; 1 Corintios 1:22-24; Juan 4:23-24; Marcos 16:15-18; Efesios 4:11-16; 2 Corintios 9:13; 10:5; Filipenses 4:7