martes, 26 de septiembre de 2023

Cada batalla que enfrentes, la ganes o no, te habilita para tu siguiente lucha

 


Puede suceder que, cuando uno viene a salvación, crea que de ahí en adelante ya no tropezará, no caerá, vamos: ya no pecará en su andar por el Camino a las promesas que se nos han dado, después de todo se supone que ahora sí uno tiene claridad en lo que es pecado, pero además cuenta ahora con la ayuda del Espíritu Santo para vivir perfectamente. La triste realidad, decepcionante, desmotivante para muchos, es que esto no es así.

 

Juan, sobre esto, en su primera carta escribe, “muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él aparezca, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”, pero ¿por qué esto es así?

 

Pablo, escribiendo a los de Roma, diserta sobre lo anterior al señalar “porque lo que hago, no lo entiendo; porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero hacer, eso hago, estoy de acuerdo con la ley, reconociendo que es buena. Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. Porque yo sé que, en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico. Y si lo que no quiero hacer, eso hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo la ley de que el mal está presente en mí. Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?”

 

El problema de lo señalado desde el inicio es que no solo tenemos el conocimiento del pecado y no solo contamos ahora con la ayuda del Espíritu de Dios, sino que también sigue subsistiendo en nosotros la naturaleza inherente a nuestra carnalidad, dicha naturaleza, como lo expresa Pablo, es débil torpe, rebelde y cobarde, pero, también como lo expresa Pablo, lo nuevo en nuestra vida es que dicha naturaleza nos duele, nos ofende, nos avergüenza, con todo y todo, mientras aún militamos en esta carne, debemos convivir con ella y con todo lo que eso implica incluso los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados que por esto experimentemos.

 

Pero, ¿cuál es la expectativa de lo anterior?, Pablo no nos deja con la incertidumbre, sino que cierra su exposición con la esperanza que todos aguardamos: “¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”.

 

De esta forma, incluso con lo contrario al llamamiento que aun experimentamos al militar en esta carne, nuestra esperanza estriba en que, si nos mantenemos fieles, llegará en su momento en que, liberados de este yugo, podamos servir a Dios de manera perfecta y santa, como escribe Pablo en su primera carta a los de Corinto: “Porque es menester que esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria”.

 

El elegido sabe que está actualmente en una guerra, una guerra que, a pesar de los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados que experimentemos al estar aún sujetos a la naturaleza de nuestra carnalidad, terminará en la victoria cuando Cristo, a su regreso, nos revista de incorrupción e inmortalidad, si es que con Él nos mantenemos fieles hasta el final, así que ya lo sabes, cada batalla que enfrentes, la ganes o no, te habilita para tu siguiente lucha.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx


 

Referencias:

1 Juan 3:2; Job 19:26; Salmos 17:15; Lucas 20:36; Romanos 7:15-25; Gálatas 5:17; Filipenses 3:12-14; 1 Corintios 15:53-54; Romanos 2:7; 2 Corintios 5:2-4


martes, 19 de septiembre de 2023

Las pruebas por las que pasas le hablan al mundo de lo que vales y a ti de lo que realmente estás hecho


 Tal vez una de las cuestiones más complicas de entender para el elegido es la cuestión de las pruebas que pasa una vez que ha venido a salvación, digo, después de todo, si uno ya ha aceptado a Jesús, ¿no debería Dios de protegernos como hijos suyos de todas las adversidades?

 

Ese pensamiento tiene más de natural que de espiritual pues desde el punto de vista de Dios las pruebas que uno pasa tienen un propósito. Pedro, sobre esto, en su primera carta señala “amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado”.

 

Ese “gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” tiene que ver con los efectos que los padecimientos actuales tienen en nosotros ya que, incluso por medio de ellos, Dios, con su Espíritu, está replicando en cada uno su carácter perfecto y santo.

 

Sobre esto último, a saber: la réplica en nosotros del carácter perfecto y santo de Dios incluso por medio de lo que actualmente padecemos, Pedro, en esa misma carta, un poco antes, aclara: “En lo cual [es decir, en la herencia que se nos tiene preparada] os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas,  para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo;  a quien sin haberle visto, le amáis, y a quien ahora no veis, pero creéis en El, y os regocijáis grandemente con gozo inefable y lleno de gloria,  obteniendo, como resultado de vuestra fe, la salvación de vuestras almas”.

 

Fijémonos como claramente Pedro señala “vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo”. Así que el valor, respecto del plan de Dios para con cada uno, de las pruebas que padecemos, es probar nuestra fe con ese fuego que, como al oro, lo purifica, lo perfecciona, lo hace inestimablemente superior.

 

 Todos padecemos en alguno momento de nuestra vida, no solo aquellos que aún no han venido a salvación sino también incluso los elegidos, tal vez la diferencia de estos últimos para con los primeros es que el Espíritu de Dios, en cada uno, incluso por medio de lo que padecemos, le da propósito a ese sufrimiento: el propósito de reflejar en cada uno el carácter perfecto y santo de nuestro Padre Dios. Así que ya lo sabes, respecto del plan de Dios para con cada uno, las pruebas por las que pasas le hablan al mundo de lo que vales y a ti de lo que realmente estás hecho.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

1 Pedro 4:12-14; Daniel 11:35; 1 Corintios 3:13; 1 Pedro 1:6-9; 1 Corintios 10:13; 2 Timoteo 3:12


martes, 12 de septiembre de 2023

Una prueba sencilla: si un sueño te ilusiona, es tuyo. ¡Ve por él!

 


La historia escritural de aquellos que yendo a Emaús se encontraron con Jesús resucitado quien les explicó la Palabra, termina, una vez que Jesús los deja, con “y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras?”

 

Todos los elegidos que hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo sabemos a qué se refiere esa expresión pues, cuando por fin nos encontramos cara a cara con la Verdad, nuestro corazón ardió tanto que nos llevó a arrepentirnos, bautizarnos y recibir el Espíritu de Dios.

 

Tan así fue en ese entonces que, al igual que Pablo en su momento, de igual forma nosotros podríamos haber dicho “y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.

 

Quien tiene un sueño que lo consume es capaz de dejar todo por alcanzarlo, Pablo señaló esto cuando escribió diciendo “todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.

 

Ese sueño –no en el sentido onírico de la palabra sino referido a aquello que en nuestro andar por el Camino deseamos alcanzar-, es lo que nos motiva precisamente a levantarnos de cada caída que experimentemos y, más aún, a seguir hacia las promesas dadas.

 

Lo anterior no está exento de sacrificios, pero como Pablo de igual forma lo señaló, “tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”.

 

Recordando ese fuego que ardió en nuestro corazón cuando el Padre nos llamó a salvación, es lo que debemos tener en mente para continuar día con día nuestro andar a las promesas que se nos han dado, levantándonos de cada caída y sacrificando todo lo que se tenga que sacrificar pues las promesas exceden cualquier sacrificio que hagamos, en pocas palabras, una prueba sencilla: si un sueño te ilusiona, es tuyo. ¡Ve por él!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Lucas 24:32; Salmos 39:3; Filipenses 3:8; 2 Pedro 1:3; 1 Corintios 9:25; Santiago 1:12; Romanos 8:18; 1 Pedro 4:13


martes, 5 de septiembre de 2023

Querer avanzar en la vida anclado al pasado es como querer hacerse a la mar con un barco atado al muelle

 


Los elegidos, al vivir en el tiempo, tenemos el problema de que, en ocasiones, el pasado puede pesar mucho. Aquellos tropiezos, caídas, errores, vamos: pecados que hemos cometido, no solo de antes de venir a salvación sino incluso después de haber respondido al llamamiento del Padre para ello, vuelven y vuelven, una y otra vez, buscando socavar nuestro andar a las metas que se nos han prometido.

 

Esto podríamos decir que incluso es natural pues esas manchas en nuestra vida nos avergüenzan, nos duelen, las mismas a nuestros ojos nos hacen ver como indignos de ese llamamiento al que hemos respondido, pero, pensemos algo: Cuando Dios nos llamó estábamos en pecado y aun así nos extendió su amor.

 

Juan, sobre esto, en su primera carta lo deja muy claro cuando escribe “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. Y, sobre esto mismo, Pablo escribiendo a los de Roma señala “porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”.

 

De esta forma, incluso aunque nunca hubiéramos cometido un error, lo cual de inicio es imposible, eso no nos hubiera ganado el amor de Dios pues su amor es infinito mientras que nosotros no, de esta forma, si siendo pecadores nos amó, el pasado, incluso el pasado inmediato, ¿será factor para que nos ame menos?, dejemos la Palabra responda: “Si somos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo”.

 

Pero volviendo con ese sentimiento que puede embargarnos cuando el pasado, relacionado con aquellos tropiezos, caídas, errores, vamos: pecados que hemos cometido, se hace presente, ¿qué podemos hacer?

 

Pablo responde a lo anterior cuando escribiendo a los de Filipo les dice “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

Por último, y como una manera de lograr lo anterior, recordemos que se nos ha prometido una corona, no si nunca más tropezamos o caemos, sino si nos mantenemos fieles, “sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”; lo cual implica que, al tropezar, al caer, nos arrepentimos y, pidiendo perdón a Dios por medio de Jesucristo, nos levantamos y seguimos nuestro andar.

 

Si bien la respuesta al llamado que nos hizo el Padre para venir a salvación en el presente siglo está en el pasado, las promesas que se nos han dado nos esperan en el futuro, de ahí que nuestra mirada, incluso ante los tropiezos y caídas que experimentemos, debe estar hacia adelante, después de todo querer avanzar en la vida anclado al pasado es como querer hacerse a la mar con un barco atado al muelle.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

1 Juan 4:10; Efesios 2:4-5; Romanos 5:10; 2 Corintios 5:18; 2 Timoteo 2:13; Deuteronomio 7:9; Filipenses 3:13-14; Lucas 9:62; Revelación 2:10; 1 Corintios 9:25