Contrariamente a lo que pudiera creerse, la corona
reservada para quienes con Cristo vayan a reinar, no es dada a aquellos que
habiendo respondido al llamado del Padre han sido elegidos sino que lleva la
condicionante de que estos hayan permanecido fieles hasta el final.
Lo anterior es importante tenerlo en cuenta ya que
el pensar que dado que lo que es imposible para nosotros es posible para Dios
puede llevar como consecuencia cierta desidia en nuestra vida espiritual,
después de todo ¿para qué esforzarnos si no depende de nosotros el vencer sino
que esto es gracias al Espíritu de Dios que mora en nosotros?
Si bien lo anterior es cierto, también lo es que un
requisito para que el Espíritu de Dios permanezca en nosotros es que no lo
contristemos, ¿o acaso será congruente, será lógico pensar que si pecamos
voluntaria, conscientemente, estaremos en gracia ante el Padre?, “¿Qué, pues,
diremos? [—escribió Pablo—] ¿Perseveraremos en el pecado para que la
gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo
viviremos aún en él?”.
Claro que una cosa es que, dada nuestra actual
fragilidad, tropecemos en nuestro andar, caigamos, pequemos, pero a cada caída
debe seguir arrepentimiento ya que “si alguno peca, Abogado tenemos para con el
Padre, a Jesucristo el justo”, y ese arrepentimiento llevarnos a mejorar
nuestro andar, pues como escribía Pablo, podemos estar “derribados, pero no
destruidos”.
Esto es muy distinto a la actitud de desidia
comentada al principio donde nos da igual vivir en caídos, abatidos, en pecado
pues, sin esfuerzo alguno por avanzar en el Camino, “porque es imposible que
los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos
partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios
y los poderes del siglo venidero, y
recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo
para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”.
“Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”
—decía Cristo a los de su tiempo y en la figura de ellos a todos los cristianos
de todos los tiempos, incluyéndonos—, siendo que esa paciencia es el aguante
que de nosotros se requiere para que, en tanto el Espíritu de Dios obra en
nosotros, aguardemos y alcancemos el día de nuestra liberación donde plenamente
como hijos del Padre le sirvamos en perfección y santidad, después de todo la constancia del aire erosiona hasta la roca,
la constancia en tus acciones vencerá cualquier obstáculo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Revelación 17:14; Efesios 4:30; 5:18;
Proverbios 24:16; 1 Juan 2:1; 2 Corintios 4:8-9; Hebreos 6:4-6; 10:29; 1 Juan
3:2; 1 Corintios 13:12; 2 Corintios 3:18
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