martes, 25 de diciembre de 2018

Tus metas son alcanzables; veras: extiende tu mano a ellas, ¿ves cómo es que ya están más cerca?



Aunque en la mente del recién convertido la posibilidad de caer en el nuevo camino pueda antojarse casi como imposible, la misma Escritura nos indica que mientras militamos en esta carne las caídas de los elegidos, fieles y justos, están al orden del día.

Esto puede parecer desmoralizante pero sólo es así cuando uno deja de lado las promesas del Padre que no sólo señalan hacia Su trabajar en nosotros para desarrollar Su carácter sino que nos ha proveído, no sólo de un rescate por nuestros pecados a través del sacrificio redentor de nuestro Señor Jesus, sino que a través de Él ha establecido el medio para la intercesión ante nuestras caídas.

La diferencia entre las caídas del justo y las del que es del mundo, es que el primero, el justo,  no las procura, es más, le duele cuando cae, mientras que el segundo, no solo las procura, sino que las disfruta. Es por eso que el primero puede caer siete veces pero las siete veces se levanta.

Pablo señala esto al referirse a los santos como “perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos”. La expresión “derribados, pero no destruidos” implica, si, caer, pero no quedar derrotados en el suelo sino, como la misma Escritura señala, ser levantados por la misma mano del Señor.

Ahora bien, esta infinita misericordia del Padre no debe ser considerada como una libertad para pecar, Pablo es muy claro en esto al preguntarse y responderse “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”

Ahora bien, el justo al caer es dolido, eso está bien pues ese dolor produce arrepentimiento, y ese arrepentimiento nos lleva a confesar nuestros pecados y obtener así del Padre, por mediación de nuestro Señor Jesucristo, el perdón de las faltas cometidas.

Pero “si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”. Aquí voluntariamente se refiere a una forma reiterada de hacer el mal, algo que ya forma parte de nuestra conducta habitual la cual procuramos y en la cual nos regocijamos.

De nuevo: si bien el dolor por las caídas es bueno pues nos lleva a arrepentimiento, nuestra mirada no debe quedarse fijada en eso sino en las promesas que se nos han hecho, como Pablo dice “olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante”, es así como tus metas son alcanzables; veras: extiende tu mano a ellas, ¿ves cómo es que ya están más cerca?


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Proverbios 24:16; 2 Corintios 4:9; Salmos 37:24; Romanos 6:1-2; 2 Corintios 7:10; 1 Juan 1:10; Hebreos 10:23-29, 35-39; Filipenses 3:13; Hebreos 6:1

martes, 18 de diciembre de 2018

Así como el auto necesita gasolina para avanzar, así tus metas necesitan de tus acciones cotidianas para ser alcanzadas



Si nos fijamos, todo en nuestra vida esta de alguna forma planificado por nosotros mismos. Tenemos horarios, citas, reuniones, tenemos metas, objetivos y estrategias. De alguna forma decimos qué queremos lograr y establecemos lo que a nuestro juicio es necesario para ello. Pero ¿y nuestra vida cristiana?

Algo que tiene muy en claro el cristiano es que Dios es quien pone en nosotros el querer y el hacer, de igual forma sabe que la salvación nos es dada por gracia a través de la fe ejercida en el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, más sin embargo de igual forma el cristiano sabe que ha sido llamado a dar fruto y fruto en abundancia.

La parábola de los talentos muestra las dos verdades anteriores, la de la salvación  por gracia y la de las obras para gloria de Dios. Un hombre llama a sus siervos y les da unos talentos. Los talentos se los da gratis, no hay nada que ellos hayan hecho, de hecho los talentos son parte de la riqueza del hombre. Pero no se los da sin esperar nada de sus siervos sino que espera que negocien con ellos y den fruto al grado que reconoce a quienes así hicieron y condena a quien no lo hizo.

Cada uno de nosotros, por la infinita misericordia y el eterno amor del Padre, hemos sido llamados a formar parte de Su familia en Su reino. Si bien hemos respondido ese llamamiento se espera de nosotros llegar a ser fieles y al final, tener fruto en abundancia que mostrar al regreso de nuestro Señor Jesús, quien trae la paga correspondiente a cada uno,  cuando todos seremos juzgados según nuestras obras.

Volviendo sobre la idea inicial, ¿qué tanto de nuestra vida cristiana cuenta, al igual que la vida temporal que ahorita tenemos, de metas y acciones para poder decir que al menos, al menos, estamos trabajando en la obra de Dios?

En este punto hay que aclarar que en esas metas que podamos identificar, hay dos grandes grupos que no deben ser descuidados: las metas de nuestra propia edificación y las metas referidas a nuestra relación con los demás. De nueva cuenta: ambos grupos de metas están correlacionadas y no pueden desligarse.

Si alguien, desligando los dos grupos de metas anteriores, trabaja sólo en su edificación, corre el riesgo de identificarse con aquellas personas que hablando lenguas angelicales, que teniendo profecía y entendimiento de misterios, incluso que teniendo toda la fe, al no tener caridad con los demás lo primero venga a significar nada.

Por otro lado, si alguien trabaja únicamente en su relación con los demás, corre el riesgo de identificarse con aquellas personas que a los demás les profetizan, que les arrojan demonios, que les realizan milagros, todo en nombre Jesús, pero que al final el Señor les dice “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.

Los cristianos no hemos sido llamados a estar ociosos, sino a producir frutos de perfección y santidad para la mayor gloria de Dios, de esa forma tu vida espiritual, al igual que tu vida temporal, así como el auto necesita gasolina para avanzar, así tus metas necesitan de tus acciones cotidianas para ser alcanzadas.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Filipenses 2:13; Efesios 2:9; Efesios 1:7; 1 Corintios 1:30; 1 Timoteo 2:6; Tito 2:14; Juan 15:16; Tito 3:14; Santiago 2:14-26; Gálatas 5:22-23; Mateo 25:14-30; Romanos 2:5-11; Corintios 13:1-3; Mateo 7:21-23

martes, 11 de diciembre de 2018

Nadie ha cruzado la meta sin haber tenido que dar el último paso



Hay algunos cristianos que cree que llegar a la iglesia de Dios es algo que ya da por hecho la salvación. Recordando el discurso de Pedro en Pentecostés es gente que se ha arrepentido, se ha bautizado y ha recibido el don del Espíritu Santo.

Pero la Escritura reiterativamente nos indica cómo es que uno debe mantenerse en el camino al que ha sido llamado so pena de perder las promesas que se nos han dicho. Jesús mismos hablando a la iglesia de Filadelfia le dice que retenga lo que tiene para que nadie le quite su corona, luego entonces esa corona puede ser perdida.

Pero ¿qué hay del dicho de Jesús, respecto de Sus ovejas, en cuanto que nadie las arrebatará de Sus manos?, ¿o de cuando señala, respecto de esas mismas ovejas, que nadie puede arrebatarlas de las manos de Su Padre, de nuestro Padre?

En efecto, nadie puede arrebatarnos de las manos de Jesús ni de las manos de nuestro Padre, Pablo expresa este mismo pensamiento al señalar que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,  ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

Pero una cosa es que nada ni nadie pueda arrebatarnos de las manos de Cristo o de las manos de nuestro Padre y otra muy distinta que nosotros mismos, desechando el llamamiento del que hemos sido objeto y despreciando las promesas que se nos han dado, libremente desdeñemos la salvación que se nos ha ofrecido.

En ese mismo orden de ideas Pablo, escribiendo a los Hebreos, les señala que “si continuamos pecando deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los pecados sino una horrenda expectación de juicio y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.

El llamamiento del que hemos sido objetos es un primer paso en un largo andar que durará toda nuestra vida, por eso inicialmente a esto se le llamaba El Camino, siendo ese camino el mismo Jesús, quien nos conduce al Padre.

El llamamiento es el primer paso en este Camino, pero como todo primer paso, hay un segundo, que es el haber sido de los pocos elegidos, y como dicen que no hay segundo sin tercero hay un tercer y último paso: el ser fieles.

Ser fieles implica fidelidad al camino, fidelidad a la verdad, fidelidad a la vida que revela en la Escritura a través de la Palabra y que en Cristo Jesús tenemos, como dice Revelación, la perseverancia de los santos se refiere a guardar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, después de todo nadie ha cruzado la meta sin haber tenido que dar el último paso.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Hechos 2:38; Juan 10:27-29; Romanos 8:38-39; Hebreos 10:26-27; Hechos 9:1-2; Juan 14; Mateo 22:14; Revelación 17:14; 14:12

martes, 4 de diciembre de 2018

Si ves a un triunfador, verás una persona que se ha levantado tantas veces como se ha caído, y sigue de pie



Generalmente cuando se oye hablar de personajes bíblicos como Noé, Abraham, Moisés o David, entre otros, uno tiende a idealizarlos como sin error alguno poniéndolos casi casi fuera del alcance de nuestra comprensión su vida misma.

Dado que toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, si uno lee en ella la vida de todos los personajes bíblicos, incluso de aquellos que podríamos llamar ejemplares, podrá darse cuenta que eran gente como nosotros, con defectos y virtudes, con debilidades y fortalezas, pero con un deseo de responder al llamado que Dios había hecho en su vida.

Cuando uno tropieza en esta vida, cuando uno cae, tiende a ser sumamente estricto con uno mismo al grado, en ocasiones, de verse y considerarse indigno del llamamiento del que uno ha sido objeto, contrariamente a este pensamiento la Escritura nos dice que Dios no ha escogido ni a lo sabio, ni a lo fuerte, ni a lo estimable de este mundo, sino que escogió a lo necio, a lo débil, a lo vil, para que nadie pueda jactarse en su presencia.

Si tú, como yo, te consideras dentro de los elegidos como parte de este segundo grupo, entiende que sólo los llamados que sean elegidos, y los elegidos que sean fieles, son los que llegando al final de la carrera obtendrán la corona que Dios mismo ha prometido.

Pero volviendo a las ideas iniciales, ¿un justo nunca tropieza, un justo nunca cae? Si pensamos eso vamos contra la Escritura pues la misma señala que no una, ni dos, ni tres veces cae el justo sino incluso siete, pero la diferencia con el pecador es que el justo se levanta esa misma cantidad de veces que cae.

De igual forma, Juan haciendo eco de esto, en su primer carta deja claro que si bien los consejos dados por la Escritura son con el fin de que nos mantengamos en perfección y santidad, si llegamos a pecar –con lo cual reconoce que incluso los llamados, los elegidos  y los fieles pueden pecar- señala que Cristo, nuestra propiciación, actúa como nuestro abogado ante el Padre para obtenernos perdón.

El claro entendimiento de esto permite quitar del cristiano una carga imposible de llevar: la de su misma imperfección, pero de igual forma debe verse desde la correcta perspectiva pues lo anterior, como señala de igual forma la Escritura, no implica una licencia para seguir pecando. Como Pablo señala al escribir a los Romanos  “¿Qué concluiremos? ¿Qué vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?”

Cuando leamos sobre los grandes héroes de la Biblia fijémonos que como nosotros, a pesar de que todo tenían en contra, estaba a su favor algo mayor: Dios, de esta forma si ves a un triunfador, verás una persona que se ha levantado tantas veces como se ha caído, y sigue de pie.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
2 Timoteo 3:16-17; 1 Corintios 1:27-31; Revelación 17:14; 1 Corintios 9:24; 2 Timoteo 4:8; Proverbios 24:16; Romanos 6:1-2; Romanos 8:31

miércoles, 28 de noviembre de 2018

El éxito es la combinación de constancia, disciplina y mucha, ¡pero mucha pasión!



Todos queremos tener éxito en nuestra vida, más sin embargo para el cristiano, el mayor éxito es obtener las promesas que se le han dado por parte de nuestro Padre Dios a través de Su Hijo Jesucristo. Estas promesas, al igual que las temporales, requieren de nosotros lo que como humanos podemos dar aunque imperfectamente: constancia, disciplina y pasión.

La salvación nos viene de gracia, no hay nada que uno pueda hacer por obtenerla, es el eterno amor del Padre y Su infinita misericordia los que, a través del sacrificio redentor de Jesus, ofrecen la salvación para todo aquel que la acepte. Más sin embargo, una vez salvos, hay exigencias para la vida cristiana so pena de perder el regalo que se nos ha dado.

Perder las promesas es algo muy claro a lo largo de la Escritura, desde Génesis cuando Esaú vendió su primogenitura, hasta Revelación cuando se señala la fidelidad como requisito adicional para los llamados y elegidos exhortándoles a cuidar que nadie venga y les arrebate la corona prometida.

Constancia, para el cristiano, es saber que hay algo que tenemos que hacer y asignarle un compromiso de realización a prueba de todo. Dado que la vida cristiana requiere acciones concretas, estas acciones deben tener un tiempo y un espacio asignado para ello, no sólo cuando las circunstancias se presenten. Sin caer en el extremo mecanicista hay que asignar compromisos para el estudio, la oración, la meditación y todo lo que contribuya a nuestra edificación.

Disciplina, para el cristiano, se refiere a que las cosas que deben hacerse se harán sin buscar pretexto para no hacerlas. La disciplina va aunada a la constancia pues la primera le imprime un carácter de calidad a la segunda, después de todo ¿de qué sirve organizarnos para cumplir con constancia las acciones concretas de nuestro cristianismo si las mismas se hacen con desidia, con enfado, con poco compromiso en ellas?

Pasión, en la vida cristiana, es hacer algo que nos guste, pero no solo que nos guste sino que nos guste tanto que valga la pena toda la constancia, toda la disciplina. Este ingrediente, la pasión, hace que puedan realizarse las otras dos, constancia y disciplina, y en el caso de la vida cristiana, para quienes han sido llamados, la promesa de ser reyes y sacerdotes con Cristo en el Reino del Padre por toda la eternidad  debe mover a imprimir en nuestras acciones concretas cristianas esa pasión requerida para ello.

No basta con decir “Señor, Señor”, sino que se requiere cumplir la voluntad de Dios, después de todo el cristiano es conocido no por lo que cree sino por los frutos que puede mostrar, como claramente dice la Escritura “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los que cumplen la ley, ésos serán justificados” y para esto el éxito es la combinación de constancia, disciplina y mucha, ¡pero mucha pasión!

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Génesis 25:27-28:5; Revelación 17:14; 3:11; Romanos 4:21; Hebreos 10:23; Santiago 1:12; Lucas 6:46; Mateo 7:21, 20; Romanos 2:13

miércoles, 21 de noviembre de 2018

No somos eternos, ¿por qué desperdiciar el tiempo como si lo fuéramos?



Sin duda alguna la muerte es uno de esos enigmas que siempre ha intrigado a la humanidad, dado que no hay nada peor que la incertidumbre, el ser humano ha buscado darse una respuesta que si bien no venga a solucionar la cuestión de qué es la muerte al menos le dé cierto sosiego.

Así han surgido un sinfín de explicaciones sobre esto, más sin embargo, quien se atiene a la revelación contenida en la Palabra de Dios, sabe que los muertos están inconscientes en sus tumbas y que la inmortalidad es condicional, lo cual es contrario a la mentira de la serpiente original cuando les dijo a nuestros primeros padres que aunque pecaran, que aunque desobedecieran a Dios, ellos no morirían.

Si bien esta es una verdad, en ocasiones pareciera, incluso para el cristiano, que éste vive como si nunca fuera a morir, no hablando de la condición en la que se encuentran los muertos, sino de que su vida física la vive como si nunca fuera a morir.

Dios no quiere que nadie muera sino que todos procedan a arrepentimiento, por eso da tiempo suficiente para que todos lleguen al conocimiento de la verdad. Algunos han oído la voz del señor y han respondido, pero esa respuesta debe ir acompañada de la diligencia de caminar en el sendero al cual Dios nos ha hablado.

La Escritura exhorta a quienes han respondido al llamado a trabajar de manera individual y colectiva en la edificación de lo que se conoce como el Cuerpo de Cristo, Su iglesia. Para ello es necesario poner nuestros dones al servicio de la Gran Comisión, alentándonos unos a otros, edificándonos unos a otros.

Pero puede darse el caso que algunos oyendo el llamado y respondiendo a él, es decir, arrepintiéndose y bautizándose, esperen de manera desidiosa que la obra de la iglesia o el poder de Dios actúen en él sin necesidad de esfuerzo alguno de su parte.

Se han bautizado, sí, han recibido el Espíritu Santo, sí, van a los servicios de la congregación, sí, pero de su parte no hay estudio, no hay edificación, no hay voluntad para continuar creciendo y pasar de tomar leche a comer carne, es decir, a escudriñar todo reteniendo lo bueno.

Quien piensa así es recriminado por la Escritura y señalado como alguien perezoso, negligente, adormilado, alguien que teniendo todo para su perfeccionamiento y santificación, es decir, alguien que ha respondido al llamado,  no hace nada como si tuviera tiempo en esta vida más que de sobra, así que no lo olvides: No somos eternos, ¿por qué desperdiciar el tiempo como si lo fuéramos?


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Job 14:12-14; Salmo 6:5; 115:17; Eclesiastés 9:5-6; Salmo 49:16-17; Eclesiastés 3:19-20; Salmo 13:3; Hechos 11:34; Hebreos 11:13, 39-40; Juan 5:28-29; Isaías 26:19; 1 Corintios 15:51-56; 1 Tesalonicenses 4:13-18; 2 Pedro 3:9; Efesios 4:12, 16; 1 Corintios 14:12; 1 Tesalonicenses 5:11; 1 Corintios 14:26; 1 Corintios 3:2; Hebreos 5:12-13; Proverbios 10:4; Proverbios 20:13; Proverbios 20:4; Proverbios 24:34; Proverbios 19:15; Proverbios 12:24; Proverbios 13:4; Proverbios 21:25

miércoles, 14 de noviembre de 2018

No hay pretexto: Si puedes hacerlo, hazlo, y si no ¡al menos inténtalo!



Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, cuando se repasa la lista de los frutos del Espíritu, ¿cuántos de nosotros podrá poner una marca de logrado o cumplido en todos? Tal vez algunos tenga un, dos, tres frutos del Espíritu, pero ¿habrá quien tenga todos?, y peor aún: ¿habrá quien los tenga de manera perfecta y santa?

Viendo lo anterior, siendo honestos: ¿cuantas veces nos hemos sentido frustrados, deprimidos, por no dar el ancho debido en nuestro llamamiento, por no ser perfectos y santos?, yo creo que cada que caemos sentimos ese pesar, nos sentimos abrumados. Y está bien, es señal, como decía Pablo, que en nosotros hay dos leyes: la de la carne contra la que luchamos y la de Dios la que procuramos.

Ante esto la Escritura nos da palabras de aliento pues nos dice de Dios que Su poder se perfecciona en nuestra debilidad, ¿cómo es esto? ¡haciéndonos perfectos y santos!

De esta forma el cristiano tiene muy en claro que es Dios quien obra en nosotros el querer y el hacer, que todo lo que llegamos a lograr es por su luz y fuerza en nosotros, que finalmente a Él es la gloria.

Pero lo anterior no implica que de nuestra parte no se dé esfuerzo alguno, Dios ha puesto ante nosotros la vida y la muerte y espera escojamos la vida, pero la elección es de nosotros.  De igual forma se nos insta a pelear la buena batalla, a esforzarnos y no desmayar, a correr y alcanzar la corona que se nos ha sido prometida. El creer y el hacer van de la mano, no sólo se trata de decir “Señor, Señor” sino de creyendo,  hacer en consecuencia, la voluntad de Dios

Pero entonces, ¿qué pasa con esos frutos del Espíritu que no tenemos o aunque tengamos no los tenemos de manera perfecta y santa? Seguirnos esforzando por desarrollarlos, tenerlos y mostrarlos en nuestra vida pero entendiendo que no es nuestro esfuerzo el que los consigue sino sólo el que evidencia ante Dios que queremos lograr eso siendo que de esa forma Él obra en nosotros.

Los Evangelios son muestra de gente ciega, coja, leprosa, que se acercaba al Señor, Cristo les preguntaba qué querían y ellos al expresar su deseo de ser sanados eran limpiados de sus males y dolencias por Jesús.

Nuestros esfuerzos por mostrar los frutos del Espíritu son ese grito que lanzamos a Dios para ser transformados en lo que Él desea para nosotros. Nosotros no lo logramos, pero debemos mostrar con nuestro esfuerzos lo queremos para que Él cumpla Su voluntad en nosotros.

Misterio de misterios pero una esperanza real: Dios mismo trabaja en nosotros, con nuestras debilidades, para desarrollar en cada uno su carácter perfecto y santo, conforme a Su voluntad y para Su mayor gloria en Cristo Jesús, así que no hay pretexto: Si puedes hacerlo, hazlo, y si no ¡al menos inténtalo!


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Gálatas 5:22-23; Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16; Romanos 7:22-25; 2 Corintios 12:9; Filipenses 2:13; Deuteronomio 30:19; 1 Timoteo 6:12; 2 Crónicas 15:7; 1 Corintios 9:24-27; Mateo 7:21-23; 15:21-28; 8:5-13; 9:27-31; Lucas 5:12-16

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Solo un trabajo honesto es productivo, solo un servicio solidario es fructífero, y solo una calidad que exceda lo esperado es justa



Cuando uno habla de la vida cristiana, generalmente se viene a la mente un contexto espiritual casi casi desvinculado del devenir de este mundo, pero una realidad patente es que el cristiano sigue aquí y que debe, entre otras cosas, afanarse por cubrir sus necesidades, claro, sin perder la prioridad en sus metas.

Considerando esto, uno no puede ver la vida material separada de la vida espiritual, ya que como un todo, ambas deben avanzar por el mismo camino al cual Dios nos ha llamado.

El cristiano sabe que incluso sus proyectos temporales deben ser puestos en manos del Señor para que se cumplan conforme a Su voluntad, de igual forma sabe que su labor debe desarrollarla de buena gana pues finalmente uno no dará cuenta al mundo de sus actos sino a Dios mismo.

Este trabajar la Escritura lo define como diligente señalando que el mismo trae bendiciones a quien lo hace con amor. Sobre esto último, es curioso como Pablo señala que todo debe hacerse con amor, no sólo las cuestiones de la iglesia o las que podríamos denominar espirituales, sino todo.

Para mayor énfasis en lo anterior, y para tener las cosas en una correcta perspectiva, la Escritura nos insta a hacer todo –de nuevo: todo- en el nombre del Señor Jesús dando gracias a Dios por medio de Él.

Estos afanes necesarios para cubrir nuestras necesidades temporales, deben poner en primer lugar a Dios y saber, confiadamente, que es Él quien finalmente suplirá lo que incluso materialmente necesitemos y que nos permitirá disfrutar de ello.

Ahora bien, si bien el trabajo es algo que el cristiano sabe como parte integral de su vida, ante esto siempre debe tener en su mente un correcto orden de prioridades. Nuestro Señor Jesús nos insta en la Escritura a ver las aves del cielo que sin tanta preocupación son alimentadas por nuestro Padre Dios, y nos pone delante la premisa de que nosotros somos de mayor valor, por lo que debemos esperar mayor cuidado de Dios para con nosotros en cuanto a nuestras necesidades, para en ese orden de ideas, buscar primero el reino de Dios y su justicia.

El cristiano no es alguien indolente que con desidia espera el Reino de Dios sino alguien que busca en perfección y santidad trabajar para suplir sus necesidades temporales con una correcta perspectiva del orden de las prioridades pues extranjeros y peregrinos somos de este mundo y entiende, de esta forma, que solo un trabajo honesto es productivo, solo un servicio solidario es fructífero, y solo una calidad que exceda lo esperado es justa.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Proverbios 16:3; Colosenses 3:23-24; Proverbios 12:24, 10:22; 1 Corintios 16:14; Colosenses 3:17; 2 Corintios 9:8; Eclesiastés 3:12-13; Mateo 6:26; Mateo 6:33; 1  Pedro 2:12

miércoles, 31 de octubre de 2018

Si bien nuestros pensamientos nos guían y nuestros dichos nos comprometen, son nuestras acciones las que nos definen


Como podemos ver, todo en la existencia se rige de leyes, desde los planetas y sus órbitas, a través de las leyes físicas, hasta la inmensa diversidad de seres vivos, a través de las leyes de la biología; incluso y de igual forma las creaciones humanas, desde una empresa hasta una comunidad, tienen sus reglas.

De igual forma a nivel personal pudiéramos decir que existen reglas, no tan estrictas y exactas como las leyes de la física o de la biología, pero igualmente importantes para definir lo que somos, una de esas leyes, carnal por cierto, es la ley del mínimo esfuerzo.

La ley del mínimo esfuerzo implica conseguir lo que queremos aplicando la menor cantidad de recursos en ello, de nuevo, esta es una ley carnal, y como tal está en contra de las exigencias espirituales de nuestro Padre Dios que espera de nosotros perfección y santidad.

Dentro de esa ley del mínimo esfuerzo se enmarca un pensamiento muy peligroso que señala que con sólo creer en Jesús, como nuestro redentor, uno ya es salvo.

Si bien es cierto la Escritura señala eso, hay que aclarar que se refiere a la salvación que nadie puede alcanzar por sus esfuerzos, por sus propias obras,  y que nos es otorgada por el Padre a través del sacrificio de nuestro Señor Jesús.

Pero pensar que eso es todo lo que de nosotros espera nuestro Padre es engañarnos ya que la misma Escritura señala que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los que cumplen la ley, ésos serán justificados”, en ese mismo orden de ideas nos dice que “el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será bienaventurado en lo que hace”, y de igual forma nos señala que “en esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos”.

Pero quien todavía quiera rechazar esa necesidad de vivir de acuerdo a lo que el Padre espera de nosotros, y argumente que dado es por gracia que se es salvo y no requiere obedecer ley alguna, haría bien en escuchar la recriminación de ese Jesús que dicen haber aceptado cuando señala “¿por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”, y para mayor claridad del punto, ese mismo Jesús aclara que “No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.


No guardamos los mandamientos de Dios para ser salvos, eso nos ha sido otorgado gratuitamente por el Padre a través del sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, sino que más bien porque somos salvos es que guardamos Sus mandamientos. “Muéstrame tu fe sin las obras, -decía el Apóstol Santiago- y yo te mostraré mi fe por mis obras”, esto ya que si bien nuestros pensamientos nos guían y nuestros dichos nos comprometen, son nuestras acciones las que nos definen.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Romanos 8:5; 1 Pedro 1:16; Mateo 5:48; Hechos 16:31; Efesios 2:8; Romanos 2:13; Santiago 1:25; 1 Juan 5:2; Lucas 6:46; Mateo 7:21; Santiago 2:18

miércoles, 24 de octubre de 2018

Hay algo que nadie nunca te podrá quitar y es la capacidad y responsabilidad de tomar tus propias decisiones. Nadie más que tú eres responsable de tu vida.



Desde la desobediencia de nuestros primeros padres, la humanidad siempre ha tratado de quitar de sobre sí las responsabilidades que sus actos acarrean. Adán ante Dios señalaba a la mujer como responsable de haberle dado el fruto del árbol prohibido. De igual forma cada uno de nosotros puede de una manera u otra tratar de hacer responsable a los demás de nuestras decisiones y por lo tanto exonerarnos de sus consecuencias.

Pero bueno, una cosa son los pensamientos de los hombres y otra muy distinta los pensamientos de Dios y en este sentido la Escritura es muy clara en que cada quien responderá de sus propios actos, de sus propias decisiones, y por ende,  las consecuencias que de ellos se acarree.

La noción anterior puede verse desde tres perspectivas. La primera, la más evidente, tiene que ver con nuestra salvación. Debemos mantenernos ocupados en nuestra salvación con temor y con temblor. Temor para hacer el bien y odiar el mal, y temblor para no dejar que nada ni nadie nos arrebate las promesas.

La segunda es para no andarnos metiendo en la vida de los demás ni como jueces, ni como maestros, ni como preceptores, nadie es más que los demás, nadie tiene la verdad última y perfecta, todos estamos siendo edificados, y  a todos se nos ha dispensado la infinita misericordia y el eterno amor del Padre al habernos sido llamados a salvación.

La tercera, y tal vez la más sutil y que deviene de las otras dos, es que debemos ejercer misericordia hacia el hermano y siendo testimonio de Aquel que nos ha llamado a salvación, ayudar al más débil en la fe, sin ser piedra de tropiezo, para su propia corrección, edificación y salvación, siempre con caridad y con extrema humildad.

Es así como esa responsabilidad que sobre nuestras decisiones y nuestras acciones tenemos no debe ser egoístamente entendida como pretexto para convertirnos en una isla y desatendernos de los demás, todos somos responsables de todos, pero no con un sentido de superioridad unos con otros sino de humildad y fraternal caridad.

Siguiendo la enseñanza de nuestro Señor Jesús, debemos primero trabajar en las vigas que tengamos en nuestros ojos y luego ayudar al hermano con la paja que pudiera tener en el suyo, después de todo hay algo que nadie nunca te podrá quitar y es la capacidad y responsabilidad de tomar tus propias decisiones. Nadie más que tú eres responsable de tu vida.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
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Referencias:
Génesis 3:12; Isaías 55:8; Romanos 14:12; Gálatas 6:5; Eclesiastés 12:14; Filipenses 2:12-16; Revelación 3:11; Lucas 6:37; Mateo 7:1; Mateo 23:8,10; Colosenses 2:7; Efesios 2:20; Judas 1:20; Efesios 2:4-5; 1 Pedro 5:10; Tito 2:11-12; 2 Timoteo 1:9; Ezequiel 3:19; Lucas 17:3; Santiago 5:19; Mateo 18:15; Mateo 7:5; Lucas 6:42

miércoles, 17 de octubre de 2018

Como dice en algunos espejos retrovisores de autos: "las cosas están más cerca de lo que parecen"



El ser humano por naturaleza es alguien desesperado, parece como si supiera que tiene poco tiempo en esta tierra y quiere todo rápido. Esta actitud en el creyente puede ser muy dañina para su proceso espiritual pues el mismo lleva algo de tiempo.

Job, por ejemplo, se quejaba de que la vida humana era muy corta y cargada de amarguras, David también señalaba lo corto de la vida y cómo es que ésta estaba sujeta a vanidad. Haciendo eco de esto Salomón hablaba de los días del hombre como penosos y cargados de dolor ¡incluso señalaba que ni de noche descansa nuestro corazón!

Dado que Dios mismo ha dicho que tiene planes de bienestar y no de calamidad, para darnos un futuro y una esperanza, al no ver esto realizado en lo que va de la historia de la humanidad la desazón, la desesperanza, pueden hacer veamos sus promesas como tardadas.

Si uno se fija en esto puede ver como muy dilatado el cumplimiento de las promesas de Dios. Pedro se quejaba de algunos que viendo esto se jactaban del incumplimiento de las promesas de Dios, pero también aclara que Dios tiene Sus tiempos y en estos existe la consideración para que todos vengan a salvación.

El dolor es algo inherente a la vida humana, pero Dios incluso a través de él está obrando una obra gloriosa en nosotros. La Escritura nos presenta como granos de trigo que, al igual que nuestro Señor Jesús, debemos morir para dar vida. Siguiendo este símil Isaías señala como es que de la misma forma el grano de trigo no se tritura para siempre, Dios ha puesto un límite a este siglo y su vanidad estando cada vez más cerca el cumplimiento pleno de lo prometido.

De igual forma la Escritura reconoce el estado actual de las cosas, donde la tristeza y el desazón permea nuestra vida,  pero esperanzadoramente nos permite vislumbrar ese estado futuro de gloria plena al señalar que si bien con lágrimas iniciamos nuestro andar llevando la semilla de la siembra con gritos de alegría traeremos nuestras gavillas.

De los personajes mencionados al inicio, al final Job reconoció que  hablaba lo que no entendía y le pidió a Dios que por lo tanto Él le enseñase. David aceptó que es la Verdad Divina la que guía nuestro andar y le pidió a Dios que le mostrara Sus caminos, Sus senderos. Y Salomón admitió que todo puede resumirse en temer a Dios y guardar Sus mandamientos.

Para avanzar hacia las promesas dadas debemos estirarnos hacia ellas, como Pablo decía, en vez de estar volteando hacia lo que va quedando atrás, después de todo, como dice en algunos espejos retrovisores de autos: "las cosas están más cerca de lo que parecen"



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor



Referencias:
Job 14:1; Salmos 89:47; Eclesiastés 2:23; Jeremías 29:11; 2 Pedro 3:3-9; Salmos 126:6; Job 42:1-4; Samos 25:4-5; Eclesiastés 12:13; Filipenses 3:13