Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fe, mansedumbre, templanza, cuando se repasa la lista de los frutos del
Espíritu, ¿cuántos de nosotros podrá poner una marca de logrado o cumplido en
todos? Tal vez algunos tenga un, dos, tres frutos del Espíritu, pero ¿habrá
quien tenga todos?, y peor aún: ¿habrá quien los tenga de manera perfecta y
santa?
Viendo lo anterior, siendo honestos: ¿cuantas
veces nos hemos sentido frustrados, deprimidos, por no dar el ancho debido en
nuestro llamamiento, por no ser perfectos y santos?, yo creo que cada que
caemos sentimos ese pesar, nos sentimos abrumados. Y está bien, es señal, como
decía Pablo, que en nosotros hay dos leyes: la de la carne contra la que
luchamos y la de Dios la que procuramos.
Ante esto la Escritura nos da palabras de aliento
pues nos dice de Dios que Su poder se perfecciona en nuestra debilidad, ¿cómo
es esto? ¡haciéndonos perfectos y santos!
De esta forma el cristiano tiene muy en claro que
es Dios quien obra en nosotros el querer y el hacer, que todo lo que llegamos a
lograr es por su luz y fuerza en nosotros, que finalmente a Él es la gloria.
Pero lo anterior no implica que de nuestra parte
no se dé esfuerzo alguno, Dios ha puesto ante nosotros la vida y la muerte y
espera escojamos la vida, pero la elección es de nosotros. De igual forma se nos insta a pelear la buena
batalla, a esforzarnos y no desmayar, a correr y alcanzar la corona que se nos
ha sido prometida. El creer y el hacer van de la mano, no sólo se trata de
decir “Señor, Señor” sino de creyendo, hacer en consecuencia, la voluntad de Dios
Pero entonces, ¿qué pasa con esos frutos del
Espíritu que no tenemos o aunque tengamos no los tenemos de manera perfecta y
santa? Seguirnos esforzando por desarrollarlos, tenerlos y mostrarlos en
nuestra vida pero entendiendo que no es nuestro esfuerzo el que los consigue
sino sólo el que evidencia ante Dios que queremos lograr eso siendo que de esa
forma Él obra en nosotros.
Los Evangelios son muestra de gente ciega, coja,
leprosa, que se acercaba al Señor, Cristo les preguntaba qué querían y ellos al
expresar su deseo de ser sanados eran limpiados de sus males y dolencias por
Jesús.
Nuestros esfuerzos por mostrar los frutos del
Espíritu son ese grito que lanzamos a Dios para ser transformados en lo que Él
desea para nosotros. Nosotros no lo logramos, pero debemos mostrar con nuestro esfuerzos
lo queremos para que Él cumpla Su voluntad en nosotros.
Misterio de misterios pero una esperanza real:
Dios mismo trabaja en nosotros, con nuestras debilidades, para desarrollar en
cada uno su carácter perfecto y santo, conforme a Su voluntad y para Su mayor
gloria en Cristo Jesús, así que no hay pretexto: Si puedes hacerlo, hazlo, y si
no ¡al menos inténtalo!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Gálatas 5:22-23; Mateo 5:48; 1 Pedro 1:16; Romanos
7:22-25; 2 Corintios 12:9; Filipenses 2:13; Deuteronomio 30:19; 1 Timoteo 6:12;
2 Crónicas 15:7; 1 Corintios 9:24-27; Mateo 7:21-23; 15:21-28; 8:5-13; 9:27-31;
Lucas 5:12-16
No hay comentarios:
Publicar un comentario