miércoles, 24 de octubre de 2018

Hay algo que nadie nunca te podrá quitar y es la capacidad y responsabilidad de tomar tus propias decisiones. Nadie más que tú eres responsable de tu vida.



Desde la desobediencia de nuestros primeros padres, la humanidad siempre ha tratado de quitar de sobre sí las responsabilidades que sus actos acarrean. Adán ante Dios señalaba a la mujer como responsable de haberle dado el fruto del árbol prohibido. De igual forma cada uno de nosotros puede de una manera u otra tratar de hacer responsable a los demás de nuestras decisiones y por lo tanto exonerarnos de sus consecuencias.

Pero bueno, una cosa son los pensamientos de los hombres y otra muy distinta los pensamientos de Dios y en este sentido la Escritura es muy clara en que cada quien responderá de sus propios actos, de sus propias decisiones, y por ende,  las consecuencias que de ellos se acarree.

La noción anterior puede verse desde tres perspectivas. La primera, la más evidente, tiene que ver con nuestra salvación. Debemos mantenernos ocupados en nuestra salvación con temor y con temblor. Temor para hacer el bien y odiar el mal, y temblor para no dejar que nada ni nadie nos arrebate las promesas.

La segunda es para no andarnos metiendo en la vida de los demás ni como jueces, ni como maestros, ni como preceptores, nadie es más que los demás, nadie tiene la verdad última y perfecta, todos estamos siendo edificados, y  a todos se nos ha dispensado la infinita misericordia y el eterno amor del Padre al habernos sido llamados a salvación.

La tercera, y tal vez la más sutil y que deviene de las otras dos, es que debemos ejercer misericordia hacia el hermano y siendo testimonio de Aquel que nos ha llamado a salvación, ayudar al más débil en la fe, sin ser piedra de tropiezo, para su propia corrección, edificación y salvación, siempre con caridad y con extrema humildad.

Es así como esa responsabilidad que sobre nuestras decisiones y nuestras acciones tenemos no debe ser egoístamente entendida como pretexto para convertirnos en una isla y desatendernos de los demás, todos somos responsables de todos, pero no con un sentido de superioridad unos con otros sino de humildad y fraternal caridad.

Siguiendo la enseñanza de nuestro Señor Jesús, debemos primero trabajar en las vigas que tengamos en nuestros ojos y luego ayudar al hermano con la paja que pudiera tener en el suyo, después de todo hay algo que nadie nunca te podrá quitar y es la capacidad y responsabilidad de tomar tus propias decisiones. Nadie más que tú eres responsable de tu vida.



Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor



Referencias:
Génesis 3:12; Isaías 55:8; Romanos 14:12; Gálatas 6:5; Eclesiastés 12:14; Filipenses 2:12-16; Revelación 3:11; Lucas 6:37; Mateo 7:1; Mateo 23:8,10; Colosenses 2:7; Efesios 2:20; Judas 1:20; Efesios 2:4-5; 1 Pedro 5:10; Tito 2:11-12; 2 Timoteo 1:9; Ezequiel 3:19; Lucas 17:3; Santiago 5:19; Mateo 18:15; Mateo 7:5; Lucas 6:42

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