Como
podemos ver, todo en la existencia se rige de leyes, desde los planetas y sus
órbitas, a través de las leyes físicas, hasta la inmensa diversidad de seres
vivos, a través de las leyes de la biología; incluso y de igual forma las
creaciones humanas, desde una empresa hasta una comunidad, tienen sus reglas.
De
igual forma a nivel personal pudiéramos decir que existen reglas, no tan
estrictas y exactas como las leyes de la física o de la biología, pero
igualmente importantes para definir lo que somos, una de esas leyes, carnal por
cierto, es la ley del mínimo esfuerzo.
La
ley del mínimo esfuerzo implica conseguir lo que queremos aplicando la menor
cantidad de recursos en ello, de nuevo, esta es una ley carnal, y como tal está
en contra de las exigencias espirituales de nuestro Padre Dios que espera de
nosotros perfección y santidad.
Dentro de esa ley del mínimo esfuerzo se enmarca
un pensamiento muy peligroso que señala que con sólo creer en Jesús, como nuestro
redentor, uno ya es salvo.
Si bien es cierto la Escritura señala eso, hay
que aclarar que se refiere a la salvación que nadie puede alcanzar por sus
esfuerzos, por sus propias obras, y que
nos es otorgada por el Padre a través del sacrificio de nuestro Señor Jesús.
Pero pensar que eso es todo lo que de nosotros
espera nuestro Padre es engañarnos ya que la misma Escritura señala que “no son
los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los que cumplen la ley, ésos
serán justificados”, en ese mismo orden de ideas nos dice que “el que mira
atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no
habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, éste será
bienaventurado en lo que hace”, y de igual forma nos señala que “en esto
sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus
mandamientos”.
Pero quien todavía quiera rechazar esa necesidad
de vivir de acuerdo a lo que el Padre espera de nosotros, y argumente que dado es
por gracia que se es salvo y no requiere obedecer ley alguna, haría bien en
escuchar la recriminación de ese Jesús que dicen haber aceptado cuando señala “¿por
qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”, y para mayor
claridad del punto, ese mismo Jesús aclara que “No todo el que me dice: “Señor,
Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos”.
No guardamos los mandamientos de Dios para ser
salvos, eso nos ha sido otorgado gratuitamente por el Padre a través del
sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, sino que más bien porque somos
salvos es que guardamos Sus mandamientos. “Muéstrame tu fe sin las obras, -decía
el Apóstol Santiago- y yo te mostraré mi fe por mis obras”, esto ya que si bien nuestros pensamientos
nos guían y nuestros dichos nos comprometen, son nuestras acciones las que nos
definen.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Romanos 8:5; 1 Pedro 1:16; Mateo 5:48; Hechos
16:31; Efesios 2:8; Romanos 2:13; Santiago 1:25; 1 Juan 5:2; Lucas 6:46; Mateo
7:21; Santiago 2:18
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