martes, 23 de abril de 2024

Un error nos permite aprender en humildad y así ser doblemente mejor que antes de cometerlo

 


A nadie le gusta equivocarse, mucho menos a los elegidos cuyos errores son claramente tipificados como pecado. No se trata de una equivocación banal sino de mayor trascendencia, se ha errado en el camino, se ha tropezado, se ha caído, se ha pecado, ¿cómo sobreponerse a eso?

 

De inicio vamos hablando de la restauración. Juan en su primera carta señala “Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. El mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”.

 

El hecho de que Juan comience este exhorto con ese “hijitos míos” es una señal que se dirige a la iglesia de Dios, luego entonces los elegidos pueden –como probabilidad no como permiso- pecar. Pero Juan señala que es lo que procede en dichos casos: reconocer la falta, arrepentirnos ante Dios, pedir su perdón, y, levantándonos, continuar nuestro andar por el Camino a las promesas que se nos han dado.

 

Pablo resume lo anterior al señalar “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

 

Pero bueno, después de lo señalado. ¿Hay algo que Dios pueda sacar de bueno de nuestra caída?, si, incluso de nuestras caídas Dios puede sacar algo bueno para nosotros si se lo permitimos, ¿qué es eso?, humildad.

 

“A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

 

Quien nunca cae solo puede orar como el fariseo: Gracias por eso o por lo otro que me hacen diferente y mejor que los demás; pero el que tropieza, el que cae, el que peca, sintiendo el dolor de su propia fragilidad, no puede menos que reconocerse pecador y, humillándose ante Dios, pedir su misericordia, y, si permite a Dios trabajar en él, llegar a condolerse de la fragilidad de los demás.

 

“Por eso, el reino de los cielos puede compararse a cierto rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la deuda. Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: «Ten paciencia conmigo y todo te lo pagaré». Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda. Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: «Paga lo que debes». Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo y te pagaré». Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo lo que había sucedido. Entonces, llamándolo su señor, le dijo*: «Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. ¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?». Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano”.

 

Quien nunca hubiese experimentado la misericordia de Dios para perdonar sus faltas, sus múltiples faltas, no puede condolerse de la fragilidad de los demás, pero igual, incluso habiendo sido perdonado, si no permite al Espíritu trabajar en uno, puede no llegar a ser misericordioso, con los otros, así que ya lo sabes, un error nos permite aprender en humildad y así ser doblemente mejor que antes de cometerlo.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 

 

Referencias:

1 Juan 2:1-2; Filipenses 3:13-16; Lucas 18:9-14


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