A nadie le gusta equivocarse, mucho menos a
los elegidos cuyos errores son claramente tipificados como pecado. No se trata
de una equivocación banal sino de mayor trascendencia, se ha errado en el
camino, se ha tropezado, se ha caído, se ha pecado, ¿cómo sobreponerse a eso?
De inicio vamos hablando de la restauración.
Juan en su primera carta señala “Hijitos míos, os escribo estas cosas para que
no pequéis. Y si alguno peca, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo
el justo. El mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los
nuestros, sino también por los del mundo entero”.
El hecho de que Juan comience este exhorto
con ese “hijitos míos” es una señal que se dirige a la iglesia de Dios, luego
entonces los elegidos pueden –como probabilidad no como permiso- pecar. Pero
Juan señala que es lo que procede en dichos casos: reconocer la falta,
arrepentirnos ante Dios, pedir su perdón, y, levantándonos, continuar nuestro
andar por el Camino a las promesas que se nos han dado.
Pablo resume lo anterior al señalar “hermanos,
yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo
a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Pero bueno, después de lo señalado. ¿Hay algo
que Dios pueda sacar de bueno de nuestra caída?, si, incluso de nuestras caídas
Dios puede sacar algo bueno para nosotros si se lo permitimos, ¿qué es eso?,
humildad.
“A unos que confiaban en sí mismos como
justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres
subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo,
puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque
no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este
publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el
publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se
golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que este
descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se
enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Quien nunca cae solo puede orar como el
fariseo: Gracias por eso o por lo otro que me hacen diferente y mejor que los
demás; pero el que tropieza, el que cae, el que peca, sintiendo el dolor de su
propia fragilidad, no puede menos que reconocerse pecador y, humillándose ante
Dios, pedir su misericordia, y, si permite a Dios trabajar en él, llegar a
condolerse de la fragilidad de los demás.
“Por eso, el reino de los cielos puede
compararse a cierto rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y al
comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con
su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la deuda. Entonces el
siervo cayó postrado ante él, diciendo: «Ten paciencia conmigo y todo te lo
pagaré». Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la
deuda. Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le
debía cien denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: «Paga lo que
debes». Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba, diciendo: «Ten
paciencia conmigo y te pagaré». Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo
echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Así que cuando vieron sus
consiervos lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a
su señor todo lo que había sucedido. Entonces, llamándolo su señor, le dijo*:
«Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. ¿No
deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me
compadecí de ti?». Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que
pagara todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros,
si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano”.
Quien nunca hubiese experimentado la
misericordia de Dios para perdonar sus faltas, sus múltiples faltas, no puede
condolerse de la fragilidad de los demás, pero igual, incluso habiendo sido
perdonado, si no permite al Espíritu trabajar en uno, puede no llegar a ser
misericordioso, con los otros, así que ya lo sabes, un error nos permite
aprender en humildad y así ser doblemente mejor que antes de cometerlo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1
Juan 2:1-2; Filipenses 3:13-16; Lucas 18:9-14
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