“A los cielos y a la tierra llamo por
testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la
bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu
descendencia”, estas palabras que Dios dijo a su pueblo previo a entrar en la
Tierra Prometida, non sino la repetición de lo establecido desde el Principio:
“Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás
comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día
que de él comieres, ciertamente morirás”.
En ambos casos Dios nos daba a escoger entre
obedecerle y vivir, es decir, aprender de Él sin tener que experimentar el
dolor, el sufrimiento y la muerte, o bien escoger, desechando su guía, porque
fuera nuestra experiencia la que nos enseñara lo bueno y lo malo, el problema
es que, en esta última opción, al haber errores, dicho aprendizaje sería
experimentando dolor, sufrimiento y muerte. Ya sabemos cuál fue, ha sido, y
sigue siendo la elección que la humanidad en conjunto y cada quien en lo
particular ha decidido.
Con todo y todo el plan de Dios no se truncó
pensar eso haría que nosotros, débiles, torpes, rebeldes y cobardes, pudiéramos
más que Dios: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no
vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da
semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi
boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada
en aquello para que la envié”.
Ahora bien, el hecho de que el plan de Dios
no se hubiere truncado no quiere decir que para aquellos que han aceptado su
llamamiento ya no exista la posibilidad del dolor, el sufrimiento y la muerte.
Seguimos en este mundo, seguimos en la carnalidad y seguimos expuestos a otros
que de igual forma comparten esas características siendo que en el peor de los
casos éstos últimos ni siquiera han venido a salvación.
Con todo y todo, como escribía Pablo a los de
Roma, “pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque
el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos
de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad,
sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma
será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los
hijos de Dios”.
Y todavía mayor claridad, como se nos dice
que hacían Pablo y Bernabé en Lista, Iconio y Antioquía: “confirmando los ánimos de
los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es
necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”,
la cuestión es que, a pesar de las caídas, volvernos a levantar y continuar
nuestro andar a las promesas que se nos han dado, así que, paradójicamente, si
quieres éxito... prepárate primero para muchos fracasos.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Deuteronomio
30:19; Jeremías 21:8; Génesis 2:16-18; Romanos 6:23; Isaías 55:10-11; Zacarías
8:12; Romanos 8:18-21; 2 Corintios 4:17; Hechos 14:22; Juan 16:33