En cierta forma, quienes hemos respondido al
llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo, hemos
adoptado una figura de liderazgo ante el mundo. Esa figura de liderazgo está
confirmada por las palabras que en su momento nuestro Señor antes de partir
dijo a los suyos, y en su figura a todos los seguidores de todos los tiempos: “Id
por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y
fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”.
Ahora bien, esa prédica no se circunscribe
simplemente a expresar las verdades divinas en la figura de las promesas que se
nos han compartido, lo cual sería el “¿hacia dónde?” sino a explicarlas, es
decir, responder al "¿por qué?" y "¿para qué?"
Esto lo resume Pedro cuando, en su primera
carta, señala “glorificad en vuestro corazón a Cristo, el Señor, estando
dispuestos en todo momento a dar razón de vuestra esperanza a cualquiera que os
pida explicaciones”, tan debemos ser capaces de dar esas razones que Pablo,
escribiendo a los de Roma, se refiere a las creencias que profesamos como un
culto racional: “así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional”.
Flaco favor le hacemos a la Palabra cuando,
ante una verdad expuesta de nuestra parte que es cuestionada por los demás, nos
remitimos simplemente a la autoridad de la Escritura diciendo que eso es así
porque así está escrito. Ese no es
ningún argumento, es como el padre de familia que ante los cuestionamientos de
los hijos a las instrucciones dadas simplemente dice “por qué lo digo yo que
soy tu padre”.
Considerando esto y retomando las ideas
iniciales, vemos como Pablo, en su segunda carta a los de Corinto, les dice,
sobre la labor de los elegidos: “derribando argumentos y toda altivez que se
levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a
la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia,
cuando vuestra obediencia sea perfecta”.
De nueva cuenta: Todo lo dicho hasta aquí
implica para el elegido llamado a proclamar la Palabra, ser, como señala Pablo,
“plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la
longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que
excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”,
lo cual solo se logra mediante el estudio, la meditación y la oración.
El elegido, ejerciendo aquel liderazgo que
nuestro Señor nos dio al comisionarnos para proclamar el Evangelio, está
llamado a proclamar las verdades divinas que se le han compartido, pero no solo
presentándolas sino explicándolas, argumentándolas, haciéndolas accesibles para
todo aquel que quiera comprenderlas, después de todo un buen líder no solo sabe
la respuesta a la pregunta "¿hacia dónde?", sino también "¿por
qué?" y "¿para qué?"
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Marcos
16:15-18; Hechos 1:8; Colosenses 1:23; 1 Pedro 3:15; Proverbios 22:21; Colosenses
4:6; Romanos 12:1; 1 Corintios 1:10; 1 Pedro 2:5; Efesios 3:18; Gálatas 2:20; Filipenses
2:5-8
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