martes, 3 de octubre de 2023

Un buen líder no solo sabe la respuesta a la pregunta "¿hacia dónde?", sino también "¿por qué?" y "¿para qué?"

 


En cierta forma, quienes hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo, hemos adoptado una figura de liderazgo ante el mundo. Esa figura de liderazgo está confirmada por las palabras que en su momento nuestro Señor antes de partir dijo a los suyos, y en su figura a todos los seguidores de todos los tiempos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”.

 

Ahora bien, esa prédica no se circunscribe simplemente a expresar las verdades divinas en la figura de las promesas que se nos han compartido, lo cual sería el “¿hacia dónde?” sino a explicarlas, es decir, responder al "¿por qué?" y "¿para qué?"

 

Esto lo resume Pedro cuando, en su primera carta, señala “glorificad en vuestro corazón a Cristo, el Señor, estando dispuestos en todo momento a dar razón de vuestra esperanza a cualquiera que os pida explicaciones”, tan debemos ser capaces de dar esas razones que Pablo, escribiendo a los de Roma, se refiere a las creencias que profesamos como un culto racional: “así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”.

 

Flaco favor le hacemos a la Palabra cuando, ante una verdad expuesta de nuestra parte que es cuestionada por los demás, nos remitimos simplemente a la autoridad de la Escritura diciendo que eso es así porque así está escrito.  Ese no es ningún argumento, es como el padre de familia que ante los cuestionamientos de los hijos a las instrucciones dadas simplemente dice “por qué lo digo yo que soy tu padre”.

 

Considerando esto y retomando las ideas iniciales, vemos como Pablo, en su segunda carta a los de Corinto, les dice, sobre la labor de los elegidos: “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta”.

 

De nueva cuenta: Todo lo dicho hasta aquí implica para el elegido llamado a proclamar la Palabra, ser, como señala Pablo, “plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”, lo cual solo se logra mediante el estudio, la meditación y la oración.

 

El elegido, ejerciendo aquel liderazgo que nuestro Señor nos dio al comisionarnos para proclamar el Evangelio, está llamado a proclamar las verdades divinas que se le han compartido, pero no solo presentándolas sino explicándolas, argumentándolas, haciéndolas accesibles para todo aquel que quiera comprenderlas, después de todo un buen líder no solo sabe la respuesta a la pregunta "¿hacia dónde?", sino también "¿por qué?" y "¿para qué?"

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx


 

Referencias:

Marcos 16:15-18; Hechos 1:8; Colosenses 1:23; 1 Pedro 3:15; Proverbios 22:21; Colosenses 4:6; Romanos 12:1; 1 Corintios 1:10; 1 Pedro 2:5; Efesios 3:18; Gálatas 2:20; Filipenses 2:5-8


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