Puede suceder que, cuando uno viene a
salvación, crea que de ahí en adelante ya no tropezará, no caerá, vamos: ya no
pecará en su andar por el Camino a las promesas que se nos han dado, después de
todo se supone que ahora sí uno tiene claridad en lo que es pecado, pero además
cuenta ahora con la ayuda del Espíritu Santo para vivir perfectamente. La
triste realidad, decepcionante, desmotivante para muchos, es que esto no es así.
Juan, sobre esto, en su primera carta
escribe, “muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo
que hemos de ser; pero sabemos que cuando él aparezca, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es”, pero ¿por qué esto es así?
Pablo, escribiendo a los de Roma, diserta
sobre lo anterior al señalar “porque lo que hago, no lo entiendo; porque no
practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que
no quiero hacer, eso hago, estoy de acuerdo con la ley, reconociendo que es
buena. Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí.
Porque yo sé que, en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el
querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. Pues no hago el bien que
deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico. Y si lo que no quiero
hacer, eso hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí.
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo la ley de que el mal está presente
en mí. Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, pero veo
otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi
mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable
de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?”
El problema de lo señalado desde el inicio es
que no solo tenemos el conocimiento del pecado y no solo contamos ahora con la
ayuda del Espíritu de Dios, sino que también sigue subsistiendo en nosotros la
naturaleza inherente a nuestra carnalidad, dicha naturaleza, como lo expresa
Pablo, es débil torpe, rebelde y cobarde, pero, también como lo expresa Pablo,
lo nuevo en nuestra vida es que dicha naturaleza nos duele, nos ofende, nos
avergüenza, con todo y todo, mientras aún militamos en esta carne, debemos
convivir con ella y con todo lo que eso implica incluso los tropiezos, las
caídas, vamos: los pecados que por esto experimentemos.
Pero, ¿cuál es la expectativa de lo
anterior?, Pablo no nos deja con la incertidumbre, sino que cierra su exposición
con la esperanza que todos aguardamos: “¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará
de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”.
De esta forma, incluso con lo contrario al
llamamiento que aun experimentamos al militar en esta carne, nuestra esperanza
estriba en que, si nos mantenemos fieles, llegará en su momento en que,
liberados de este yugo, podamos servir a Dios de manera perfecta y santa, como
escribe Pablo en su primera carta a los de Corinto: “Porque es menester que
esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.
Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se
haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida es la muerte en victoria”.
El elegido sabe que está actualmente en una
guerra, una guerra que, a pesar de los tropiezos, las caídas, vamos: los
pecados que experimentemos al estar aún sujetos a la naturaleza de nuestra
carnalidad, terminará en la victoria cuando Cristo, a su regreso, nos revista
de incorrupción e inmortalidad, si es que con Él nos mantenemos fieles hasta el
final, así que ya lo sabes, cada batalla que enfrentes, la ganes o no, te
habilita para tu siguiente lucha.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1
Juan 3:2; Job 19:26; Salmos 17:15; Lucas 20:36; Romanos 7:15-25; Gálatas 5:17; Filipenses
3:12-14; 1 Corintios 15:53-54; Romanos 2:7; 2 Corintios 5:2-4
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