martes, 29 de diciembre de 2020

Un líder ve una meta, no como el final del camino, sino como el inicio de otro

 


Cuando venimos a salvación aceptando al sacrificio redentor de Jesús y nos bautizamos nuestros pecados nos son perdonados y si bien mediante la inmediata imposición de manos el Espíritu Santo comienza a morar en nosotros nuestra naturaleza carnal sigue vigente por lo que el esfuerzo para remontarla es continuo.

 

Ese esfuerzo implica el crucificar la carne con sus pasiones ofreciendo a Dios nuestro cuerpo como sacrificio vivo y santo, pero de igual forma, hay cuestiones que toman tiempo vencer definitivamente lo cual no quiere decir que una vez logrado esto nuestra lucha habrá terminado.

 

Sobre esto, Pablo escribiendo a los de Filipo les dice: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Si Pablo reconocía que él aún no había conseguido llegar a la meta, ¿realmente podremos creer que nosotros sí?

 

El andar por el Camino es de un esfuerzo constante, no para ser salvos lo cual ya somos de gracia por la muerte de nuestro Señor Jesucristo sino para alcanzar las promesas que se nos han dado.

 

De manera general, todos los defectos que podamos en nosotros seguir encontrando, todas esas fallas y debilidades, pueden ser englobados como falta de sabiduría ya que, como Jesús mismos dice, al conocer la verdad, pero la verdad plena, somos libres, pero libres completamente. Es por eso que Jacobo, el medio hermano de Jesús, sobre esto señala “y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.

 

Con todo y todo este andar por el Camino, estos retos que enfrentamos, estas luchas que combatimos, nos van dando en Cristo Jesús triunfos que, como escribe Pablo en su segunda carta a los de Corinto, nos van “transforma[ndo] de gloria en gloria en la misma imagen [de Cristo], como por el Espíritu del Señor”.

 

Este proceso no es de golpe sino que lleva toda nuestra vida, por lo que cada triunfo que se obtenga no es el final de nuestro andar sino el aliciente para seguir avanzando, como escribe Pablo a los de Éfeso, “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.

 

En el culmen del liderazgo estamos llamados a ser plenamente hijo de Dios, lo cual implica que en nuestro andar por el Camino hacia las promesas alcanzaremos metas, obtendremos triunfos, que nos habilitaran, que nos motivarán, a continuar nuestro esfuerzo, después de todo un líder ve una meta, no como el final del camino, sino como el inicio de otro.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

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Referencias:

Hechos 2:38; Efesios 1:7; Hechos 8:17; 2 Timoteo 1:6; Gálatas 5:24; Romanos 6:6; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:1; Efesios 2:8-9; Romanos 3:24; Juan 8:32; 2 Corintios 3:17; Santiago 1:5; Mateo 7:7; 2 Corintios 3:18; Romanos 8:29; Efesios 4:13; 2 Pedro 1:4


martes, 15 de diciembre de 2020

Recuerda: ecuanimidad en las caídas y ecuanimidad en los triunfos

 


La vida cristiana no solo está hecha de tribulación, de tropiezos o de sufrimiento, también hay momentos de logro, de conquista, de alegría, pero en ambos casos la madurez del espíritu debe imponerse para ni deprimirse en el primer caso ni vanagloriarse en el segundo.

 

El andar por el camino lleva consigo tropiezos, caídas, esto es dado por la actual carnalidad que padecemos y seguiremos padeciendo en tanto no venga nuestro Señor y seamos transformados, con todo y todo esas caídas son momentáneas, por lo que no deben llevarnos a depresión, como dice David en uno de sus salmos “echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo”

 

De igual forma esos triunfos que en el andar se experimentan no deben ensoberbecer a quien los consigue ya que, después de todo, cualquier pequeña conquista es gracias al Espíritu de Dios que mora en uno, como señala Santiago, el medio hermano de Jesús en su carta “pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.

 

Ambos extremos, de los que debemos por cierto cuidarnos, pueden entenderse en aquel proverbio que señala “vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios”.

 

Ese pedir a Dios no nos de pobreza ni riqueza, la primera para no codiciar lo ajeno y la segunda para no olvidar a Dios, además de la evidente aplicación al ámbito material, puede entenderse de igual forma en el ámbito espiritual como ya se ha mencionado: no sufrir ese desierto espiritual al grado que nos lleve a depresión ni tampoco vanagloriarnos de los triunfos que se obtengan como si los mismos hubiesen sido alcanzados por nuestra propia fuerza.

 

Está bien entristecerse con las caídas, esa es señal que aún tenemos el Espíritu de Dios en nosotros, como dice David en otro de sus salmos “los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. De igual forma es correcto alegrarnos cuando vemos un triunfo en nuestro andar que evidencia nuestro crecimiento espiritual, como señala Pablo en su segunda carta a los de Corinto “pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros manifiesta en todo lugar la fragancia de su conocimiento”.

 

Los tropiezos, las caídas, son algo inherente al andar por el Camino mientras aún militemos en la actual carnalidad, de igual forma los éxitos, los triunfos, son algo que en el caminar experimentaremos por el Espíritu de Dios que nos va fortaleciendo e iluminando, en ambos casos debemos tener el carácter para ni deprimirnos por lo primero ni vanagloriarnos por lo segundo, así que recuerda: ecuanimidad en las caídas y ecuanimidad en los triunfos.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Salmos 55:22; 1 Pedro 5:7; Proverbios 16:3; Santiago 4:6; Job 22:29; Santiago 4:10; Proverbios 30:8-9; Salmos 119:29,37; 1 Timoteo 6:8; Salmos 51:17; 1 Samuel 15:22; Salmos 34:18; 2 Corintios 2:14;  1 Corintios 15:57; Juan 16:33


martes, 8 de diciembre de 2020

Tus objetivos deben tener tres características, no solo dos: ser alcanzables, ser medibles, ¡y ser apasionantes!


 


Siendo de aquellos que hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo, si se nos preguntara  sobre nuestra esperanza, creo que todos coincidiríamos en señalar que ésta es ser con Cristo reyes y sacerdotes en el reino venidero.

 

Esta meta, si bien es loable y de hecho es la que le da sentido a nuestro andar por el Camino, debe tener de igual forma objetivos a corto y mediano plazo que nos permitan ir creciendo en el conocimiento de Dios y Su Hijo y, poniendo por obra esa fe que se dice profesar, ir madurando hasta alcanzar la estatura perfecta de Cristo.

 

¿Se entiende la diferencia? Una cosa es tener en claro las promesas que se nos han dado, otra muy distinta, y a la vez considero indispensable para lo primero, es que sepamos qué debemos ir comprendiendo, qué debemos ir haciendo en nuestra vida para aquello.

 

Pongo un ejemplo. Retomemos la pregunta inicial “¿cuál es la esperanza qué tienes como hijo de Dios?”, la respuesta que ya se dijo es “ser con Cristo reyes y sacerdotes en el reino venidero”. Excelente. Ahora viene la otra pregunta “¿qué estás haciendo, que te falta hacer, para alcanzar eso?”.

 

¿Ves la diferencia? Un hijo de Dios sabe aquello en lo que ha puesta su esperanza, de igual forma un hijo de Dios debe saber qué es aquello que le hace falta para alcanzar lo primero.

 

Pablo en su primera carta a los de Corinto les aclara lo anterior cuando les dice “¿no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”. Esto en cuanto al hacer. En función de esto, ¿hay aún algo en lo que cada quien deba trabajar?, si la respuesta es sí, ¿qué está cada uno haciendo para ello?

 

De igual forma Pablo escribiendo a los Hebreos les dice “porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido.  Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño;  pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. Esto en cuanto al saber. En función de esto, ¿hay aún algo en lo que cada quien deba trabajar?, si la respuesta es sí, ¿qué está cada uno haciendo para ello?

 

Sin duda alguna que la esperanza que se nos ha dado excede con mucho las tribulaciones que en la actualidad se padecen, pero de igual forma esa esperanza debe estar cimentada en propósitos que permitan avanzar por el Camino hacia lo primero, después de todo tus objetivos deben tener tres características, no solo dos: ser alcanzables, ser medibles, ¡y ser apasionantes!

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Colosenses 1:10; 2 Pedro 1:8; Efesios 4:1; 2 Pedro 3:18; Efesios 4:15; 2 Tesalonicenses 1:3; Efesios 4:13; 1 Corintios 14:20; Efesios 1:17; 1 Corintios 6:9-10; Gálatas 5:19-21; Efesios 5:5; Hebreos 5:12-14; Colosenses 3:16; 1 Pedro 4:11

martes, 1 de diciembre de 2020

Cada día es un nuevo comenzar, una nueva oportunidad, un nuevo intentar y lo que es mejor ¡es todo tuyo!

 


Cuando uno responde al llamamiento que del Padre hemos recibido, llega con una ánimo, con una motivación propia de aquello a lo que hemos respondido, pero conforme pasa el tiempo los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados que seguimos experimentando por nuestra carnalidad comienzan a hacer mella en aquello que la Escritura llama el primer amor hasta llegar a enfriarlo.

 

Esto es normal, incluso natural, ya que deviene de nuestra propia carnalidad, es decir, lo que ahorita somos pesa tanto que quiere incluso definir lo que podemos llegar a ser, pero lo que debemos tener en mente es que esto último no depende de nosotros sino del trabajo que el Espíritu de Dios hace en cada uno, como señala la Palabra: “Estoy persuadido de que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.

 

Pero ¿qué hacer ante esa mella que el día a día en la vida del creyente va menguando ese ardor con el que comenzó el caminar? Retomando lo señalado respecto de que aquel pensar es fruto de nuestra carnalidad, puede decirse más ya que la misma es incitada por el Enemigo, es decir, éste nos impele a que nos fijemos en lo que no somos, en nuestras fallas, en nuestras torpezas, en nuestras debilidades, para convencernos de que no merecemos lo que se nos ha dado o peor aún: que no podemos alcanzar las promesas que se nos han dado.

 

Pensar así es poner la vista en nosotros, o más bien: en lo que el Enemigo quiere que pensemos de nosotros, más que en Aquel que nos ha llamado a salvación. Pero lo que debe tenerse en mente es que si nos mantenemos fieles, incluso a pesar de nuestros tropiezos, de nuestras caídas, seguros podemos estar de que el Padre hará en cada uno conforme pensó desde la eternidad.

 

¿Y qué hacer con ese sentimiento avasallador que embarga nuestro corazón cuando tropezamos, cuando caemos, vaya: cuando pecamos?  Quiero que veas algo curioso, providencialmente curioso. Levítico contiene las reglas relativas al culto, a la vida social y a la vida personal del pueblo de Israel. Entre sus muchas disposiciones hay algunas que, señalando la impureza de las personas al haber incurrido en alguna falta, señalaban que las mismas estarían así hasta el anochecer, es decir, había un término para su situación.

 

Ahora compara eso con el pensar de muchos que al tropezar, al caer, ya dan ese hecho como definitivo concediéndole efectos eternos cuando nuestras faltas no pueden con mucho estar por encima de la infinita misericordia y eterno amor de nuestro Padre.

 

Pero mejor aún, Cristo ha sido mediador de un mejor pacto, establecidos sobre mejores promesas, y, si en aquel anterior pacto las faltas tenían un límite, una vigencia por así decirlo, en este mejor pacto, por medio del sacrificio redentor de Jesús, se nos perdonan los pecados, pero no solo los pasados sino también los porvenir, siempre y cuando nos arrepintamos y por medio de Cristo vengamos a reconciliación ante el Padre.

 

Los elegidos no podemos quedarnos estancados en las fallas que seguimos cometiendo como parte de nuestra carnalidad sino ver esto incluso como ese proceso que el Espíritu utiliza para ir creando en nosotros el carácter de un hijo de Dios, después de todo cada día es un nuevo comenzar, una nueva oportunidad, un nuevo intentar y lo que es mejor ¡es todo tuyo!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Revelación 2:4-5; Filipenses 1:6; Salmos 138:8; Levítico 15:16, 19; Hebreos 8:6; 2 Corintios 3:6-11; 1 Juan 2:1-2; Romanos 5:10


martes, 24 de noviembre de 2020

En el viaje por la vida es cómodo ser pasajero, pero mil veces más satisfactorio ser el conductor

 


El llamamiento al que como cristianos hemos respondido, nos ha comprometido a una vida de liderazgo, es decir, a no permitir que sea el Enemigo, el Mundo o la Carne la que decida nuestro destino sino que sea el Espíritu que hemos recibido el que guíe nuestro andar.

 

La diferencia entre ambas posturas es que mientras los dictados del Enemigo, el Mundo y la Carne traen esclavitud, la guía del Espíritu conduce a la libertad. Con todo y todo, Pablo escribiendo a los de Galacia les señala “porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”.

 

De igual forma, la Gran Comisión que implicó e implica ir por todo el mundo para proclamar el Evangelio a toda criatura, establece para el elegido una posición de liderazgo. Cuando nuestro Señor comisiona a sus discípulos, y en su figura a sus seguidores de todos los tiempos, claramente les dice: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas”.

 

Este ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas apunta a ser de aquellos que “por la práctica tienen los sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal”, en la figura de prudentes como serpientes, pero al mismo tiempo, siendo “amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios [nos] perdonó en Cristo”, señalado esto como el ser sencillos como palomas.

 

Todo lo anterior no se da de manera automática sino que implica para el creyente crecer en el conocimiento de Dios y Su Hijo poniendo de igual forma por obra esa fe que se dice profesar, pero ¿cómo se logrará esto si uno cómodamente solo se sienta a esperar se le de el alimento diario sin ejercitar el entendimiento?

 

Acudir a recibir instrucción es básico, pero de igual forma se requiere de uno el esfuerzo de escudriñar la Palabra para adquirir mayor entendimiento. Las verdades de salvación, los principios doctrinales, son ese alimento líquido que uno obtiene al venir a la verdad y que permiten, sobre ello, cimentar mayor conocimiento, pero esto exige de uno tiempo y esfuerzo para buscar en la Palabra esa comprensión que permita avanzar en las verdades divinas.

 

Los de Berea pudieron quedarse muy cómodamente recibiendo lo que Pablo les daba como parte de su predicación, después de todo era apóstol, había sido comisionado por Cristo mismo, él era quien estaba trayendo muchos gentiles a salvación y quien había escrito muchas cartas, con todo y todo estos de Berea se iban a la Palabra para ver si lo que Pablo enseñaba era así, esa es la actitud de liderazgo que se espera del creyente, la otra, la de solamente estar de manera pasiva recibiendo, impide desarrollar ese conocimiento, esa comprensión necesaria para crecer en la comprensión de las verdades divinas.

 

Los elegidos hemos sido llamados por un líder, Jesús, nuestro Señor y Salvador, a también desarrollar una vida de liderazgo, siendo sal de la tierra y luz del mundo, liderazgo que necesaria y forzosamente implica de uno el esfuerzo para escudriñar la Palabra en busca de ese entendimiento que permita crecer en el conocimiento de Dios y Su Hijo poniendo por obra esa fe que se dice profesar,  después de todo en el viaje por la vida es cómodo ser pasajero, pero mil veces más satisfactorio ser el conductor.

 

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Romanos 6:17-19; Gálatas 5:1, 13; 7; Marcos 16:15-18; Mateo 10:16; Hebreos 5:14; Colosenses 1:10; 2 Pedro 3:18; Santiago 1:22-27; 1 Corintios 3:2; Hechos 17:11; Mateo 5:13-16


martes, 17 de noviembre de 2020

Éxito no es lograr todo lo que quieres, sino convertirte en la persona de excelencia que estás llamado a ser


 

Generalmente relacionamos el éxito con el conseguir las metas que uno se propone y, en ese mismo sentido, que dichas metas sean medibles, observables, cuantificables. Parte de esta percepción es verdad, pero, relacionado con el llamamiento al que se ha respondido hay que tener el debido cuidado respecto del orden correcto en cuanto a las prioridades en cuanto a las metas establecidas.

 

Jesús, referido precisamente a esto, en su momento señalo a los de su tiempo y en su figura a sus seguidores de todos los tiempos, “¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?”.

 

Lo anterior está en la misma línea de lo que toda la Escritura expresa referido a este mundo, al presente siglo, en comparación con el Reino de Dios, el siglo venidero, por ejemplo, ¿te has dado cuenta de la manera tan efímera que la Escritura presenta lo que el hombre es y lo que el hombre tiene? “Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae”.  Una hierba es algo débil, pequeño, de poca duración, de hecho, de poca utilidad, es más: incluso a veces hasta nociva cuando de hierba mala se trata. ¿Es eso de lo que debemos ufanarnos?, peor aún: ¿es eso en lo que debemos afanarnos?

 

Juan en su primer carta aborda este mismo tema al señalar “no améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.  Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.  Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. En ese sentido, ¿cuál debería ser el correcto orden de prioridades en cuanto a lo que debe tenerse en primer lugar: aquello que permanece o aquello que es efímero?

 

Ahora bien, no se trata de irse al otro extremo como los ermitaños y anacoretas de antaño, y dejar todo lo de este mundo ya que el mismo pasa y demás, sino tener, como se comentó el debido orden de ideas y usar la vida que se nos da, lo que somos y tenemos, en función de lo que aquellos permanente que deseamos obtener.

 

De esta forma esa vida efímera representada por la hierba en la figura del hombre, ese mundo que pasa donde nada es permanente,  son el medio por el cual podemos acceder a lo real, a lo tangible, a lo eterno, con ese entendimiento podemos entonces aprovechar este interludio consciente para aplicar lo que somos y lo que tenemos en alcanzar las promesas que se nos han sido dadas.

 

Para todo esto, y considerando nuestra carnalidad, para tener ese debido orden de ideas es menester pedir que sea el Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que mora en nosotros el que nos  ilumine y fortalezca para vivir en la conciencia de lo efímera, de lo pasajera que es la vida, de la nada que representa en sí y por sí, entendiendo de esta forma la enorme importancia de en el aquí y en el ahora trabajar por aquello que permanece,  que es verdadero y que es eterno, después de todo éxito no es lograr todo lo que quieres, sino convertirte en la persona de excelencia que estás llamado a ser.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 16:26; Lucas 9:25; Marcos 8:37; 1 Pedro 1:24; Job 14:2; Salmos 39:6; 1 Juan 2:15-17; Romanos 12:2; Santiago 4:4


martes, 10 de noviembre de 2020

La diferencia entre "querer" y "tener" se llama "hacer"

 


¿Quién de los elegidos podría decir que no conoce las promesas que se nos han dado?, si algo mueve el andar por el Camino es precisamente lo que se nos ha dicho encontraremos al final si permanecemos fieles. Pero la cuestión de las promesas solo es una parte del llamamiento porque para alcanzarlas hay que trabajar en ello.

 

Cuando aquel joven le preguntó a Jesús que debía hacer para alcanzar la vida eterna nuestro Señor no le dijo, como en la actualidad anda muy en boga, “solo cree y serás salvo”, al contrario, le señaló muy claramente lo que era menester hacer: “Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre.”

 

De igual forma, recriminando a los de su tiempo —cuidemos no ser figuras de ellos—, nuestro Señor en su momento les dijo “¿por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?  Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante.  Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca.  Más el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa”.

 

En la misma línea de pensamiento Judas, el medio hermano de Jesús, en su carta exhorta a los cristianos de entonces, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos, diciendo “más sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.  Porque si alguno oye la palabra, y no la pone por obra, este tal es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural.  Porque él se consideró a sí mismo, y se fue, y luego se olvidó qué tal era.  Más el que hubiere mirado atentamente en la perfecta ley, que es la de la libertad, y perseverado en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este tal será bienaventurado en su hecho”. De igual forma Pablo escribiendo a los de Roma claramente les señala que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”

 

De principio a fin en la Escritura puede verse el exhorto de poner por obra esa fe que se dice profesar, pero de igual forma, y para moderar este punto de vista, la fe que uno tenga debe ser correcta, verdadera, de otra forma uno pudiera estar trabajando en vano pues como dice Jesús mismo “no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.  Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?  Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.

 

Todos los elegidos que hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo estamos muy conscientes de las promesas que se nos han dado, de la misma forma, muy conscientes debemos estar de que para alcanzarlas se requiere de nuestro esfuerzo para avanzar en el Camino de manera decidida en pos de ellas, después de todo la diferencia entre "querer" y "tener" se llama "hacer".

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Marcos 10:17-31; Mateo 19:16-30; Lucas 18:18-30; Lucas 6:46-49; Mateo 7.24-27; Santiago 1:22-27; Romanos 2:13; Mateo 7:21-23; Lucas 13:25-27


martes, 3 de noviembre de 2020

Tal vez nunca alcances un ideal, pero el solo seguirlo te convertirá en un ideal que otros buscarán alcanzar

 


Los cristianos tenemos muy claro el llamamiento al que hemos respondido: ser perfectos y ser santos como nuestro Padre lo es, con todo y todo, la misma magnitud de la meta puede hacer que algunos se desanimen, ¿por qué?, porque la perfección y santidad no es algo que alcanzaremos en el presente siglo sino en el siglo venidero.

 

Juan, viendo ese conflicto, escribió en su primer carta “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”, de esta forma es más que claro que la perfección y santidad es una meta a la cual tendemos pero que el no haberla alcanzado ahorita no debe  menoscabar el esfuerzo por lograrla.

 

Fíjate en esta aparente contradicción de Pablo, por un lado señala que él no ha alcanzado aún la meta, “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado”, pero por otro nos insta a seguir su ejemplo, “sed imitadores de mí”, ¿cómo puede Pablo esperar le imitemos cuando él mismo no ha logrado lo que busca?, esa aparente contradicción se resuelve cuando se mira todo el panorama.

 

Cuando Pablo reconoce que aún no ha alcanzado lo que busca completa la idea diciendo “pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”, también cuando pide se le imite completa la idea señalando, en cuanto a imitar, “como también yo lo soy de Cristo”.

 

Nuestro Padre es perfecto y santo, eso es a lo que estamos llamados, de igual forma, al ser Él infinito, eterno, todopoderoso y omnisapiente necesitamos de algo que lo represente, ese algo, o más bien ese alguien, es Cristo, a quien la misma Escritura refiere como “la imagen del Dios invisible”, con todo y todo, podemos ver en los hermanos y hermanas en la fe, esa debilidad, esa torpeza, esa rebeldía, y esa cobardía que no identificamos en el Padre ni tampoco en Su Hijo y que nos pueden servir, a manera de edificación, para ver de igual forma, el modo de luchar contra nuestra carnalidad. Ese es el ejemplo que Pablo propone.

 

Pablo no establece la imitación suya como la meta, sino como la manera en que lucha contra el Enemigo, contra el Mundo y contra la Carne para alcanzar las promesas que se nos han sido dadas, de igual forma, cada hermano y hermana en la fe, tu y yo, aunque  aún no hayan alcanzado, no hayamos alcanzando,  esa perfección y esa santidad que habrá de manifestarse en el siglo venidero, pueden, podemos, ser ejemplo de lucha, de tenacidad, de perseverancia para ello, después de todo tal vez nunca alcances un ideal, pero el solo seguirlo te convertirá en un ideal que otros buscarán alcanzar.

 

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 5:48; Levítico 19:2; 1 Pedro 1:16; Levítico 11:45; 1 Juan 3:2; Job 19:26; Salmos 17:15; Colosenses 3:4; Romanos 8:29; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:1-3; 1 Corintios 11:1; Filipenses 3:17; 1 Tesalonicenses 1:6; Colosenses 1:15; Juan 1:18; Juan 14:9


martes, 27 de octubre de 2020

Lo mejor es quedar bien contigo mismo, después de todo ¡eres la única persona que te acompañara toda tu vida!

 


Cuando de andar por la vida se trata, lo mismo que avanzar por el Camino,  uno podrá encontrar muchas opiniones al respecto, opiniones que si bien puede coincidir con la de uno en la mayoría de los casos serán diferentes, como diferentes somos las personas, y en muchas otras ocasiones más incluso contrarias a nuestro pensar.

 

Dada la imposibilidad e impracticidad de pretender que sean los demás quienes guíen nuestro recorrer en esta vida lo mismo que en el Camino, lo mejor que uno puede hacer es atenerse a su opinión, pero —y mucha atención con esto— una opinión que en el caso del cristiano debe ser acorde con la voluntad de Dios.

 

Esto de atenernos a los dictados de nuestra conciencia va de acuerdo con la Palabra. Pablo escribiendo a los de Roma les señala “dichoso el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba”, de igual forma Juan en su primer carta confirma esto al señalar “si nuestro corazón no nos condena, confianza tenemos delante de Dios”, pero de igual forma, esa conciencia debe estar debidamente edificada, conforme a la Palabra, pues de otra forma podríamos estar avanzando, sí, conforme a nuestra conciencia, pero no conforme a la Verdad, pues como dice Proverbios “hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte”.

 

Eso de atenernos a nuestra propia conciencia, como dice Pablo a los de Roma y al mismo tiempo tener cuidado de que el camino que creemos derecho no tenga fin de muerte, como dice Proverbios, pareciera ser una contradicción, pero no lo es. Piensa en esto: no hay manera de actuar si no pensamos, y no podemos pensar a través de otro, luego entonces debemos actuar conforme nuestro pensamiento, conforma nuestra conciencia, pero —de nuevo: esto es mucho muy importante— en el caso del cristiano buscar que esa conciencia sea renovada dejando atrás la carnalidad de la misma para revestirnos del carácter de nuestro Padre Dios.

 

Acorde con esto la Palabra señala “No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y apártate del mal”. Sobre esto de “temer a Jehová”, la Escritura nos señala en Proverbios que “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”, como siempre que la naturaleza humana se impone a la revelación divina, algunos aducen que eso del “temor de Dios” es algo así como tener miedo de faltarle, de ofenderle, pero ¿cómo define la Palabra ese “temor de Dios”? La misma Palabra nos dice que “el temor de Jehová es aborrecer el mal”, ¿y cómo saber cuándo algo es ese mal que debemos aborrecer? Como dice la Escritura “cualquiera que hace pecado, traspasa también la ley; y el pecado es transgresión de la Ley”, con razón Pablo escribiendo a los de Roma les dice “yo no hubiera llegado a conocer el pecado si no hubiera sido por medio de la ley”.

 

De esta forma debemos ser guiados por nuestra conciencia, pero por una conciencia recta, edificada conforme al carácter del Padre, pidiendo que Su Santo Espíritu que mora en nosotros nos ilumine y fortalezca para hacer así pero en el temor de Dios, aborreciendo el mal, tal como la Palabra lo identifica, a saber: aquello que implique violación a la Ley de Dios,  ese así como lo mejor es quedar bien contigo mismo, después de todo ¡eres la única persona que te acompañara toda tu vida!

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 


 

Referencias:

Romanos 14:22; 1 Juan 3:21; Proverbios 14:12; Mateo 7:13,14; Proverbios 1:7; Job 28:28; Proverbios 8:13; Salmos 119:104,128; 1 Juan 3:4; Mateo 5:19; Romanos 7:7; Salmos 19:7-12


martes, 20 de octubre de 2020

Fíjate en las huellas en la vida: si están delante de ti solo sigues a otro, si están detrás, tú haces la historia

 


El elegido que ha respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo sabe que solo debe seguir a Jesús. Claramente nuestro señor exhortó a los de su tiempo, y en su figura a los cristianos de todos los tiempos diciendo “pero vosotros no queráis que os llamen maestro; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos”, incluso Pablo, quien apelaba a imitarle, señalaba claramente que en realidad en su ejemplo se estaría imitando a Cristo, no a él por sí mismo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”.

 

Nuestro Señor claramente dejó constancia de la diferencia entre fundar nuestra casa en la Roca, Él mismo, poniendo por obra lo que nos dice, y fundar la casa sobre la arena, es decir, sin poner por obra lo que él nos pide. De igual forma señaló muy claramente diciendo “no todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

 

Curiosamente, y a pesar de todo lo dicho anteriormente, hay quienes, en vez de seguir la Palabra escrita, la Biblia, y echa carne, Jesús, siguen, de nueva cuenta como en el pasado, tradiciones de los hombres corriendo el riesgo de invalidar la voluntad de Dios.

 

Del cristiano se espera que una vez venido a la verdad, crezca en el conocimiento de Dios y de Su Hijo pasando del alimento líquido, las verdades de salvación, al alimento sólido, las verdades de comprensión, llegando a ser capaces de manejar con precisión la palabra de verdad, desafortunadamente algunos, una vez venidos a la verdad, se estancan en esto.

 

¿Cuál es el principal indicador del estancamiento espiritual anteriormente mencionado? La expresión de algunos que, cuando se trata de avanzar en la compresión de las verdades espirituales, solo puede responder “así me lo enseñaron cuando me evangelizaron” o bien “así se entiende en la iglesia” o bien “una vez venido a la fe así alguien una vez me lo explicó”.

 

Dicha expresión denota un desconociendo de la Palabra, por eso la Escritura reconoce a los de Berea ya que éstos no se quedaban solo con lo que recibían como instrucción sino que se iban a la Palabra para escudriñar si así era ello. Pero esto no es lo peor, lo peor es que al atenerse a lo que otros dijeron pueden estar siguiendo, no a la Palabra escrita ni a la Palabra echa carne, sino a los hombres.

 

Recordemos que todos los miembros del Cuerpo de Cristo “en parte conocemos, y en parte profetizamos”, luego entonces si nos atenemos a lo que en parte alguien comprendió, si no lo contrastamos con la Palabra, si no avanzamos en la comprensión de ello, tendremos solo parte de parte, corriendo el riesgo de ser ciegos guiados por otros ciegos llagando a perecer por falta de conocimiento.

 

El mayor problema de lo anterior no estriba en las verdades de salvación, los principios doctrinales, ya que estos son claros en la iglesia de Dios, el riesgo está en las verdades de comprensión, en ese alimento sólido para el cual es requerido tener ejercitado, desarrollado, fortalecido el conocimiento que deviene de lo alto lo cual solo es posible si constantemente se trabaja, si uno trabaja en ello, así que en cuanto al andar por el Camino fíjate en las huellas en la vida: si están delante de ti solo sigues a otro, si están detrás, tú haces la historia.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 23:8; 1 Pedro 5:3; 1 Corintios 11:1; 1 Tesalonicenses 1:6; Lucas 6:46-49; Santiago 1:22; Mateo 7:21; Romanos 2:13; Marcos 7:1-13; Colosenses 1:10; Filipenses 1:27; 2 Pedro 3:18; Hebreos 5:14; 1 Corintios 3:2; Hebreos 5:12; 2 Timoteo 2:15; Hechos 17:11; 1 Corintios 13:9; Mateo 15:14; Filipenses 1:9; Oseas 4:6; Isaías 5:13; Jeremías 5:4


martes, 13 de octubre de 2020

¡Hasta las caídas sirven! Fortalecen en ti el carácter y te enseñan el valor de la humildad

 


Sin duda alguna que a nadie que haya respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo le gustan las caídas que se experimentan. Cada que uno tropieza, cae, prácticamente se desmorona, se abate, pues inmediatamente en el interior surge un sentimiento de tristeza, de vergüenza al no estar a la altura del llamamiento del que se ha sido objeto para ser perfectos y santos.

 

Sin duda que incluso eso puede servir para el plan de Dios, pero antes de ver de qué manera, hay que aclarar que el tropezar, el caer, no necesariamente implica que uno deja de ser justo, santo ante el Padre. La Escritura señala que “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”, si el tropezar, el caer nos acarreara ser rechazados respecto del llamamiento al que se ha respondido, no diría ahí que “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” pues con una vez que cayera dejaría de ser justo, el entendimiento de esto está en la segunda parte de la frase donde el impío, a diferencia del justo que vuelve a levantarse,  queda caído en el mal siendo absorbido por él.

 

Pero bueno, ¿cómo podría la caída del justo colaborar con el plan de Dios? Veamos el caso de Job. Job, como señala la Palabra, era un “hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”, incluso Dios reconocía esto pues de él dijo al Enemigo  “¿no has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?”, más sin embargo, ¿qué más había en Job?

 

La Escritura en boca de David pone la expresión “¿quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos”, de igual forma pide “escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno”, de esta forma hay errores en uno que sólo pueden ser manifestados por medio de Dios, en el caso de Job, a lo largo de su relato, podemos ver dos situaciones que requerían la atención de Dios en él: una era que se consideraba justo, en sus propias palabras él señala en un momento dado “me aferraré a mi justicia y no la soltaré. Mi corazón no reprocha ninguno de mis días”; la otra era que, a causa de esa manera de verse, desdeñaba a los que consideraba por debajo de su estándar de comportamiento, como cuando señala, ante las adversidades que estaba padeciendo, “pero ahora se ríen de mí los más jóvenes que yo, a cuyos padres yo desdeñara poner con los perros de mi ganado”.

 

Ahora bien, ¿cuál es la conclusión del relato de Job?, podemos señalar tres puntos: el primero, que Job reconoce su nada ante Dios, como él mismo dice “yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía”; segundo, que se abre a la instrucción, corrección, edificación y santificación que devienen del Padre, esto cuando dice a Dios “oye, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás”; y, tercero, que como resultado de esto vino una restauración incluso superior a la que en un inicio tenia Job, como dice la Palabra “y quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job”.

 

Retomando la cita inicial de la Escritura que señala “siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”, al cuestión no estriba en tropezar, en caer, prácticamente eso es ineludible en tanto estemos en esta carne, sino en volvernos a levantar y seguir el Camino hacia las promesas del Padre aceptando su instrucción, su corrección, su edificación, su perfeccionamiento y su santificación, lo cual en la Palabra se expresa como el ser fiel hasta el final, después de todo ¡hasta las caídas sirven! Fortalecen en ti el carácter y te enseñan el valor de la humildad.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

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Referencias:

Mateo 5:48; Levítico 19:2; Deuteronomio 18:13; 1 Pedro 1:16; Levítico 11:44; Proverbios 24:16; Levítico 11:45; Job 1:1, 8; Salmos 19:12; Isaías 64:6; 1 Corintios 4:4; Job 27:6; 30:1; 42:3, 4, 10; Revelación 2:10; Mateo 10:22; 1 Corintios 9:25