La
vida cristiana no solo está hecha de tribulación, de tropiezos o de
sufrimiento, también hay momentos de logro, de conquista, de alegría, pero en
ambos casos la madurez del espíritu debe imponerse para ni deprimirse en el
primer caso ni vanagloriarse en el segundo.
El
andar por el camino lleva consigo tropiezos, caídas, esto es dado por la actual
carnalidad que padecemos y seguiremos padeciendo en tanto no venga nuestro
Señor y seamos transformados, con todo y todo esas caídas son momentáneas, por
lo que no deben llevarnos a depresión, como dice David en uno de sus salmos “echa
sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo”
De
igual forma esos triunfos que en el andar se experimentan no deben ensoberbecer
a quien los consigue ya que, después de todo, cualquier pequeña conquista es
gracias al Espíritu de Dios que mora en uno, como señala Santiago, el medio
hermano de Jesús en su carta “pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios
resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.
Ambos
extremos, de los que debemos por cierto cuidarnos, pueden entenderse en aquel
proverbio que señala “vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des
pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te
niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el
nombre de mi Dios”.
Ese
pedir a Dios no nos de pobreza ni riqueza, la primera para no codiciar lo ajeno
y la segunda para no olvidar a Dios, además de la evidente aplicación al ámbito
material, puede entenderse de igual forma en el ámbito espiritual como ya se ha
mencionado: no sufrir ese desierto espiritual al grado que nos lleve a
depresión ni tampoco vanagloriarnos de los triunfos que se obtengan como si los
mismos hubiesen sido alcanzados por nuestra propia fuerza.
Está
bien entristecerse con las caídas, esa es señal que aún tenemos el Espíritu de
Dios en nosotros, como dice David en otro de sus salmos “los sacrificios de
Dios son el espíritu quebrantado: Al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios”. De igual forma es correcto alegrarnos cuando vemos
un triunfo en nuestro andar que evidencia nuestro crecimiento espiritual, como
señala Pablo en su segunda carta a los de Corinto “pero gracias a Dios, que en
Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros manifiesta en
todo lugar la fragancia de su conocimiento”.
Los
tropiezos, las caídas, son algo inherente al andar por el Camino mientras aún
militemos en la actual carnalidad, de igual forma los éxitos, los triunfos, son
algo que en el caminar experimentaremos por el Espíritu de Dios que nos va
fortaleciendo e iluminando, en ambos casos debemos tener el carácter para ni
deprimirnos por lo primero ni vanagloriarnos por lo segundo, así que recuerda:
ecuanimidad en las caídas y ecuanimidad en los triunfos.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Salmos
55:22; 1 Pedro 5:7; Proverbios 16:3; Santiago 4:6; Job 22:29; Santiago 4:10; Proverbios
30:8-9; Salmos 119:29,37; 1 Timoteo 6:8; Salmos 51:17; 1 Samuel 15:22; Salmos
34:18; 2 Corintios 2:14; 1 Corintios
15:57; Juan 16:33
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