martes, 15 de diciembre de 2020

Recuerda: ecuanimidad en las caídas y ecuanimidad en los triunfos

 


La vida cristiana no solo está hecha de tribulación, de tropiezos o de sufrimiento, también hay momentos de logro, de conquista, de alegría, pero en ambos casos la madurez del espíritu debe imponerse para ni deprimirse en el primer caso ni vanagloriarse en el segundo.

 

El andar por el camino lleva consigo tropiezos, caídas, esto es dado por la actual carnalidad que padecemos y seguiremos padeciendo en tanto no venga nuestro Señor y seamos transformados, con todo y todo esas caídas son momentáneas, por lo que no deben llevarnos a depresión, como dice David en uno de sus salmos “echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo”

 

De igual forma esos triunfos que en el andar se experimentan no deben ensoberbecer a quien los consigue ya que, después de todo, cualquier pequeña conquista es gracias al Espíritu de Dios que mora en uno, como señala Santiago, el medio hermano de Jesús en su carta “pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.

 

Ambos extremos, de los que debemos por cierto cuidarnos, pueden entenderse en aquel proverbio que señala “vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios”.

 

Ese pedir a Dios no nos de pobreza ni riqueza, la primera para no codiciar lo ajeno y la segunda para no olvidar a Dios, además de la evidente aplicación al ámbito material, puede entenderse de igual forma en el ámbito espiritual como ya se ha mencionado: no sufrir ese desierto espiritual al grado que nos lleve a depresión ni tampoco vanagloriarnos de los triunfos que se obtengan como si los mismos hubiesen sido alcanzados por nuestra propia fuerza.

 

Está bien entristecerse con las caídas, esa es señal que aún tenemos el Espíritu de Dios en nosotros, como dice David en otro de sus salmos “los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. De igual forma es correcto alegrarnos cuando vemos un triunfo en nuestro andar que evidencia nuestro crecimiento espiritual, como señala Pablo en su segunda carta a los de Corinto “pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que por medio de nosotros manifiesta en todo lugar la fragancia de su conocimiento”.

 

Los tropiezos, las caídas, son algo inherente al andar por el Camino mientras aún militemos en la actual carnalidad, de igual forma los éxitos, los triunfos, son algo que en el caminar experimentaremos por el Espíritu de Dios que nos va fortaleciendo e iluminando, en ambos casos debemos tener el carácter para ni deprimirnos por lo primero ni vanagloriarnos por lo segundo, así que recuerda: ecuanimidad en las caídas y ecuanimidad en los triunfos.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx



Referencias:

Salmos 55:22; 1 Pedro 5:7; Proverbios 16:3; Santiago 4:6; Job 22:29; Santiago 4:10; Proverbios 30:8-9; Salmos 119:29,37; 1 Timoteo 6:8; Salmos 51:17; 1 Samuel 15:22; Salmos 34:18; 2 Corintios 2:14;  1 Corintios 15:57; Juan 16:33


No hay comentarios:

Publicar un comentario