Cuando
uno responde al llamamiento que del Padre hemos recibido, llega con una ánimo,
con una motivación propia de aquello a lo que hemos respondido, pero conforme
pasa el tiempo los tropiezos, las caídas, vamos: los pecados que seguimos
experimentando por nuestra carnalidad comienzan a hacer mella en aquello que la
Escritura llama el primer amor hasta llegar a enfriarlo.
Esto
es normal, incluso natural, ya que deviene de nuestra propia carnalidad, es
decir, lo que ahorita somos pesa tanto que quiere incluso definir lo que
podemos llegar a ser, pero lo que debemos tener en mente es que esto último no
depende de nosotros sino del trabajo que el Espíritu de Dios hace en cada uno,
como señala la Palabra: “Estoy persuadido de que el que comenzó en ustedes la
buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.
Pero
¿qué hacer ante esa mella que el día a día en la vida del creyente va menguando
ese ardor con el que comenzó el caminar? Retomando lo señalado respecto de que
aquel pensar es fruto de nuestra carnalidad, puede decirse más ya que la misma
es incitada por el Enemigo, es decir, éste nos impele a que nos fijemos en lo
que no somos, en nuestras fallas, en nuestras torpezas, en nuestras
debilidades, para convencernos de que no merecemos lo que se nos ha dado o peor
aún: que no podemos alcanzar las promesas que se nos han dado.
Pensar
así es poner la vista en nosotros, o más bien: en lo que el Enemigo quiere que
pensemos de nosotros, más que en Aquel que nos ha llamado a salvación. Pero lo
que debe tenerse en mente es que si nos mantenemos fieles, incluso a pesar de
nuestros tropiezos, de nuestras caídas, seguros podemos estar de que el Padre
hará en cada uno conforme pensó desde la eternidad.
¿Y
qué hacer con ese sentimiento avasallador que embarga nuestro corazón cuando
tropezamos, cuando caemos, vaya: cuando pecamos? Quiero que veas algo curioso,
providencialmente curioso. Levítico contiene las reglas relativas al culto, a
la vida social y a la vida personal del pueblo de Israel. Entre sus muchas
disposiciones hay algunas que, señalando la impureza de las personas al haber
incurrido en alguna falta, señalaban que las mismas estarían así hasta el
anochecer, es decir, había un término para su situación.
Ahora
compara eso con el pensar de muchos que al tropezar, al caer, ya dan ese hecho
como definitivo concediéndole efectos eternos cuando nuestras faltas no pueden
con mucho estar por encima de la infinita misericordia y eterno amor de nuestro
Padre.
Pero
mejor aún, Cristo ha sido mediador de un mejor pacto, establecidos sobre
mejores promesas, y, si en aquel anterior pacto las faltas tenían un límite,
una vigencia por así decirlo, en este mejor pacto, por medio del sacrificio
redentor de Jesús, se nos perdonan los pecados, pero no solo los pasados sino
también los porvenir, siempre y cuando nos arrepintamos y por medio de Cristo
vengamos a reconciliación ante el Padre.
Los
elegidos no podemos quedarnos estancados en las fallas que seguimos cometiendo
como parte de nuestra carnalidad sino ver esto incluso como ese proceso que el
Espíritu utiliza para ir creando en nosotros el carácter de un hijo de Dios,
después de todo cada día es un nuevo comenzar,
una nueva oportunidad, un nuevo intentar y lo que es mejor ¡es todo tuyo!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Revelación
2:4-5; Filipenses 1:6; Salmos 138:8; Levítico 15:16, 19; Hebreos 8:6; 2
Corintios 3:6-11; 1 Juan 2:1-2; Romanos 5:10
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