¿Te
has puesto a pensar que si pudiéramos por nosotros mismos alcanzar las promesas
que el Padre nos ha hecho no le necesitaríamos?, de hecho, toda la historia de
la salvación sería innecesaria pues nuestras propias fuerzas y capacidades nos
conseguirían aquello que ahora procuramos.
Pablo
escribiendo a los de Éfeso les dice al respecto de manera inspirada “porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. De esta forma aquello que
lograremos es por la gracia de Aquel que nos ha llamado a salvación.
Estas
dos ideas –a saber: el que nosotros no podamos alcanzar lo prometido y el que
lo alcancemos por la gracia de Dios–, si bien es por todos conocidos, conlleva
una verdad subyacente asombrosa, esperanzadora, gloriosa.
Pedro,
en el discurso dicho inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo
sobre la iglesia en Pentecostés, les dijo a aquellos que preguntaban qué
podrían hacer, les dijo “[…] arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en
el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo”.
¿Y
qué es lo que hace el Espíritu de Dios en los que respondiendo al llamado del
Padre vienen a salvación en el presente siglo?, les da el entendimiento y la
fuerza para avanzar en el Camino. Pablo en su primera carta a los de Corinto aborda
esto cuando les dice “porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre,
sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas
de Dios, sino el Espíritu de Dios”.
Pero
además de lo anterior, el Espíritu nos da el entendimiento de la noción
relativa a nuestra adopción como hijos de Dios. Pablo escribiendo a los de Roma
les dice sobre esto “el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que
somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente
con él seamos glorificados”.
Así
que la maravilla, lo asombroso de venir a salvación, es que el mismo Espíritu
de Dios se entrelaza con nuestro espíritu en una amalgama divina donde éste nos
habilita para crecer en el conocimiento de Dios y su Hijo y para avanzar en el
Camino hacia las promesas que se nos han dado.
De
esta forma el no poder alcanzar por nosotros las promesas que se nos han dado
logra algo mejor que si pudiéramos: entrelazar el Espíritu de Dios con nuestro
espíritu para así llegar a ser no solo creaturas creadas suyas sino hijos
engendrados por Él, así que ya lo sabes: No es lo que logras con lo que tienes
lo que define tu carácter sino lo que logras incluso con lo que no tienes.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Efesios 2:8-9; Romanos 3:24; Hechos 2:38; Efesios
1:7; 1 Corintios 2:11; Proverbios 20:27; Romanos 8:16-17; Juan 1:12; Colosenses
1:10; 2 Pedro 3:18
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