A
veces uno puede tender a pensar a que una vez habiendo venido a salvación el
primer y último paso de ese proceso ya está hecho. En efecto, la salvación ha
sido efectuada por nuestro Señor, como dice la Escritura, de una vez y para
siempre: “y no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino por
medio de su propia sangre, entró al Lugar Santísimo una vez para siempre,
habiendo obtenido redención eterna”.
Esa
redención eterna nos es dada cuando de manera individual cada uno de nosotros,
respondiendo al llamamiento del Padre para venir a salvación, somos bautizados,
como dice Pedro en su primera carta “y correspondiendo a esto, el bautismo
ahora os salva (no quitando la suciedad de la carne, sino como una petición a
Dios de una buena conciencia) mediante la resurrección de Jesucristo”.
Pero
el Camino a las promesas que nos han sido dadas no termina con el bautismo sino
que apenas empieza, siendo que en ese andar, mientras vamos creciendo en el
conocimiento de Dios y su Hijo y vamos poniendo por obra esa fe que decimos
profesar, el Espíritu de Dios que mora en nosotros va trabajando para replicar
en cada uno el carácter perfecto y santo de nuestro Padre Dios.
Prueba
de lo anterior nos la da Pablo quien escribiendo a los de Roma les exhorta
diciendo “no os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad”. Claramente esa renovación de nuestro entendimiento no es algo que se
da en un momento dado sino un proceso que tendrá vigencia en tanto andemos por
este mundo rumbo a lo prometido.
En
ese sentido, mientras vamos caminando, nos iremos dando cuenta de muchos
aspectos de nuestra vida que requieren ser trabajados. Defectos de carácter,
debilidades carnales, inclinaciones pecaminosas, y cada uno de esos aspectos
requerirán que los abordemos con carácter, decisión y confianza en Aquel que
nos ha llamado a salvación.
Ahora
bien, el solo hecho de enfrentar nuestras debilidades, torpezas, rebeldías y
cobardías es sin duda frustrante y desgastante, pero entendamos que en esta
lucha no estamos solos, sino que Dios está con nosotros, como Dios mismo dijo a
su pueblo en su momento “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si
por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la
llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu
Salvador”, y si eso le dijo Dios a su pueblo, nosotros, que ahora somos su
pueblo, podemos entenderlo como dicho a nosotros de igual forma.
Los
elegidos sabemos que estamos en una lucha constante contra nosotros mismos, esa
lucha es frustrante y desgastante pues implica ir contra nuestra propia
carnalidad, pero en esa lucha no estamos solos siendo que Dios mismo pelea por
nosotros siendo que nos ha prometido la victoria si es que nos mantenemos
fieles hasta el final, así que ya lo sabes: El primer paso es el más difícil,
en parte por el esfuerzo pero más por tu decisión de superarte a ti mismo.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Hebreos
9:12,22; Lucas 1:68; 1 Pedro 3:21; Tito 3:5; Romanos 12:2; Efesios 4:23-24; Isaías
43:2-4; Deuteronomio 31:8; Éxodo 14:14; Deuteronomio 3:22
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