Uno
de los principales problemas de entendimiento que tiene el elegido que inicia
su andar por el Camino, problema que por cierto busca explotar el Enemigo, es
la idea de que una vez venido a salvación ya no se tropezará, ya no se caerá,
vamos: ya no se cometerán pecados, pero la realidad es diametralmente opuesta a
esta idea.
En
su primera carta Juan, escribiendo por cierto a la iglesia de Dios, no a los
paganos, señala “hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si
alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.
Eso de “hijitos míos” corrobora el hecho de que Juan escribe para la iglesia de
Dios, pero lo interesante es eso que señala
de que “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo”, siendo que en ese entendido un elegido puede tropezar,
caer, vamos: pecar, pero que la actitud de ello debe ser de venir en
arrepentimiento al Padre para obtener por medio de Jesucristo el perdón por
nuestras faltas.
Pablo
desarrolla aún más esta idea pero agregando que incluso esos tropiezos, esas
caídas, pueden traer una comprensión adicional al llamamiento que se ha
respondido: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal,
vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que
quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago,
apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello,
sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora
el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no
hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que
no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo
yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre
interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que
se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado
que está en mis miembros. ¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo
de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo
con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado”.
¿Te
fijas?, lo dicho por Pablo —así es: el apóstol Pablo, el misionero entre los
gentiles, el autor de casi la mitad del nuevo testamento— no solo corrobora que
mientras uno está en esta carnalidad podrá —como posibilidad, no como permiso—
seguir tropezando, cayendo, pero aparte agrega entendimiento adicional al
señalar por qué sucede eso ya que dos leyes hay en uno: una de muerte y otra de
vida, y adicionalmente presenta la solución que en su momento dicho conflicto
dicotómico se resolverá cuando señala “¿quién me librará de este cuerpo de
muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”.
Mientras militemos en esta carne seguiremos sujeto a las
pasiones del actual siglo, pero eso no debe desanimarnos de seguir nuestro
andar a las promesas que se nos han dado sabiendo que al final seremos
liberados de esto y mientras tanto aprendiendo lo que esto significa a la luz
del llamamiento al que hemos respondido, ya que todo problema o tiene una
solución o tiene una enseñanza.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1
Juan 2:1; Romanos 5:10; 1 Corintios 4:14; 1 Timoteo 2:5; Hebreos 7:25; Romanos
7:14-25; 1 Corintios 3:1; Gálatas 4:3; Hebreos 4:12
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