El
cristiano, al haber sido llamado a vivir una vida de perfección y santidad, adquiere
una nueva conciencia donde el conocimiento del bien y el mal, a la luz de la
Palabra, le guían por el Camino hacia las promesas que se le han dado.
Con
todo y todo, desafortunadamente el elegido sigue en la carne la cual es débil,
torpe, rebelde y cobarde, o como señala Pablo escribiendo a los de Roma “la
inclinación de la carne es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley
de Dios, ni tampoco puede”, es por ello que, aunque se desee agradar a Dios
cumpliendo su voluntad, uno termina en ocasiones tropezando, cayendo, vamos:
pecando.
Lo
anterior no es ajeno a la iglesia de Dios. Juan, en su primer carta —la cual
por cierto no va dirigida a los paganos sino a los miembros del Cuerpo de
Cristo— les dice “hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y
si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el
justo”. Desde el momento mismo en que Juan se dirige a los suyos como “hijitos
míos” es más que claro que habla a miembros de la iglesia de Dios, de igual
forma, como puede verse en ese “si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para
con el Padre, a Jesucristo el justo” queda más que claro que aunque se haya
venido a salvación un puede —como posibilidad, no como permiso— pecar, pero de
igual forma Juan deja ver que lo que sigue para el elegido, lo cual es
arrepentirse pues “abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”.
Con
todo y todo los errores que cometa un elegido tienen algo a su favor respecto
del llamamiento al que se ha respondido. Antes de avanzar en esto quiero ser
muy enfático que no estoy haciendo una apología del pecado, como quedó claro
desde el principio estamos llamados a vivir una vida de perfección y santidad,
ajena completamente al pecado, pero dada nuestra actual carnalidad es cierto
que en algún momento tropezaremos, caeremos, dado que como la misma Escritura
señala “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,
esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”, luego entonces
incluso esos tropiezos, esas caídas, deben contribuir en algo a ese llamamiento
al que se ha respondido, ¿qué puede ser esto?
Todos
conocemos la parábola del hijo pródigo, la cual narra de un hijo que pidiendo
su herencia se va de casa del padre a despilfarrarla y cuando ya no le queda
nada regresa con el padre el cual lo recibe y redime. Lo interesante de esa
parábola, para lo que aquí se está desarrollando, es ese momento de “volviendo
en sí” en que la misma parábola señala del hijo que se dice “¡cuántos
jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de
hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de
tus jornaleros”. Sabemos el fin de eso, pero también sabemos que el otro hijo,
aquel que nunca se fue del padre, que nunca le desobedeció y que señalaba
molesto al padre “he aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido
jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero
cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho
matar para él el becerro gordo”.
Con
esto en mente podemos ver cómo es que los tropiezos, las caídas que se
experimentan al andar son incluso capaces de producir algo de valor en el
elegido: una conciencia superior que les ajena a aquellos que nunca han
experimentado aquello.
Si
bien al haber respondido al llamamiento
del Padre para venir a salvación en el presente siglo nos ha comprometido a una
vida de perfección y santidad, mientras militemos en esta carnalidad será
imposible cumplirlo, esto no quiere decir que no nos esforcemos en ellos, ya
llegará el momento en que liberados de este cuerpo de corrupción sirvamos al
Padre en perfección y santidad, pero si quiere decir que incluso esos
tropiezos, esas caídas, obran para bien en los elegidos, a saber: creando una
conciencia superior de la cual carecen quienes no han experimentado aquello, así
que ya lo sabes: No es tan malo tropezarse: cada error te vuelve más sabio.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Levítico
19:2; Mateo 5:48; Levítico 11:44; 1 Pedro 1:16; Romanos 8:7; Santiago 4:4; 1
Juan 2:1; Romanos 8:34; Lucas 15:17-19, 29-30
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