Vamos
viendo algunas de las realidades del llamamiento al que hemos respondido. En su
momento, Jesús dijo a sus seguidores, y en su figura a todos los que en su
momento le seguirían, “Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los
concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes
seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles… El
hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se
levantarán contra los padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos
por causa de mi nombre; más el que persevere hasta el fin, éste será salvo”.
Seamos
honestos: para los que hemos respondido el llamamiento de Jesús, esa
perspectiva no es para nada halagüeña, ¿quién quisiera ser azotado, entregado,
aborrecido o muerto?, es cierto que, como dice Pablo, “los sufrimientos de este
tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser
revelada”, con todo y todo, el escenario para los que sigamos a Jesús no es del
todo agradable.
Lo
más lógico, humanamente hablando, es que ante esa perspectiva la actitud del
creyente fuera más bien triste, apesadumbrada, pero, dado que al recibir el
Espíritu de Dios mediante la imposición de manos después de bautizarnos, bien
puede decirse que ya no estamos solos en esta batalla y que ese mismo Espíritu
permite que vivamos una vida de alegría, gozo, paz y esperanza inentendible
para los que viven en el mundo, por el mundo y para el mundo.
Pablo,
entendiendo esto, señala la manera en que debe comportarse un seguidor de
Cristo: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra,
prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no
perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la
tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las necesidades de los
santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid,
y no maldigáis”.
Pero
Pablo no era el que solo decía, sino que también hacía. Cuando le encerraron a
él y a Silas, ¿qué se pusieron a hacer a medianoche?, ¿llorar, amargarse,
entristecerse?, “pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a
Dios; y los presos los oían”.
“Esto
es imposible” —podrá decir alguien, ¡y tiene razón!... humanamente hablando,
pero lo que es imposible para el hombre es posible para Dios, es por eso que Él
nos ha dado de su Espíritu, ese Espíritu que nos permite experimentar esa paz
que Cristo nos da, no como la del mundo, sino como la que Dios da.
Cristo
nunca engañó a sus seguidores, claramente dijo que el seguirle implicaba no
solo esfuerzo sino sacrificio, sabemos que los promesas exceden con mucho lo
que ahora padezcamos, con todo y todo el Espíritu nos ayuda en el presente
siglo para pasar por las tribulaciones con gozo y esperanza, claro: si es que
le dejamos hacer su trabajo, después de todo tu no escoges muchas de las
batallas que pelearas en tu vida, pero si puedes elegir la actitud con la que
lo harás.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo 10:17-18, 21-22; Hechos 5:40-41, Romanos
8:18; 2 Corintios 4:17; Romanos 12:10-14; 2 Corintios 4:17; Lucas 18:27; Mateo
19:26; Juan 14:27; Filipenses 4:7
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