Desde
el primer momento en que alguien respondiendo al llamamiento del Padre viene a salvación en el presente siglo, le queda muy
en claro que ha dejado de ser parte del mundo al grado que incluso puede
esperar de éste rechazo, con todo y todo nuestro mismo Señor Jesús, pidiendo al
Padre por los suyos, ruega, no porque sean estos sacados del mundo sino
guardados del mal.
Si
bien lo anterior ha generado que algunas personas, ajenas a la verdad revelada,
busquen apartarse del mundo, el cristiano, sabe que su trabajo está
precisamente en ese mundo proclamando el Evangelio, en primer lugar y
testimoniando esa fe en segundo lugar, ambas cosas entrelazadas entre sí.
La
proclamación del Evangelio es requisito indispensable para que la gente,
oyendo, crea y venga salvación; el testimoniar esa fe es para que los hombres, viendo
nuestras buenas obras, glorifiquen de esta forma a Dios.
Ambas
acciones, si se ven con detenimiento, necesaria y forzosamente inciden en el
mundo cambiándolo, con todo y todo un aspecto interesante en esta interacción,
aunque complicada para los creyentes, es que al mismo tiempo dichas acciones de
igual forma terminan cambiando a uno.
Pablo
escribiendo sobre esto a los Romanos les dice “justificados, pues, por la fe,
tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien
también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y
nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que
también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
paciencia; y la paciencia, prueba; y la
prueba, esperanza; y la esperanza no
avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos fue dado”.
De
igual forma, como parte de este proceso, Pedro escribiendo en su primer carta
les dice a nuestros hermanos en la fe de aquel tiempo, y en su figura a todos
los creyentes de toda la historia, “vosotros también, poniendo toda diligencia
por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio
propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto
fraternal, amor. Porque si estas cosas
están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en
cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
Los cristianos no estamos llamados a permanecer
indolentes mientras esperamos la venida de nuestro Señor sino por el contrario
estamos llamados a trabajar aquí y ahora ¡y mucho!, siendo así sal de la tierra
y luz del mundo, después de todo lo que haces cambia al mundo, la intención con
que lo haces te cambia a ti.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Juan
15:19; Mateo 10:22; Juan 17:15; 1 Juan 5:19; Marcos 16:15-20; Mateo 28:19; Romanos
10:17; 1 Tesalonicenses 2:13; Mateo 5:16; Juan 15:8; Romanos 5:1-5; 2 Pedro 1:5-8;
Mateo 5:13-16
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