Cuando
uno llega a la vida cristiana, nuestra mente, condicionada por nuestra propia
naturaleza, puede suponer esto como el haber alcanzado ya una meta, después de
todo ya podemos considerarnos salvos, pero conforme comenzamos a avanzar en el
Camino nos vamos dando cuenta de lo mucho que aún nos falta por recorrer siendo
que esto debemos tenerlo muy en cuenta para no desanimarnos.
El
problema con el cristiano, si es que puede esto considerarse un problema, es
que no podemos ver nuestro nacimiento del agua como algo que casi en automático
nos vuelve santos y perfectos, sino más bien, siguiendo el símil de nacer de
nuevo, como ese recién nacido que debe ir creciendo y madurando, dicho de otra
forma: el nacer de nuevo nos ha hecho vislumbrar un sueño que podemos alcanzar
pero que el mismo requiere de un proceso en nosotros.
Pedro
en su segunda carta, escribiendo a los cristianos de su tiempo —atención con
esto— los exhorta a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo”, si el nacer de nuevo nos llevara a ese estado de
perfección y santidad desde el principio no sería necesaria esta exhortación.
De
igual forma Pablo escribiendo a los de Éfeso les indica que es necesario este esfuerzo, este trabajo “hasta que todos
lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la
condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo”, de nueva cuenta ¿te fijas que apunta algo cuya plena realización está
en el futuro?
En
este mismo sentido, también Pablo, pero escribiendo a los de Galacia, les
indica cuál es el fin de este proceso: “hasta que Cristo sea formado en
vosotros”, otra vez, Pablo apunta a un futuro donde Cristo es formado en
nosotros, futuro que debe ser alcanzado con nuestro crecimiento y maduración
mientras andamos por el Camino.
Al
nacer de nuevo, en este siglo del agua, debemos entender que hemos iniciado un
proceso, más claro aún: un proceso que puede durar toda la vida, donde, por la
misma definición de esto, implica que ahorita no hemos alcanzado la perfección
y santidad que de nosotros se espera.
Pablo
escribiendo a los de Filipo, y reflexionando sobre lo anterior pero tomando
como referencia a sí mismo, les indica una verdad que debemos aplicar en
nuestra vida: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que
prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por
Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no
pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que
queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento
de Dios en Cristo Jesús”.
Los
nacidos de nuevo somos como bebés espirituales, pero debemos crecer para ser
niños, luego jóvenes y por último adultos plenos, llenos de conocimiento y
gracia de Dios y Su Hijo, sabiendo que llegará el día en que seamos
transformados y entonces sí, de manera perfecta y santa, reflejemos el carácter
de Cristo quien es a su vez imagen del
Dios invisible, después de todo para volar, primero correr; para correr,
primero andar; para andar, primero gatear; para gatear, ¡primero soñar!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Juan
3:3-6; 2 Corintios 5:17; 1 Pedro 1:23; 2 Pedro 3:18; Efesios 4:15; 2 Tesalonicenses
1:3; Efesios 4:13; Gálatas 4:19; Filipenses 3:12-14; Romanos
8:39; 1 Corintios 13:10
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