martes, 30 de junio de 2020

Para volar, primero correr; para correr, primero andar; para andar, primero gatear; para gatear, ¡primero soñar!



Cuando uno llega a la vida cristiana, nuestra mente, condicionada por nuestra propia naturaleza, puede suponer esto como el haber alcanzado ya una meta, después de todo ya podemos considerarnos salvos, pero conforme comenzamos a avanzar en el Camino nos vamos dando cuenta de lo mucho que aún nos falta por recorrer siendo que esto debemos tenerlo muy en cuenta para no desanimarnos.

El problema con el cristiano, si es que puede esto considerarse un problema, es que no podemos ver nuestro nacimiento del agua como algo que casi en automático nos vuelve santos y perfectos, sino más bien, siguiendo el símil de nacer de nuevo, como ese recién nacido que debe ir creciendo y madurando, dicho de otra forma: el nacer de nuevo nos ha hecho vislumbrar un sueño que podemos alcanzar pero que el mismo requiere de un proceso en nosotros.

Pedro en su segunda carta, escribiendo a los cristianos de su tiempo —atención con esto— los exhorta a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”, si el nacer de nuevo nos llevara a ese estado de perfección y santidad desde el principio no sería necesaria esta exhortación.

De igual forma Pablo escribiendo a los de Éfeso les indica que es necesario  este esfuerzo, este trabajo “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”, de nueva cuenta ¿te fijas que apunta algo cuya plena realización está en el futuro?

En este mismo sentido, también Pablo, pero escribiendo a los de Galacia, les indica cuál es el fin de este proceso: “hasta que Cristo sea formado en vosotros”, otra vez, Pablo apunta a un futuro donde Cristo es formado en nosotros, futuro que debe ser alcanzado con nuestro crecimiento y maduración mientras andamos por el Camino.

Al nacer de nuevo, en este siglo del agua, debemos entender que hemos iniciado un proceso, más claro aún: un proceso que puede durar toda la vida, donde, por la misma definición de esto, implica que ahorita no hemos alcanzado la perfección y santidad que de nosotros se espera.

Pablo escribiendo a los de Filipo, y reflexionando sobre lo anterior pero tomando como referencia a sí mismo, les indica una verdad que debemos aplicar en nuestra vida: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús.  Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,  prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

Los nacidos de nuevo somos como bebés espirituales, pero debemos crecer para ser niños, luego jóvenes y por último adultos plenos, llenos de conocimiento y gracia de Dios y Su Hijo, sabiendo que llegará el día en que seamos transformados y entonces sí, de manera perfecta y santa, reflejemos el carácter de Cristo quien es a  su vez imagen del Dios invisible, después de todo para volar, primero correr; para correr, primero andar; para andar, primero gatear; para gatear, ¡primero soñar!


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor



Referencias:
Juan 3:3-6; 2 Corintios 5:17; 1 Pedro 1:23; 2 Pedro 3:18; Efesios 4:15; 2 Tesalonicenses 1:3; Efesios 4:13; Gálatas 4:19; Filipenses 3:12-14; Romanos 8:39; 1 Corintios 13:10

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