Sin
duda alguna que uno de los aspectos más complicados de la vida cristiana es el
entendimiento del llamado al que hemos respondido de cara con la debilidad, la
rebeldía, la cobardía y la pecaminosidad de nuestra carne.
Pedro,
en su primer discurso a lo que serían los primeros conversos de la iglesia
naciente, los exhorta a que cada uno se arrepintiera y se bautizara para perdón
de los pecados. Todos los que hemos nacido del agua hemos pasado por ese
proceso, pero el primer tropiezo, la primer caída a la que posteriormente nos
enfrentamos, de muchas, va minando ese buen ánimo pues podemos llegar a
considerar que no somos aptos para el llamamiento al que hemos respondido.
Quiero que veas esto de otra manera y para ello veamos lo
que dice Pablo al respecto: “porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago
lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto
hago, apruebo que la ley es buena. Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor
nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la
carne a la ley del pecado”.
Esta cita es muy claridosa pero debe verse detenidamente.
Fíjate cómo es que Pablo, ¡así es: el Apóstol Pablo!, casi treinta años después
de la muerte y resurrección de nuestro Señor, décadas después incluso de su
llamamiento, reconoce que él mismo no hace lo que quiere sino lo que aborrece,
eso desde el punto de vista de la Ley de Dios.
Pero ni siquiera eso es lo más interesante sino la frase
enigmática donde señala que si lo que no quiere eso hace, con eso él apruebo
que la ley es buena, ¿cómo puede ser posible esto? La clave para entender esto
es la manera en que él mismo se expresa respecto de eso que hace y que es
contrario a la Ley de Dios: eso es algo que él aborrece, así es: aborrece
aunque lo termina haciendo.
El
hacerlo, aunque sea aborrecible, tiene la referencia de la carnalidad a la que
el mismo Pablo hace referencia, carnalidad que tú, yo y todos los miembros del
Cuerpo de Cristo en toda la historia de la iglesia hemos padecido, pero lo
interesante es que en nuestro interior, aunque hagamos algo contrario al
llamamiento motivados por la misma debilidad, torpeza, cobardía o pecaminosidad
que padecemos, seguimos identificando aquello como aborrecible, ¡por eso el
remordimiento que viene después!
¿Te
fijas? El mundo, alejado de los caminos de Dios, no sólo hace el mal sin
remordimiento alguno sino que incluso se jacta de ello y razona de manera justificadora,
los hijos de Dios, al tropezar, al caer, seguimos doliéndonos de nuestro error,
de nuestro pecado, buscando en el arrepentimiento la restauración por parte de
Dios, así que como Pablo podemos decir “si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena”. En todo caso
preocúpate cuando lo que Dios llama malo para ti ya no sea motivo de dolor, de
tristeza, de pesadumbre al hacerlo.
Por último, ¿qué hacer al caer, al tropezar?, ¿qué hace
cuando nuestra conciencia nos recrimine ya que entendemos la Ley de Dios pero
en la carne infructuosamente la podemos poner por obra de manera perfecta y
santa? Dos cosas. La primera, buscar la restauración del Padre a través de Su
Hijo por medio del arrepentimiento, como Juan escribe en su primer carta “Hijitos
míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado,
abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. La segunda, adoptar
la postura de Pablo quien en vez de anclarse en el pasado avanzaba hacia las
promesas del Padre recibidas: “Hermanos, yo mismo no considero haber lo ya
alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a
lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Después de todo no puedes desandar tus
pasos, pero si puedes caminar mejor.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Hechos
2:38; Lucas 24:47; Hechos 3:19; Romanos
7:15-16; Gálatas 5:17; 1 Juan 2:1; Romanos 8:34; 1 Corintios 4:14; Filipenses
3:13-14; Hebreos 6:1; Filipenses 3:8,12
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