Un
sentimiento que es común entre los elegidos es aquel gozo que surge de la
verdad a la que se ha allegado al haber respondido al llamamiento del Padre
para venir a salvación en el presente siglo.
Sea
que uno anduviese en el mundo o bien que haya nacido en la fe, la satisfacción
que surge del entendimiento de las verdades divinas es algo que no tiene
comparación ni que puede ser superado por nada, bueno, casi por nada, ya que
hay algo mejor que eso: ayudar a otros a que encuentren esa luz que deviene de la
verdad resguardada y sostenida por el Cuerpo de Cristo.
Cuando aquellos discípulos se encontraron camino a Emaús
con el Maestro resucitado, aunque no lo conocieron sino hasta el final bien
pudieron decir que su corazón ardía mientras el Señor les explicaba la Palabra.
Ese mismo fuego interior es conocido por los elegidos conforme vamos avanzando
en las verdades reveladas, siendo que ese mismo ardor, esa misma pasión, es la
que nos lleva, nos impele, a proclamar a los demás el conocimiento al que se tiene acceso.
A Jeremías le pasó algo que ejemplifica lo dicho
anteriormente ya que este profeta, al ver la nula respuesta de sus coetáneos, y no solo eso sino incluso el rechazo de
estos, llegó a pensar en dejar de profetizar, pero el mismo declara: “Me había
propuesto no pensar más en ti, ni hablar más en tu nombre, ¡pero en mi corazón
se prendía un fuego ardiente que me calaba hasta los huesos! Traté de
soportarlo, pero no pude”.
Nuestro Señor, antes de partir, les dijo a sus
discípulos, y en su figura a todos sus seguidores de todos los tiempos, que
fuesen por todo el mundo y predicasen el Evangelio. Tal vez no hubiera sido
necesaria esa instrucción pues el mismo Espíritu, como en el caso de Jeremías,
quema a uno por dentro con la luz que trae a la conciencia que obliga a
proclamar las verdades reveladas, con todo y todo, dada la instrucción dada,
esa proclamación y testificación de la fe se vuelven algo insoslayable.
Aun así, lo anterior debe darse en orden, con
conocimiento, de manera correcta, considerando las doctrinas de la iglesia y
conforme a la Palabra. Pablo en su segunda carta a Timoteo le indica al
respecto: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que
no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”. Ese usar bien
la palabra de verdad se refiere a enseña debidamente el mensaje revelado en la
Palabra y por la Palabra, tanto escrita como hecha carne, ya que
indefectiblemente no debemos ser motivo de tropiezo ni a judíos, ni a griegos,
ni a la iglesia de Dios, como dice la Escritura.
En la vida el logro de metas y objetivos nos llega de
satisfacción, con todo y todo esa satisfacción es pasajera, y aunque fuese
permanente se basa en cuestiones que con el tiempo dejan de tener relevancia,
pero la verdad revelada por el Padre a
través de Jesucristo que deviene en salvación, es una meta, un objetivo,
eterno, permanente, y cuyo gozo supera con creces cualquier otra alegría que
pueda experimentarse, es por ello que ese fuego interno que el Espíritu mueve
en nosotros nos impele a llevar a otros ese mismo mensaje, después de todo lo
único mejor que lograr un sueño es ¡compartirlo!
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1
Timoteo 3:15; 1 Pedro 2:5; 1 Corintios 3:9; 2 Corintios 6:1; 1 Corintios 10:32;
2 Corintios 6:3; Lucas 24:32; Lucas 24:45; Jeremías 20:9; Salmos 39:3; Mateo
28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:47-48; 2 Timoteo 2:15; 2 Pedro 1:10,15
No hay comentarios:
Publicar un comentario