martes, 3 de marzo de 2020

Un triunfador no es alguien que no conoce el fracaso, sino alguien que lo conoce tan bien como para saber que no pertenece ahí



La palabra santo ha sido muy llevada y traída a lo largo de la historia del cristianismo generalmente descontextualizándola y por ende encubriendo su significado. Un santo, lo que se dice un verdadero santo, ¿es alguien que nunca peca?, ¿alguien que nunca se equivoca?, ¿alguien que nunca comete errores? Si este fuera el parámetro de comparación, ¿quién podría cumplirlo como para ser identificado como santo?

Honestamente, leyendo la Biblia, salvo Jesús cuya vida fue perfecta y sin pecado, ¿qué otro personaje pudiera caer en la anterior definición?, ¿Abraham?, ¿Noé?, ¿Moisés?, ¿David?, ¿Salomón?, ¿Pablo?, ¿Pedro? Si leemos sus historias podemos ver que estos, al igual que todos los demás personajes de la Escritura —repito: salvo Jesús— estuvieron muy lejos del parámetro de perfección que la palabra santidad, mundanamente entendida, trae a nuestra mente, “como está escrito: no hay justo, ni aun uno”.

Santo se traduce de la palabra hebrea קָדוֹשׁ, kadôsh, la cual significa “ser dedicado a, apartado para, entregado a, separado para, designado para”. Es así como un santo, en el sentido bíblico es aquella persona que ha sido apartada para el servicio de Dios. Esta definición permite entender que un santo lo es si entregado está al servicio divino aunque —y esto es muy importante— cometa aún errores, se equivoque e incluso llegue a pecar, como dice la Palabra “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros”.

En este entendido, es decir: si un santo puede equivocarse, puede errar, puede pecar, ¿cuál es la diferencia entonces entre él y alguien impío? La principal diferencia es que el primero, el santo, aquel que ha sido dedicado al servicio de Dios, no se conforma con el pecado, es más: cuando llega a tropezar, a caer, a pecar, siente ese remordimiento, sabe que hizo mal, no se justifica, no argumenta, venido ante Dios pide perdón, se levanta, se sacude y sigue su andar. Por el contrario el impío no siente remordimiento alguno, para él lo que hizo estuvo bien, se justifica, argumenta, y por ende no viene ante Dios a pedir perdón por lo que su andar se aleja cada vez más del Camino. Como dice la Escritura “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal”

Visto de esta forma un santo no es alguien que no conoce el pecado, sino que lo conoce tan bien como para darse cuenta  que no ha sido llamado para eso, que no forma eso parte de su vida, que no está en su futuro el vivir de esa manera. Entonces ¿qué hacer cuando se tropieza, se cae, se peca?, tal como ya se comentó la opción, la única opción es aceptar, reconocer el error, el pecado, pedir perdón ante el Padre por medio de Jesucristo, levantarse y seguir andando por el Camino.

Con todo y todo hay un peligro muy sutil en esto: creer que dado que uno sigue siendo carnal, débil y falible, luchar contra el pecado es tan fútil que realmente se vuelve inútil y entonces caer en una desidia donde uno se endurezca y ya no importe pecar, pero ¿qué dice la Escritura? “si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios”.

Estas llamado a ir de triunfo en triunfo en Cristo Jesús, eso no quiere decir que en el presente siglo no te equivoques, no cometas errores, no peques, quiere decir que día con día debes salir a mostrar y demostrar que tu deseo por agradar en Dios es más grande que la debilidad inherente a tu presente carnalidad, después de todo un triunfador no es alguien que no conoce el fracaso, sino alguien que lo conoce tan bien como para saber que no pertenece ahí.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
Romanos 3:10; 1 Juan 1:8; Job 25:4; Proverbios 24:16; Job 5:19; 2 Corintios 4:8-12; 1 Juan 2:1; Efesios 4:26; 1 Pedro 1:15-19; Hebreos 10:26-27; 2 Pedro 2:20-21; 2 Corintios 2:14

No hay comentarios:

Publicar un comentario