martes, 17 de marzo de 2020

Nadie ha salido de un agujero hundiéndose más en él



Todo cristiano sabe que en las batallas que enfrentamos hay más de trasfondo que aquello que normalmente se ve, pues —como dice Pablo— “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.

De igual forma los elegidos saben que no se debe subestimar las estrategias de los poderes de las tinieblas a los que nos enfrentamos pues tienen el poder de engañar al mundo entero incluso, de ser posible, a los elegidos. Y de entre todas las estrategias del enemigo, aquella que nos hunde más es una de las más sutiles pero a la vez de las más efectivas.

Esta estrategia se activa una vez que algún santo tropieza, cae, vamos: comete algún pecado. Inmediatamente el Enemigo se instala en su mente con ideas relativas a su salvación: “ya ves, no puedes lograrlo”, “para qué te esfuerzas, no lo conseguirás”, “¿esto es lo que llamas ser un hijo de Dios?”, “eres imperfecto, desiste, no alcanzarás lo que buscas”.

El Enemigo, desde que incitó a nuestros primeros padres a desobedecer en el Jardín de Edén, siempre mezcla algo de verdad con algo de mentira, el resultado, si bien es una mentira completa, permite que aquellos a los que toma desprevenido le permitan entrar en su mente, en su corazón, como un Caballo de Troya que pareciendo inofensivo trae en su interior los gérmenes del enfriamiento, del desistir, de abandonar.

Las medias verdades que el Enemigo dice son aquellas que señalan nuestra debilidad, nuestra insuficiencia, en efecto: uno por sí mismo no puede nada, pero lo que el Enemigo no señala, y que los elegidos debemos tener en cuenta, es que no somos nosotros quienes logramos alcanzar las promesas, sino que es Dios, a través de Cristo, quien nos habilita para ello, quien nos ayuda, fortalece y guía.

La Escritura no nos dice que podemos alcanzar lo que de nosotros se espera por nuestras propias fuerzas, al contrario, la Escritura es muy clara al señalar que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, de igual forma Juan consigna en su Evangelio las palabras de Jesús cuando dice “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

¿Y el pecado, como lidiar con él?, respecto de esto Juan en su primer carta señala “hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, en otras palabras, como señala Proverbios “porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; más los impíos caerán en el mal.”

De esta forma, la próxima vez que en tu mente surjan dudas respecto del llamamiento debido a los tropiezos, las caídas, los pecados que se cometan, más que deprimirse, hundirse o pensar  en desistir, recuerda que dichas ideas vienen del Enemigo pero que alcanzar las promesas no depende de ti sino del Padre y que de nosotros depende permanecer, aunque imperfectamente, fieles hasta el final, después de todo nadie ha salido de un agujero hundiéndose más en él.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
Efesios 6:12; Colosenses 1:13; Revelación 12:9; Génesis 3:1; Mateo 24:24; Marcos 13:22; Filipenses 4:13; Colosenses 1:11; Juan 15:5; 1 Juan 2:1

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