Todo
cristiano sabe que en las batallas que enfrentamos hay más de trasfondo que
aquello que normalmente se ve, pues —como dice Pablo— “no tenemos lucha contra
sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los
gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de
maldad en las regiones celestes”.
De
igual forma los elegidos saben que no se debe subestimar las estrategias de los
poderes de las tinieblas a los que nos enfrentamos pues tienen el poder de
engañar al mundo entero incluso, de ser posible, a los elegidos. Y de entre
todas las estrategias del enemigo, aquella que nos hunde más es una de las más
sutiles pero a la vez de las más efectivas.
Esta
estrategia se activa una vez que algún santo tropieza, cae, vamos: comete algún
pecado. Inmediatamente el Enemigo se instala en su mente con ideas relativas a
su salvación: “ya ves, no puedes lograrlo”, “para qué te esfuerzas, no lo
conseguirás”, “¿esto es lo que llamas ser un hijo de Dios?”, “eres imperfecto,
desiste, no alcanzarás lo que buscas”.
El
Enemigo, desde que incitó a nuestros primeros padres a desobedecer en el Jardín
de Edén, siempre mezcla algo de verdad con algo de mentira, el resultado, si
bien es una mentira completa, permite que aquellos a los que toma desprevenido
le permitan entrar en su mente, en su corazón, como un Caballo de Troya que
pareciendo inofensivo trae en su interior los gérmenes del enfriamiento, del
desistir, de abandonar.
Las
medias verdades que el Enemigo dice son aquellas que señalan nuestra debilidad,
nuestra insuficiencia, en efecto: uno por sí mismo no puede nada, pero lo que
el Enemigo no señala, y que los elegidos debemos tener en cuenta, es que no
somos nosotros quienes logramos alcanzar las promesas, sino que es Dios, a
través de Cristo, quien nos habilita para ello, quien nos ayuda, fortalece y
guía.
La
Escritura no nos dice que podemos alcanzar lo que de nosotros se espera por nuestras
propias fuerzas, al contrario, la Escritura es muy clara al señalar que todo lo
podemos en Cristo que nos fortalece, de igual forma Juan consigna en su
Evangelio las palabras de Jesús cuando dice “Yo soy la vid, vosotros los
pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque
separados de mí nada podéis hacer”.
¿Y
el pecado, como lidiar con él?, respecto de esto Juan en su primer carta señala
“hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere
pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, en otras
palabras, como señala Proverbios “porque siete veces cae el justo, y vuelve a
levantarse; más los impíos caerán en el mal.”
De
esta forma, la próxima vez que en tu mente surjan dudas respecto del
llamamiento debido a los tropiezos, las caídas, los pecados que se cometan, más
que deprimirse, hundirse o pensar en
desistir, recuerda que dichas ideas vienen del Enemigo pero que alcanzar las
promesas no depende de ti sino del Padre y que de nosotros depende permanecer,
aunque imperfectamente, fieles hasta el final, después de todo nadie ha salido
de un agujero hundiéndose más en él.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Efesios
6:12; Colosenses 1:13; Revelación 12:9; Génesis 3:1; Mateo 24:24; Marcos 13:22;
Filipenses 4:13; Colosenses 1:11; Juan 15:5; 1 Juan 2:1
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