La
vida cristiana, como lo sabe todo elegido que ha respondido al llamamiento del
Padre para venir a salvación en el presente siglo, se sustenta tanto en la fe
como en las obras. En la fe ya que la salvación deviene de aceptar el
sacrificio redentor de nuestro Señor Jesús, como dice la Escritura: “porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; no por obras, para que nadie se
gloríe”; y en las obras ya que nuestro andar por el mundo debe servir como
testimonio siendo así sal de la tierra y luz del mundo, como dice la Palabra: “así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
En
ese sentido, a saber, que el andar por el Camino se sustenta en la fe y en las
obras, es que cada elegido debe entender que en ambos aspectos está el ir
siendo perfeccionado por la acción del Santo Espíritu de nuestro Padre Dios que
mora en cada uno.
En
cuanto a la fe, este perfeccionamiento implica ir adquiriendo cada vez más conocimiento,
tanto en extensión como en profundidad, relacionado con la fe que se dice
profesar. Sobre esto es más que esclarecedor el exhorto que hace Pablo para
pasar del alimento líquido, el entendimiento básico de las verdades de
salvación, al alimento sólido, el entendimiento pleno de las verdades de
comprensión: “aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de
justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado
madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento
del bien y del mal” […] para que “[habitando] Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que,
arraigados y cimentados en amor, seáis
plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la
longitud, la profundidad y la altura, y de
conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis
llenos de toda la plenitud de Dios”. Todo lo cual implica seguir en estudio, en
meditación, en oración hasta avanzar —aunque de inicio no sea así— en esa comprensión.
En cuanto a las obras, este
perfeccionamiento implica ir madurando en el testimonio que por medio de las
obras ante el mundo se da. Sobre esto es claro Pablo cuando en su primer carta
a los de Corinto les exhorta diciendo “estad firmes y constantes, creciendo en
la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en
vano”, de igual forma escribiendo a los de Roma les dice que “a los que
perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad [alcanzarán]
la vida eterna”, con todo y todo hay que tener cuidado que lo que se busque en
esto no sea la propia exaltación, contra lo cual la Escritura nos previene,
sino que siempre se busque la gloria de Dios: “así pues, ya sea que comáis, que
bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Todo lo cual implica seguir poniendo la
fe por obras hasta que éstas —aunque de inicio no sea así— den su fruto.
Pero
—y esto es muy importante—, para lograr lo anterior uno debe seguir, en cuanto
a la fe, estudiando, meditando, orando,
y en cuanto a las obras, haciendo el bien sin desfallecer ya que en su debido
momento se segará lo sembrado, como dice Pablo escribiendo a los de Colosas “para
que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda
buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”, después de todo a. veces
hay que tocar cien puertas para que se abra una.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Efesios 2:8-11; Santiago 2:17-22; Mateo 5:16;
2 Pedro 3:18; Juan 17:3; Hebreos 5:13-14; Efesios 3:17-19; 1 Corintios 15:58; Romanos
2:7; 1 Corintios 10:31; Gálatas 6:9; Colosenses 1:10
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