Cuando
de liderazgo en la iglesia de Dios hablamos, generalmente uno tiende a pensar
en sus dirigentes, pero si bien nuestros dirigentes tienen ciertas
responsabilidades muy puntuales en la congregación, la Escritura nos habla de que todo cristiano
es llamado a ser líder, a ser en este tiempo sal de la tierra y luz del mundo y
en el mundo venidero reyes y sacerdotes con Cristo Jesus.
Lo
anterior no puede lograrse si el cristiano en la actualidad muestra un espíritu
de apocamiento, de tibieza, sobre esto, Pablo escribiendo a Timoteo deja muy
claro que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y
de dominio propio” y luego le indica que “por tanto, no te avergüences de dar
testimonio de nuestro Señor”, lo mismo va para nosotros.
Lo
anterior no quiere decir que el cristiano no puede equivocarse, tropezar o de plano
incluso caer, lo que quiere decir es que en cada momento estamos en una lucha
constante para llegar cada uno a reflejar, por la acción del Santo Espíritu de
nuestro Padre Dios que en nosotros mora, el perfecto carácter de Jesucristo,
nuestro Señor y Salvador.
Visto
de esta forma ese liderazgo es como uno, antes de pretender decirle a los demás
qué o cómo hacerle en su vida, busca constantemente trabajar en sí mismo en la
viga que uno puede traer en el ojo antes de ayudar al hermano con la paja que
trajese en el suyo.
De
nuevo: hay que ser astutos como las serpientes y prudentes como las palomas, lo anterior no quiere decir que no exhortemos
o que no podamos redargüir o corregir cuando vemos algo mal en los demás, pero
debemos hacerlo con humildad y sencillez, viendo primero en nosotros si no es
que estamos peor que quien queremos reprender.
Finalmente
cada quien responderá por sus obras, por eso si uno se acerca al hermano para
alguna amonestación siempre deberá hacerse con un sentido de amor fraternal, de
preocupación sincera por su salvación, pero sabiendo que todo aquel que se erija
como maestro de los demás recibirá un juicio más severo.
Un
juicio más severo deviene porque si uno dice “yo sé”, entonces así se le juzga
y si enseña a los demás bien o mal, así recibirá; por ello debe uno día con día
evaluarse, corregirse, edificarse y santificarse, no por nuestros propios
esfuerzos o nuestros propios méritos, sino por la gracia de Dios, Su luz y Su
fuerza, que a través de Su Santo Espíritu nos dispensa.
La
ayuda a los demás en su propia edificación deviene del mandato supremo de amar
al prójimo como a nosotros mismos, sabiendo que ello implica animarse y
edificarse unos a otros, buscando no nuestros propios intereses sino los del
prójimo y recordando, en consecuencia, que un líder nunca exige de sus
seguidores más de lo que él mismo da, pero si les exige más de lo que ellos
pueden dar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo 5:13-16; Revelación 1:6; 5:10; Mateo 7:3-5; Lucas
6:42; Mateo 10:16; Jeremías 31:30; Romanos 14:12; Mateo 18:15; Santiago 3:1; Mateo
5:19; Juan 9:41; Marcos 12:31; 1 Tesalonicenses 5:11; 1 Corintios 10:24
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