Una
verdad constante en la vida del cristiano es que no somos de este mundo, Pedro
se refería a la iglesia de Dios como formada por extranjeros y peregrinos y
Pablo escribiendo a los Filipenses les indicaba como es que su ciudadanía, así
como la nuestra, está en los cielos.
¿Quiere
decir lo anterior que el cristiano es entonces un apático de las cosas de este
mundo? Para nada. Lo que pasa es que en su mente y en su corazón tiene muy
claro el orden de prioridades sabiendo que lo primero en su vida es buscar el Reino
de Dios y su justicia sabiendo que todo lo demás le vendrá por añadidura.
Con
todo y todo hay que reconocer que como personas nos duele, nos molesta y nos
indigna, la maldad, la injusticia, el desafuero que hay en el mundo y que quisiéramos
que todo fuera ya diferente. Eso está bien, es señal de que no estamos llamados
a lo que ahorita es, pero las prioridades no deben confundirse.
Independientemente
de esto hay mucho que uno puede hacer por este mundo y esto lo refiere la
Escritura como ser sal de la tierra y luz del mundo, para ello, uno debe vivir,
no sólo confesar, los principios cristianos sobre los que se erige nuestra
vida.
Pablo
escribiendo a los Efesios les decía que fueran obedientes a sus patrones, con
temor, temblor y sinceridad, y hablaba de cosas terrenales pero para el
cristiano con un sentido que va más allá. También escribiendo a Timoteo, Pablo
le dice que hay que pedir por los gobernantes para poder vivir una vida
tranquila y sosegada, de nueva cuenta cosas terrenales pero vistas de manera
espiritual.
De
igual forma, Santiago, escribiéndoles a los que habían venido a la fe, los
llama a tener obras que muestren esa fe y entre las cuales ejemplifica el
vestir al desnudo, el dar pan al hambriento, por cierto esto lo retoma de
aquellos dichos de Jesús referido al juicio de las naciones donde los que
hicieron misericordia con los hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos o
presos, serán reconocidos, mientras los que obraron injusticia serán
condenados. La parábola del Buen Samaritano deja claro para el cristiano que
con todos y para todos, es decir, el mundo en sí, debemos practicar
misericordia.
El
cristiano, si bien debe tener obras de misericordia y caridad, debe entender
que no está aquí para cambiar al mundo, sino para dar testimonio ante él de la salvación
que por misericordia del Padre a través de Su Hijo, Jesús, ha venido. El primer
llamado para uno es buscar el Reino de Dios, así que antes de pretender cambiar
el mundo uno debe trabajar en sí mismo para no ser esos que dicen “Señor, Señor”
pero no hacen la voluntad de Quien les ha llamado.
Una
vez viviendo en nosotros el llamado del que hemos sido objeto, es cuando
podemos ser ante los demás testimonio de la Vida, la Luz y la Verdad, y a
través de nuestras obras de misericordia y caridad, si no cambiar el mundo, al menos
sí irnos moldeando a la imagen del Hijo, Quien es reflejo de la gloria del
Padre, así que no lo olvides ¿que quieres arreglar el mundo? Excelente... ¿pero
que tal si comienzas por mejorar el pequeño mundo que eres tú mismo?
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Juan 17:16; 1 Pedro 2:12; Filipenses 3:20; Mateo
6:33; Mateo 5:13-16; Efesios 6:5; Santiago 2:14-26; Mateo 25:31-46; Lucas 10:25-37;
Mateo 7:21-23; Efesios 4:13; Hebreos 1:3
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