Los elegidos, al vivir en el tiempo, tenemos
el problema de que, en ocasiones, el pasado puede pesar mucho. Aquellos
tropiezos, caídas, errores, vamos: pecados que hemos cometido, no solo de antes
de venir a salvación sino incluso después de haber respondido al llamamiento
del Padre para ello, vuelven y vuelven, una y otra vez, buscando socavar
nuestro andar a las metas que se nos han prometido.
Esto podríamos decir que incluso es natural
pues esas manchas en nuestra vida nos avergüenzan, nos duelen, las mismas a
nuestros ojos nos hacen ver como indignos de ese llamamiento al que hemos
respondido, pero, pensemos algo: Cuando Dios nos llamó estábamos en pecado y
aun así nos extendió su amor.
Juan, sobre esto, en su primera carta lo deja
muy claro cuando escribe “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en
propiciación por nuestros pecados”. Y, sobre esto mismo, Pablo escribiendo a
los de Roma señala “porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios
por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por
su vida”.
De esta forma, incluso aunque nunca
hubiéramos cometido un error, lo cual de inicio es imposible, eso no nos
hubiera ganado el amor de Dios pues su amor es infinito mientras que nosotros
no, de esta forma, si siendo pecadores nos amó, el pasado, incluso el pasado
inmediato, ¿será factor para que nos ame menos?, dejemos la Palabra responda: “Si
somos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo”.
Pero volviendo con ese sentimiento que puede
embargarnos cuando el pasado, relacionado con aquellos tropiezos, caídas,
errores, vamos: pecados que hemos cometido, se hace presente, ¿qué podemos
hacer?
Pablo responde a lo anterior cuando
escribiendo a los de Filipo les dice “hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya
alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
Por último, y como una manera de lograr lo
anterior, recordemos que se nos ha prometido una corona, no si nunca más
tropezamos o caemos, sino si nos mantenemos fieles, “sé fiel hasta la muerte, y
yo te daré la corona de la vida”; lo cual implica que, al tropezar, al caer,
nos arrepentimos y, pidiendo perdón a Dios por medio de Jesucristo, nos
levantamos y seguimos nuestro andar.
Si bien la respuesta al llamado que nos hizo
el Padre para venir a salvación en el presente siglo está en el pasado, las
promesas que se nos han dado nos esperan en el futuro, de ahí que nuestra
mirada, incluso ante los tropiezos y caídas que experimentemos, debe estar
hacia adelante, después de todo querer avanzar en la vida anclado al pasado es
como querer hacerse a la mar con un barco atado al muelle.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1
Juan 4:10; Efesios 2:4-5; Romanos 5:10; 2 Corintios 5:18; 2 Timoteo 2:13; Deuteronomio
7:9; Filipenses 3:13-14; Lucas 9:62; Revelación 2:10; 1 Corintios 9:25
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