Los
seres humanos hemos sido dotados por Dios, aparte de vida y conciencia, de
libre albedrío, esa capacidad de decidir por nosotros mismos si deseamos
obedecer a nuestro Padre o bien andar por nuestros caminos. Esa facultad existe
incluso en los elegidos, es decir, el haber venido a salvación no implica que,
en cualquier momento, uno pueda abjurar de su llamamiento.
Juan,
en su primera carta, refiriéndose a éstos últimos señala “hijitos, ya es el
último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han
surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo.
Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de
nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se
manifestase que no todos son de nosotros. Pero vosotros tenéis la unción del
Santo, y conocéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la
verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la
verdad”.
Y
en esto no vale el creer que uno está exento de esa posibilidad, recordemos el
intercambio discursivo entre Jesús y Pedro que se produjo cuando, aquel
primero, escuchó oír a su maestro lo que padecería: “Entonces Pedro,
respondiendo, le dijo: Aunque todos se aparten por causa de ti, yo nunca me
apartaré. Jesús le dijo: En verdad te digo que esta misma noche, antes que el
gallo cante, me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque tenga que morir
contigo, jamás te negaré”. Todos conocemos en que terminó finalmente esta
promesa.
Esto
no es cosa menor ya que, si uno reniega de la salvación que por gracia se nos
ha dado, la perspectiva de ello es más que ominosa: “Porque si pecáremos
voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no
queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio,
y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley
de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto
mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere
por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta
al Espíritu de gracia?”
Con
todo y todo, y esto hay que tenerlo muy en claro, no son nuestras fuerzas las
que nos permiten mantenernos fieles y avanzar hacia las promesas que se nos han
dado sino el Espíritu de Dios que mora en nosotros, como escribe Pablo en su
segunda carta a Timoteo “porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino
de poder, de amor y de dominio propio”.
Pablo
escribiendo a los de Roma, sobre ese sueño que los elegidos procuramos, les
dice “pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, aun
así, como ya se comentó, la libertad de decidir entre ser fieles o renegar de
la salvación siempre estará ante nosotros, después de todo, todo sueño nace con
dos caminos por enfrente: "si se puede" y "no se puede". Tú
decides cuál recorrer.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
1
Juan 2:18-21; Hechos 20:30; 1 Corintios 11:19; Mateo 26:34; Lucas 22:33-34; Hebreos
10:26-29; Números 15:30; Hebreos 6:4-6; 1 Juan 4:18; Romanos 8:18; 2 Corintios
4:17; 1 Pedro 4:13
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