Cuando
respondemos al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente
siglo, comenzamos un andar por el Camino donde, el Espíritu que mora en nosotros,
nos irá edificando, corrigendo, perfeccionando hasta que, alcanzando la
estatura perfecta de Cristo, reflejemos el carácter santo de nuestro Padre.
Esto
no solo tiene que ver con aquello que éramos antes, sino incluso con lo que
somos actualmente pues, independientemente de ser salvos, hay ideas que
necesitan transformarse en nuestro interior, una de ellas es el esfuerzo que
imprimimos en nuestro andar por el Camino.
Muchas
son las citas en la Palabra que nos hablan de esforzarnos, de ser valientes,
pero ese esfuerzo, si bien nos es requerido, no es el que nos gana alcanzar las
promesas sino más bien el mantenernos fieles al llamamiento que hemos
respondido.
“Sé
fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida”, señala nuestro Señor
por medio de Juan en el último libro de la Escritura. De esta forma, más que
nuestra fuerza, el alcanzar lo prometido tiene que ver con una cuestión de
constancia y tenacidad.
Si
lo anterior, a saber: alcanzar las promesas, se fundamentara en nuestra fuerza,
difícilmente alcanzaríamos lo prometido, pero cuando de constancia y tenacidad se
tratan si bien esto también implica esfuerzo, el esfuerzo requerido no está en
función de alcanzar lo prometido sino de esperar que aquello se cumpla en
nuestra vida.
Es
por ello que nuestro Señor, en consonancia con lo anteriormente dicho, le dice
a los suyos, y en su figura a todos los seguidores de todos los tiempos, “con
vuestra paciencia ganaréis vuestras almas”. Fijémonos como no es que les diga
que con su esfuerzo ganarán sus almas, sino que esto es gracias a la paciencia.
Pablo
confirma lo anterior cuando, escribiendo a los de Filipo, les dice “y estoy
seguro de que Dios, quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta
que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva”. De nueva
cuenta: El factor decisivo en lo anteriormente señalado no es nuestro esfuerzo,
sino el cumplimiento en nosotros del plan de Dios para cada uno.
El
esfuerzo es indispensable en la vida cristiana, ¡y cómo no si estamos en una
verdadera guerra espiritual!, pero más que sea nuestro esfuerzo el que nos
permita llegar a las promesas que se nos han dado, es permanecer fieles al
llamamiento que hemos recibido, después de todo en cuanto a sueños, luchar no
es tanto cuestión de fuerza sino más bien de constancia y tenacidad.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Efesios
4:13; Gálatas 4:19; Josué 1:9; Isaías 41:10; Revelación 2:10; 1 Corintios 9:25;
Filipenses 1:6; 1 Corintios 1:8; Efesios 6:12; Hebreos 12:1,4
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