¿No
se te hace un poco curioso que algunos elegidos, en cuanto aceptan el
llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente siglo, esperen ver
en sus personas resultados inmediatos?
Pablo
escribiendo a los de Roma les dice “Y no sólo esto, sino que también nos
gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba,
esperanza; y la esperanza no avergüenza,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos fue dado”. Lo interesante de esto es que Pablo presenta un
proceso que sucede en la vida del elegido, no algo que de manera inmediata se
da.
Sobre
esto podemos encontrar muchas citas en la Escritura que exhortan al trabajo, a
la diligencia, mientras que condenan la pereza y la desidia: “Pobre es el que
trabaja con mano negligente, más la mano de los diligentes enriquece”, “no ames
el sueño, no sea que te empobrezcas; abre tus ojos [y] te saciarás de pan”, o
bien “el alma del perezoso desea, pero nada [consigue,] más el alma de los
diligentes queda satisfecha”.
Si
bien estas citas tienen una evidente connotación natural, la comprensión
espiritual apunta a un esfuerzo, a una diligencia que el elegido debe aplicar
en su vida en tanto camina hacia las promesas del Padre, esfuerzo y diligencia
que darán su fruto a su tiempo, lo cual implica que no es de una forma
inmediata ello.
David,
sobre el postrer estado de los elegidos que hayan permanecido fieles hasta el
final, inspiradamente dice “¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el
consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se
sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley de Jehová está su
deleite, y en su ley medita de día y de
noche! Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da
su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera”.
De igual forma Jeremías, haciendo eco de esto, señala “Bendito es el hombre que
confía en Jehová, cuya confianza es Jehová. Será como árbol plantado junto al
agua, que extiende sus raíces junto a la corriente; no temerá cuando venga el
calor, y sus hojas estarán verdes; en año de sequía no se angustiará ni cesará
de dar fruto”.
Como
podemos ver en estas dos citas la cuestión del esfuerzo y la diligencia
relacionadas con el tiempo están dentro del contexto de los frutos esperados.
David señala la necesidad de no andar en el consejo de los
impíos, ni detenerse en el camino de los pecadores, ni sentarse en la silla de
los escarnecedores, sino de deleitarse
en la Ley de Dios y meditarla día y noche, pero la parte interesante es
que señala que quien hace así dará fruto a su tiempo. De igual forma Jeremías señala la necesidad de
confiar en Dios siendo que quien así haga será —tiempo futuro— como aun árbol
verde que siempre dará fruto.
Dios
nos ha llamado a salvación poniendo delante de nosotros promesas que, si bien
exceden cualquier cosa que podamos imaginar, exigen de nuestra parte esfuerzo,
diligencia, bajo la premisa de que a su debido tiempo alcanzaremos aquello para
lo que fuimos llamado, después de todo la vida igual que la naturaleza: Para cosechar primero tenemos que sembrar.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Romanos
5:3-5; Lucas 21:19; Proverbios 10:4; 13:4; 20:13; Salmos 1:1-3; Deuteronomio 28:2; Jeremías
17:7-8; Jeremías 39:18; 1 Corintios 2:9; Romanos 8:18
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