Quienes
hemos respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente
siglo no lo hemos hecho sin tener una visión clara de lo que dicha respuesta
implicaba. El andar por el Camino nos establecía metas que buscaríamos, retos
que enfrentaríamos, y sueños que alcanzaríamos. Todo ello nos impulsa a
avanzar, entre tropiezos y caídas, siempre hacia adelante.
El llamamiento respondido implicó desde el inicio la meta
que debía alcanzarse, esa meta es muy clara: permanecer fieles hasta el final. Jesús
antes de su partida señalo a los suyos “el
que persevere hasta el fin, ése será salvo” y de nueva cuenta nuestro Señor por
medio de Juan en Revelación reiteró aquello al señalar “sé fiel hasta la
muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Esa fidelidad es tanto en la fe
como en las obras, es decir, mantenerse firme en aquello que se ha creído y en
consecuencia poner por obra esa fe que se dice profesar.
Pero nuestro Señor no solamente estableció lo que de
nosotros se esperaba sino que también aclaró aquellos retos que los elegidos
enfrentaríamos: rechazo, persecución y tribulación. Antes de partir nuestro
Señor le dijo a los suyos “seréis odiados de todos por causa de mi nombre”, de
igual forma ese reto implica por razones obvias un esfuerzo de nuestra parte
para no claudicar del llamamiento al que se ha respondido, como Pablo escribió
en su primer carta a los de Corinto “¿No sabéis que los que corren en el
estadio, todos en verdad corren, pero sólo uno obtiene el premio? Corred de tal
modo que ganéis. Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos
lo hacen para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.
Y si bien tanto la meta como los retos eran claros, más
claros, para impulsarnos a andar en el Camino, son los sueños a los que les
hemos apostado su realización: la inmortalidad como hijo de Dios en perfección
y santidad siendo reyes y sacerdotes con Cristo en el reino venidero. Como
escribe Juan en su primer carta “cuando Él se manifieste, seremos semejantes a
Él porque le veremos como Él es”, a lo cual hace eco Pedro en su segunda carta
cuando señala “por medio de las cuales nos ha concedido sus preciosas y
maravillosas promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la
naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por
causa de la concupiscencia”.
Con
todo esto en mente, cuando uno detiene su andar por el Camino, es necesario de
nueva cuenta que ponga la mirada en aquello que de inicio comenzó ese andar,
después de todo una vida sin metas, retos
ni sueños es como pretender avanzar en un auto sin gasolina, llantas ni motor
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo 24:13; Lucas 21:19; Revelación 2:10; Lucas 12:4-7; Mateo
10:22; Juan 15:18; 1 Corintios 9:25; 1 Timoteo 6:12; 2 Pedro 1:4; Efesios 4:13
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