martes, 28 de diciembre de 2021

No se trata de tomar las riendas de tu vida sino de convertirte en el caballo que te llevará a tu destino

 


La vida secular plantea la norma del desarrollo personal con aquella máxima que señala que uno debe ser capaz de tomar las riendas de la propia vida, esto, si bien también aplica para la vida espiritual, no puede quedarse en simplemente tomar las riendas de la vida sino que debe avanzar incluso para cambiar esa vida antes que solo tomar las riendas de la misma.

 

Supongamos tienes un automóvil defectuoso, está mal de la transmisión y le fallan los frenos, siguiendo la máxima secular de tomar las riendas de la vida esto sería equivalente a ser tú y nadie más quien manejara aquel automóvil pero, dado que ya se indicó que el mismo está defectuoso, mortalmente defectuoso podríamos decir, ¿tendría esto sentido?, claro que no, estaría bien ser uno el que manejase el automóvil pero si está defectuoso hay que arreglarlo, cambiar lo que está mal e incluso, por qué no, cambiar de auto. Esto es lo mismo para la vida espiritual.

 

¿Cuál es el inicio de aquella respuesta al llamamiento del Padre para venir a salvación al que todo elegido ha respondido? Esto podemos responderlo viendo la parte inicial de la predicación de Jesús: “Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”.

 

¿Te fijas? El primer paso, sin el cual no pueden darse los demás en el camino a las promesas que se nos han dado, implica conversión, es decir, cambiar, no quedarse igual, no comenzar a construir sobre lo malo y dañado, sino cambiar.

 

Dicho cambio, dicho arrepentimiento, si bien es requerido para iniciar el andar por el Camino, no es algo que se dé única y exclusivamente en un momento dado sino algo que continúa a lo largo de toda la vida, pero de nuevo: es el requisito sin el cual no pueden darse los demás pasos para avanzar en el Camino y por ende sin el cual no se pueden alcanzar las promesas que se nos han dado lo cual es expresado por Pablo en su carta a los hebreos cuando les dice que sin santidad nadie verá al Señor.

 

Pablo en su primera carta a los de Corinto señala la idea anteriormente expuesta cuando les escribe diciendo “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”. Cuando en esta cita Pablo señala “y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” implica un cambio, convertirse, o al menos iniciar la conversión para ser algo completamente diferente de lo que se era.

 

De igual forma en su carta a los de Éfeso de nuevo Pablo retoma esta idea cuando les señala “pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia.  No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz  (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor”. De nueva cuenta en esta cita Pablo ha referencia aquel cambio, a aquel arrepentimiento requisito para vivir la vida cristiana cuando dice “en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz “.

 

Este cambio, este arrepentimiento, como ya se comentó, si bien es el paso inicial para andar en el Camino a las promesas que se nos han dado, es un proceso continuo que debe darse durante toda la vida del cristiano, ¿hasta cuándo?, como dice la Escritura “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.

 

¿Y cuál va a ser el resultado de todo esto? Juan responde esto en su primer carta cuando señala “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.

 

De esta forma, la vida cristiana no se trata simplemente de ahora comenzar a tomar otras decisiones haciéndonos dueños de nuestro destino sino que, basados en aquel arrepentimiento inicial y en una conversión continua durante toda la vida, dejar que opere en nosotros un cambio profundo, cambio que si bien puede durar toda la vida, hará que lleguemos a ser algo diferente de lo ahorita somos permitiendo esto alcanzar las promesa, después de todo no se trata de tomar las riendas de tu vida sino de convertirte en el caballo que te llevará a tu destino.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx

 

 

Referencias:

Mateo 4:17; Marcos 1:15; Hebreos 12:14; Romanos 6:22; 1 Corintios 6:9-11; Gálatas 5:1921; Efesios 5:3-10; Colosenses 3:5; Efesios 4:13; Gálatas 4:19; 1 Juan 3:2; 2 Corintios 3:18


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