El
haber respondido al llamamiento del Padre para venir a salvación en el presente
siglo conlleva para los elegidos un andar por el Camino en dos vertientes: una
referida a sí mismo y otra referida a los demás.
Sobre
uno mismo la Palabra es clara y se refiere al control que el Espíritu en
nosotros debe ejercer sobre la carne. Pablo escribiendo a los de Galacia
explica esto cuando señala “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis
los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el
del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis
lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos,
iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya
os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino
de Dios”.
Ahora
bien, en cuanto a los demás, el mismo llamamiento al que se ha respondido ha
establecido a uno la responsabilidad de
liberarlos, ¿liberarlos de qué?, precisamente del pecado. Pablo escribiendo a
los de Roma les dice “pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del
pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis
entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad
presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad,
así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la
justicia”.
En
cuanto a lo primero, a saber: controlar la carne, es necesario aclarar y
aceptar que dicho control excede nuestras capacidades, más sin embargo en
Cristo tenemos victoria. Pablo aborda esto en su carta a los de Roma cuando les
dice “porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y
si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así
que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque
según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en
mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a
la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí!, ¿quién me librará
de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”.
En
cuanto a lo segundo, es decir liberar a los demás, esto se hace mediante la
proclama de las verdades divinas, tal cual estableció nuestro Señor en lo que
se conoce como la Gran Comisión “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el
que no creyere, será condenado”, siendo aquella proclama completamente
indispensable para alcanzar la liberación de aquellos que en este siglo habrán
de ser salvos, como también Pablo escribiendo a los de Roma les señala cuando
escribe “¿cómo, pues, invocarán a aquel
en el cual no han creído?, ¿y cómo creerán en aquel de quien no han oído?, ¿y
cómo oirán sin haber quien les predique?, ¿y cómo predicarán si no fueren
enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la
paz, de los que anuncian buenas nuevas!”.
Estamos
llamados a ser perfectos y santos, pero ese andar a las promesas conlleva
alcanzar el dominio de nuestras pasiones mientras al mismo tiempo liberamos a
los demás de ellas, después de todo el camino a la excelencia tiene dos
condicionantes: controlarse a uno mismo y liberar a los demás.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Gálatas 5:16-21; Efesios 2:3; Romanos
6:17-19; 2 Corintios 2:14; Marcos 16:15-18; Mateo 28:19-20; Romanos 10:14-15; Tito 1:1-3; Mateo 5:48; Levítico
19:2; 1 Pedro 1:16; Levítico 20:7
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