Sin
duda alguna que es desmoralizante para el cristiano ver cómo es que los planes
de los impíos prosperan mientras que aquellos que han respondido al llamamiento
del Padre para venir a salvación en el presente siglo en ocasiones se malogran
sus propósitos.
Lo
anterior no quiere decir que se dude de Dios, de su voluntad o de su justicia,
simplemente que como seres finitos y temporales no se alcanza a comprender
aquello generando ese desasosiego propio de la situación.
Esto
no es propio de los cristianos sino que siempre ha estado presente en el
pensamiento de los elegidos. Jeremías en su momento reflexionaba “justo eres
tú, oh Jehová, para que yo dispute contigo; sin embargo, alegaré mi causa ante
ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que
se portan deslealmente? Los plantaste, y
echaron raíces; crecieron y dieron fruto; cercano estás tú en sus bocas, pero
lejos de sus corazones”.
David
de igual forma en su momento escribió “en cuanto a mí, mis pies estuvieron a
punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los
arrogantes, al ver la prosperidad de los impíos. Porque no hay dolores en su
muerte, y su cuerpo es robusto. No sufren penalidades como los mortales, ni son azotados como los demás hombres. Por
tanto, el orgullo es su collar; el manto de la violencia los cubre”.
Salomón
de manera inspirada responde a lo anterior cuando escribió “no te entremetas
con los malignos, ni tengas envidia de los impíos; porque para el malo no habrá
buen fin, y la lámpara de los impíos será apagada. Teme a Jehová, hijo mío, y
al rey; no te entremetas con los veleidosos; porque su quebrantamiento vendrá
de repente; y el quebrantamiento de ambos, ¿quién lo comprende?”.
Ahora
bien, si lo anterior es claro, todavía queda la duda en el elegido: ¿de qué
sirve esforzarse por cumplir con la voluntad de Dios?
Si
bien como cristianos estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo,
no quiere decir eso que con ello podamos cambiar el mundo ni mucho menos lograr
que a nosotros nos vaya bien mientras que a los que no han venido a salvación
les vaya mal. Pero lo que si debe quedar muy claro es que el poner por obra esa
fe que decimos profesar nos va ejercitando los sentidos para discernir el bien
del mal hasta alcanzar la estatura perfecta de Cristo. Como escribió Juan en su
primera carta: “amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo
que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos
semejantes a Él porque le veremos como Él es. Y todo el que tiene esta
esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro”.
Además
todo tiene su propio fin, y si bien el
de los impíos es para el día malo, para los elegidos está la esperanza de que todas
las cosas cooperan para bien. De esta forma tanto inicuos como fieles tendrán
cosas buenas y cosas malas en esta vida, pero a los primeros ninguna de las dos
les aprovechará mientras que para los segundos trabajaran para lograr en ellos
lo que Dios pensó desde la eternidad.
De
esta forma, el esfuerzo por vivir conforme a la voluntad de Dios, si bien no es
garantía de que a nosotros nos vaya bien mientras que a los impíos les vaya
mal, si es garantía de que permite por ese medio al Espíritu trabajar en
nosotros para ir desarrollando el carácter perfecto y santo de nuestro Padre
Dios, después de todo, en cuanto a nuestro andar por el Camino, todo esfuerzo
tiene su recompensa, si no la encuentras fuera búscala dentro de ti.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Jeremías 12:1-2; Job 12:6; Salmos 73:2-6; Job 21:4; Proverbios 24:19-22; Números 16:2; Mateo 5:13-16; Lucas 14:34; Hebreos 5:14; 1 Corintios 2:6; Efesios 4:13; 1 Corintios 14:20; Proverbios 16:4; Job 21:30; Romanos 8:28; 1 Pedro 2:9
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