Sin
duda alguna que uno de los mayores conflictos que todo elegido enfrenta en su
andar por el Camino son los tropiezos, las caídas que se experimentan. Éstas
hacen mella en el buen ánimo, acarrean dudas sobre el llamamiento y generan
pesimismo sobre el alcanzar las promesas que se nos han entregado.
Tres
comentarios sobre esto, uno referido al Padre, otro referido a nuestro Señor
Jesús y uno último referido a cada uno de nosotros.
Respecto
del Padre, hay que entender algo: Dado que Él lo sabe todo, dado que nada le es
oculto, no puede decirse que no supiese los tropiezos, las caídas que cada uno
de nosotros habría de experimentar en el Camino, de esta forma no podemos decir
que Él se ha decepcionado de uno, al contrario, si sabiendo esto, si conociendo
nuestra debilidad nos ha llamado debemos confiar en Él.
Respecto
de nuestro Señor Jesús, debe quedarnos muy claro las dos partes de su
sacrificio redentor: Una es lo que Él ofreció, a saber: su propia vida, pero la
otra es lo que Él redimió: nuestros mismos. De esta forma, no puede uno
menospreciarse por los tropiezos, las caídas que se experimentan, uno es tan
valioso que Jesús mismo con su vida pagó por la de nosotros.
Por
último, respecto de cada uno de nosotros, ¿qué nos proporciona cada tropiezo,
cada caída? La pregunta en si misma puede ser un poco escandalosa, ¿cómo que
los tropiezos y caídas pueden darnos algo que podamos valorar?, pero así es y
eso es precisamente el conocer de primera mano la debilidad de nuestra carne
para desarrollar, en efecto: juicio, pero también, y más aún, misericordia.
Fíjate
como expone esto último Pablo en su segunda carta a los de Corinto: “Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios
de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para
que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación,
por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque
de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda
también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es
para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra
consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones
que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es
firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo
sois en la consolación”.
¿Cómo
podríamos consolar a los demás si no entendiéramos sus dudas, su sufrir, su confusión,
su desesperanza? Es más que claro que solo aquel que ha experimentado el dolor,
la debilidad, la frustración que viene aparejada con nuestra carnalidad
expresada en los tropiezos y caídas que experimentamos en el andar, está en
posibilidad de entender los tropiezos y las caídas de los demás, y por ende de nosotros
consolar a los que están en cualquier tribulación.
Ahora
bien, esto no debe entenderse como una condescendencia permicionista para
pecar, sino que debe darnos la justa visión de las cosas para entender y
comprender, para empáticamente tener caridad hacia los demás, para ejercer,
como ya se dijo, juicio y misericordia, y por ende, a través de la consolación
a los demás en su tropiezos, en su caídas, estar en posibilidad de
restaurarles, como claro lo dejó Pablo en su carta a los de Galacia: “Hermanos,
si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que
tú también seas tentado”.
Mientras
militemos en la actual carnalidad estaremos sujetos a los tropiezos y caídas
que en nuestro andar por el Camino experimentemos, esos tropiezos y esas caídas
deben ser vistas desde la correcta perspectiva de que el Padre, sabiendo
incluso eso, nos llamó a salvación, de que Jesús, con su sangre preciosa
derramada, nos redimió para vida eterna, y de que las mismas, a cada uno de
nosotros, nos genera ese entendimiento, esa humildad, que permite ejercer
juicio, pero sobre todo misericordia, ante los tropiezos y las caídas de los
demás, de esta forman no pienses en las caídas como algo injusto, piensa mejor
como algo que te hace humano.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Salmos
147:5; 1 Juan 3:20; 1 Pedro 3:18; 1 Juan 2:2; 2 Corintios 1:2-7; Isaías 51:3,12;
2 Tesalonicenses 2:16-17; Gálatas 6:1; Mateo 18:15; 2 Corintios 2:7
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