martes, 25 de mayo de 2021

No pienses en las caídas como algo injusto, piensa mejor como algo que te hace humano

 


Sin duda alguna que uno de los mayores conflictos que todo elegido enfrenta en su andar por el Camino son los tropiezos, las caídas que se experimentan. Éstas hacen mella en el buen ánimo, acarrean dudas sobre el llamamiento y generan pesimismo sobre el alcanzar las promesas que se nos han entregado.

 

Tres comentarios sobre esto, uno referido al Padre, otro referido a nuestro Señor Jesús y uno último referido a cada uno de nosotros.

 

Respecto del Padre, hay que entender algo: Dado que Él lo sabe todo, dado que nada le es oculto, no puede decirse que no supiese los tropiezos, las caídas que cada uno de nosotros habría de experimentar en el Camino, de esta forma no podemos decir que Él se ha decepcionado de uno, al contrario, si sabiendo esto, si conociendo nuestra debilidad nos ha llamado debemos confiar en Él.

 

Respecto de nuestro Señor Jesús, debe quedarnos muy claro las dos partes de su sacrificio redentor: Una es lo que Él ofreció, a saber: su propia vida, pero la otra es lo que Él redimió: nuestros mismos. De esta forma, no puede uno menospreciarse por los tropiezos, las caídas que se experimentan, uno es tan valioso que Jesús mismo con su vida pagó por la de nosotros.

 

Por último, respecto de cada uno de nosotros, ¿qué nos proporciona cada tropiezo, cada caída? La pregunta en si misma puede ser un poco escandalosa, ¿cómo que los tropiezos y caídas pueden darnos algo que podamos valorar?, pero así es y eso es precisamente el conocer de primera mano la debilidad de nuestra carne para desarrollar, en efecto: juicio, pero también, y más aún, misericordia.

 

Fíjate como expone esto último Pablo en su segunda carta a los de Corinto: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación”.

 

¿Cómo podríamos consolar a los demás si no entendiéramos sus dudas, su sufrir, su confusión, su desesperanza? Es más que claro que solo aquel que ha experimentado el dolor, la debilidad, la frustración que viene aparejada con nuestra carnalidad expresada en los tropiezos y caídas que experimentamos en el andar, está en posibilidad de entender los tropiezos y las caídas de los demás, y por ende de nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación.

 

Ahora bien, esto no debe entenderse como una condescendencia permicionista para pecar, sino que debe darnos la justa visión de las cosas para entender y comprender, para empáticamente tener caridad hacia los demás, para ejercer, como ya se dijo, juicio y misericordia, y por ende, a través de la consolación a los demás en su tropiezos, en su caídas, estar en posibilidad de restaurarles, como claro lo dejó Pablo en su carta a los de Galacia: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.

 

Mientras militemos en la actual carnalidad estaremos sujetos a los tropiezos y caídas que en nuestro andar por el Camino experimentemos, esos tropiezos y esas caídas deben ser vistas desde la correcta perspectiva de que el Padre, sabiendo incluso eso, nos llamó a salvación, de que Jesús, con su sangre preciosa derramada, nos redimió para vida eterna, y de que las mismas, a cada uno de nosotros, nos genera ese entendimiento, esa humildad, que permite ejercer juicio, pero sobre todo misericordia, ante los tropiezos y las caídas de los demás, de esta forman no pienses en las caídas como algo injusto, piensa mejor como algo que te hace humano.

 

 

Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.

Formación • I+D+i • Consultoría

Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor

www.rocefi.com.mx


 

 


Referencias:

Salmos 147:5; 1 Juan 3:20; 1 Pedro 3:18; 1 Juan 2:2; 2 Corintios 1:2-7; Isaías 51:3,12; 2 Tesalonicenses 2:16-17; Gálatas 6:1; Mateo 18:15; 2 Corintios 2:7




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