Uno
de los fundamentos de la vida cristiana, es que, cuando una vez entendidas las
verdades básicas espirituales, uno arrepentido viene al bautismo y mediante la
imposición de manos recibe el Espíritu Santo, puede decirse que ha nacido de
nuevo, pero curiosamente, y aunque esto es algo que se entiende, en muchas
ocasiones pareciera que uno sigue cargando con la vida anterior y, peor aún,
con los errores que comete en la nueva vida.
Claramente
Pablo en su segunda carta a los de Corinto les dice que “si alguno está en
Cristo, nueva criatura [es]; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas
nuevas”, pero, siendo honestos, ¿cuántas veces uno ha escuchado, e incluso uno
mismo ha dicho, cuestiones que le pesan de la vida pasada o errores cometidos
en la vida actual, cosas que no puede uno mismo perdonarse?
La
frase de Jesús a quien desee seguirlo referida a que “Nadie, que después de
poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios”, no solo
apunta a dejar la vida pecaminosa y rebelde que se tenía antes de venir a la
salvación, sino a todo aquello que siendo del hombre viejo no abona en nada
para la nueva vida e incluso para los errores que en la nueva vida se cometan
ya que ambas cosas más bien tiene la
capacidad de detener nuestro andar por el Camino.
De
manera natural estamos hechos para que aquellos errores que se cometen, con el
ánimo de aprender de ellos, nos causen dolor, tristeza, sufrimiento, pero uno
no puede estar con la mirada puesta en ellos ya que, siguiendo la analogía de
andar por el Camino, las promesas entregadas están delante de uno, no atrás en
el pasado.
Tanto
los errores cometidos por el hombre viejo como los errores que se cometan con
el hombre nuevo, conllevan el mismo trato: “si alguno peca —escribe Juan en su
primera carta—, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”, de
esa forma el arrepentimiento es la manera en que, tanto para dejar la vida
anterior como para nuestro andar en la nueva vida, tenemos para reconciliarnos
con el Padre por los méritos de la sangre de Jesús —arrepentimiento que de
igual forma debe buscar enmendar el daño hecho a los demás procurando la
reconciliación con ellos—, mostrando de esta forma que, aunque nuestra
carnalidad sigue presente, el llamado a alcanzar las promesas nos hace
reconocer los errores que en el andar podamos cometer.
Pero
de igual forma, no puede uno estar viendo esos errores, esos tropiezos, esas
caídas, no es a eso a lo que se está llamado, luego entonces de nuevo deben
ponerse los ojos en las promesas que se han sido dadas para seguir nuestro
andar por el Camino así como poner la mirada en Aquel que nos ha llamado para
formar parte de Su familia, como Pablo expresaba a los de Filipo “Hermanos, yo
mismo no considero haber lo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que
queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo
hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento
de Dios en Cristo Jesús”.
Los
errores, vaya: los pecados que cometimos antes de venir a salvación no puede
ser aquello que defina lo que en el nuevo hombre somos, de igual forma los
tropiezos y caídas que en el Camino que en el hombre nuevo tengamos no deben
minar nuestro andar, dejar que eso defina la salvación a la que hemos sido
llamado y el alcance de las promesas que se nos han sido entregadas solo
conlleva desgaste y cansancio con el riesgo de no llegar a la meta, después de
todo en tu andar por la vida recuerda que mientras más cosas cargues más lento
vas y más pronto te cansas.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Hechos 2:38; Romanos 6:3; Hechos 8:17; 1
Timoteo 4:14; Juan 3:5; 1 Corintios 15:50; 1 Pedro 1:23; Juan 1:13; 2 Corintios
5:17; Romanos 6:4; Lucas 9:62; Hebreos
10:38; Filipenses 3:13-14; Hebreos 6:1; 1 Juan 2:1; Hebreos 7:25
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