Nadie
puede negar que la vida cristiana en ocasiones llega a pesar, máxime cuando las
tribulaciones, las tentaciones hacen presencia en nuestra vida, pero de igual
forma debe tenerse en mente que mientras que esto en el siglo actual es
momentáneo, las promesas que perseguimos son eternas.
Pablo
escribiendo a los de Roma les hace ver que “también nos gloriamos en las
tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba,
esperanza; y la esperanza no avergüenza;
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos fue dado”.
De
igual forma Pedro, en su primer carta, respecto de las tribulaciones, de las tentaciones
experimentadas, les dice a los de su tiempo: “amados, no os sorprendáis del
fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si
alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la medida en que
compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la
revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría”.
¿Y
qué de hablar de los grandes héroes de la fe del pasado?, de nuestros hermanos
quienes, en palabras de Pablo escribiendo a los hebreos les dice de estos que “experimentaron
vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a
prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de
pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando
por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la
tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron
buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para
nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros”.
Con
todo y todo hay que poner las cosas en perspectiva, ¿por qué?, porque si sólo
se fija uno en las tribulaciones, las tentaciones actuales, dicha visión puede
ser desmoralizadora, deprimente, pero si uno pone en ambos platillos de la
balanza lo que ahorita se padece y las promesas eternas que se nos han dado, el
peso de esto último que sobrepasa lo
primero permitirá sobrellevar aquello.
Sobre
estas promesas, y sin olvidar la cuestión de las tribulaciones, las tentaciones
que en el presente siglo se padecen, Pablo escribiendo a los de Roma les dice “considero
que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados
con la gloria que nos ha de ser revelada”, y más claro aún en su segunda carta
a los de Corinto cuando les dice que “esta aflicción leve y pasajera nos
produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación”.
Es
esto último a lo que debemos aferrarnos como el náufrago que sujeta con firme
el pedazo de madera que le impide hundirse hasta llegar a tierra firme, solo
que en nuestro caso ese pedazo de madera es la misma fuerza del Espíritu que
nos guía en nuestro andar y en vez de tierra firme vamos hacia nuevos cielos y
nuevas tierras, así que recuerda: El esfuerzo es momentáneo, el triunfo es para
siempre.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Romanos 5:3-5; Habacuc 3:18; Mateo 5:12; 1
Pedro 4:12-13; 1 Corintios 3:13; Hebreos 11:36-40; Mateo 10:22; 24:9; Romanos
8:18; 2 Corintios 4:17; 1 Pedro 1:6,7