martes, 5 de mayo de 2020

Mente para pensar, corazón para sentir, y vida para compartir, ¿qué más necesitas?



A veces lo ajetreado de la vida dificulta, más no impide, que hagamos algunas reflexiones sobre lo que somos, lo que tenemos y lo que estamos llamados a ser. El Rey David, reflexionando sobre esto, se asombraba diciendo “cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que lo cuides? ¡Sin embargo, lo has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronas de gloria y majestad! Tú le haces señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto bajo sus pies: ovejas y bueyes, todos ellos, y también las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar, cuanto atraviesa las sendas de los mares”.

Tenemos la mente para pensar y, como dice el Rey Salomón “el que adquiere cordura a sí mismo se ama, y el que retiene el discernimiento prospera”. Tenemos el corazón para sentir y, de igual forma Salomón señala “por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida”. Tenemos la vida para compartir y, sobre esto, la Escritura señala que “creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.

Por eso la Palabra señala, respecto de estos tres elementos —a saber: mente, corazón y vida— “ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente”.

Con todo y todo también la Escritura nos previene. De la mente señala, en palabras de Pablo escribiendo a los de Éfeso “así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos”. Del corazón el Profeta Jeremías escribe “nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?”. Y de la vida, nuestro Señor indica “pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?”

¿Qué puede entonces hacerse?  Respecto de la mente seguir el consejo de nuestro Señor quien señaló “por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca”. Respecto del corazón decir como el Rey David “crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu”. Y respecto de la vida, también el Rey David señala “hazme saber mi fin, y cuál es la medida de mis días, para que yo sepa cuán efímero soy”.

¿Te das cuenta de la trampa? No podemos hacer lo que de nosotros se espera por nosotros mismos, ¡es como si trataras de jugar a las vencidas contigo mismo! Tienes mente para pensar, corazón para sentir, y vida para compartir, ¿qué más necesitas? ¡Necesitas el Espíritu de Dios!

El Espíritu de Dios nos da poder, nos consuela, intercede por nosotros, nos concede dones, nos habilita para dar frutos, nos vuelve un templo viviente, y nos hace saber, entender y comprender que Dios es nuestro Padre. Ahora bien, hay un requisito para que el Espíritu de Dios logre lo anterior en nosotros: no contristarlo, ¿y cómo cuidar de esto? “quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

El Espíritu de Dios, recibido al bautizarnos para limpiarnos de nuestros pecados y recibirle mediante la imposición de manos, es lo que viene a dinamizar nuestra mente, nuestro corazón y nuestra vida para vivir de manera perfecta y santa ante Dios tal y como se espera de nosotros, así que ya sabes la respuesta a la reflexión referida a que tienes mente para pensar, corazón para sentir, y vida para compartir, ¿qué más necesitas?


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor



Referencias:
Salmos 8:3-8; Proverbios 19:8; Juan 14:21; Proverbios 4:23; Génesis 1:26-27; Mateo 22:37; Jeremías 17:9-10; Mateo 16:26; Lucas 9:25; Mateo 7:24; Salmos 51:10; Hechos 15:9; Salmos 39:4; Hechos 1:8; Juan 15:26; Romanos 8:26; 1 Corintios 12:4-11; Gálatas 5:22-23; 1 Corintios 6:19; Romanos 8:15; Efesios 4:30; 1 Tesalonicenses 5:19; Efesios 4:31-32

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