Salvo
ciertas cuestiones que pueden considerarse patológicas, por lo general a las
personas no nos gusta sufrir. Desde el punto de vista cristiano esto tiene su
referente en que no fuimos creados para ello sino para una vida de gozo,
plenitud, perfección y santidad, como dice Salomón “Dios hizo al hombre recto,
pero ellos buscaron muchas perversiones”.
Desde
que nuestros primeros padres, en representación de toda la humanidad, tomaron
la decisión de ir por sus propios caminos, todos hemos enfrentado los dolores
resultantes de vivir una vida apartada de Dios, en rebeldía y confusión.
A
pesar de lo anterior, nada puede truncar el plan de Dios, pensar de otra forma
sería reconocer más poder en aquello que truncase los designios de Dios que de
Dios mismo, y si bien el camino elegido por el mundo estaba lleno de dolor y
sufrimiento, incluso en esas circunstancias Dios podía cumplimentar lo que
desde el principio pensó para la humanidad, como cuando los hermanos de José
quisieron hacerle mal que finalmente devino en un bien mayor: salvar a todo Su
pueblo.
Con
todo y todo, el camino elegido por la humanidad, representado en Edén por el
Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, implicaba abrogarse la capacidad de
decidir basado en la propia experiencia lo que estaba bien de lo que estaba
mal, lo cual por conclusión lógica implicaba gozar de los aciertos y sufrir por
los errores.
Pero
incluso este sufrimiento, si bien triste y penoso para la humanidad, tristeza y
pena que es compartida por Dios, puede ser usado por Él para producir frutos en
abundancia de perfección y santidad, como dice Pedro en su primer carta “para
que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque
perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando
sea manifestado Jesucristo”.
De
igual forma, Jacobo, el medio hermano de Jesús, señala la misma idea en su
carta yendo más allá al indicar que el entendimiento correcto de las pruebas
que experimentamos debe dar como resultado gozo en nosotros por lo que el Padre
está formando en cada uno: “Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que [os]
halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia, y que la paciencia tenga [su] perfecto resultado, para que seáis perfectos
y completos, sin que [os] falte nada”.
Es
así como, las pruebas que se experimentan, sirven para acrisolarnos, como lo
señala Isaías cuando hablando a nombre de Dios dice “he aquí, te he purificado,
pero no como a plata; te he probado en el crisol de la aflicción”, o como
indica Jeremías quien también hablando por Dios señala “he aquí, los refinaré y
los probaré, porque ¿qué [más] puedo hacer con la hija de mi pueblo?”
Pero
el fin último de las pruebas, de ese acrisolamiento que tiene su referente en
la tribulación que se padece del Enemigo, del Mundo y de la Carne, es formar en
nosotros el carácter perfecto y santo de Dios hasta hacernos semejantes a
Cristo quien es a su vez imagen del Dios invisible, siendo que el resultado
supera con mucho lo que en el presente siglo se padezca, como dice Pablo “tengo
por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la
gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, después de todo se
requiere de la tempestad para probar la fortaleza de un barco.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Eclesiastés
7:29; Romanos 5:12; Génesis 50:20; Romanos 8:28; Génesis 2:17; Isaías 63:9; Éxodo
3:7-9; Santiago 1:2-4; Mateo 5:12; Isaías 48:10; Salmos 66:10; Jeremías 9:7; Proverbios
17:3; 1 Juan 3:2; 2 Corintios 3:18; Efesios 4:13; Colosenses 3:4; Romanos 8:29;
Colosenses 1:15; Romanos 8:18; 2 Corintios 4:17
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