Todo elegido que ha respondido al llamado del Padre
para venir a salvación en el presente siglo sabe que la fe sin obras es una fe
muerta, entiende que no son los oidores de la ley los que son justificados sino
los hacedores de la misma, y que los que entrarán al Reino de Dios no son los
que digan “Señor, Señor” sino los que hagan la voluntad del Padre que está en
los cielos.
Esto no quiere decir de ninguna manera que los
elegidos busquen ganar la salvación, ésta —como bien entienden— es otorgada a
quienes aceptan el sacrificio redentor de Cristo, pero de igual forma se
entiende que aquellos que han sido salvos por la sangre de Cristo llamados
están a mostrarlo al mundo con sus obras siendo así sal de la tierra y luz del
mundo.
Con todo y todo no debe perderse el sentido de todo
esto pues los elegidos están llamados, sí: a mostrar con sus obras la fe que
dicen profesar, pero finalmente, ese testimonio debe ser congruente con la
transformación que en ellos se está obrando en el presente siglo por la acción
del Espíritu de Dios, es decir, no sólo se tratar de hacer sino también de ser.
Estudiar, meditar, orar, eso está bien; congregarse,
participar, aportar, esto es aún mejor; pero si todo eso no es reflejo de un
verdadero cambio interior –mental, emocional, espiritual-, se estaría entonces
en la presencia de un testimonio vano.
Fijémonos en las palabras con las que Cristo se
refirió a los maestros religiosos de su tiempo: “¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por
fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están llenos de huesos
de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad,
os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e
iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis
los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y
decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido
sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra
vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros
también llenad la medida de vuestros padres!”
Así que en palabras de nuestro Señor, uno puede
llegar a mostrar ante los demás grandes frutos, grandes obras, pero si eso no
es reflejo de lo que hay adentro, comparable es esto a esos sepulcros
blanqueados estando por dentro lleno de huesos e inmundicia, símbolos de la
hipocresía e iniquidad.
Entonces ¿qué corresponde?, ¿dejar de hacer obras de
justicia si en nuestro interior aún hay suciedad?, para nada, antes bien seguir
con el trabajo de poner por obra la fe que se dice profesar pero aunar a ello
el esfuerzo por cambiar —con oración y ayuno— lo que dentro de nosotros no
forma parte de la elección que se ha hecho al responder al llamado del Padre
para llegar a ser Sus hijos, mostrar Su justicia y reflejar Su carácter
perfecto y santo llegando así a la estatura perfecta de Cristo, después de todo
cada día es una oportunidad no solo de lograr cosas sino de ser más.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Santiago 2:14-17; Romanos 2:13; Mateo 7:21; Lucas
13:25; 1 Pedro 3:18; Gálatas 1:4; Romanos 5:2; Gálatas 1:4; Mateo 5:13-16; Marcos
9:50; Lucas 14:34; Mateo 23:27-32; Efesios
4:13; 1 Juan 3:2
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