miércoles, 12 de febrero de 2020

Cada día es una oportunidad no solo de lograr cosas sino de ser más



Todo elegido que ha respondido al llamado del Padre para venir a salvación en el presente siglo sabe que la fe sin obras es una fe muerta, entiende que no son los oidores de la ley los que son justificados sino los hacedores de la misma, y que los que entrarán al Reino de Dios no son los que digan “Señor, Señor” sino los que hagan la voluntad del Padre que está en los cielos.

Esto no quiere decir de ninguna manera que los elegidos busquen ganar la salvación, ésta —como bien entienden— es otorgada a quienes aceptan el sacrificio redentor de Cristo, pero de igual forma se entiende que aquellos que han sido salvos por la sangre de Cristo llamados están a mostrarlo al mundo con sus obras siendo así sal de la tierra y luz del mundo.

Con todo y todo no debe perderse el sentido de todo esto pues los elegidos están llamados, sí: a mostrar con sus obras la fe que dicen profesar, pero finalmente, ese testimonio debe ser congruente con la transformación que en ellos se está obrando en el presente siglo por la acción del Espíritu de Dios, es decir, no sólo se tratar de hacer sino también de ser.

Estudiar, meditar, orar, eso está bien; congregarse, participar, aportar, esto es aún mejor; pero si todo eso no es reflejo de un verdadero cambio interior –mental, emocional, espiritual-, se estaría entonces en la presencia de un testimonio vano.

Fijémonos en las palabras con las que Cristo se refirió a los maestros religiosos de su tiempo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, más por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres!”

Así que en palabras de nuestro Señor, uno puede llegar a mostrar ante los demás grandes frutos, grandes obras, pero si eso no es reflejo de lo que hay adentro, comparable es esto a esos sepulcros blanqueados estando por dentro lleno de huesos e inmundicia, símbolos de la hipocresía e iniquidad.

Entonces ¿qué corresponde?, ¿dejar de hacer obras de justicia si en nuestro interior aún hay suciedad?, para nada, antes bien seguir con el trabajo de poner por obra la fe que se dice profesar pero aunar a ello el esfuerzo por cambiar —con oración y ayuno— lo que dentro de nosotros no forma parte de la elección que se ha hecho al responder al llamado del Padre para llegar a ser Sus hijos, mostrar Su justicia y reflejar Su carácter perfecto y santo llegando así a la estatura perfecta de Cristo, después de todo cada día es una oportunidad no solo de lograr cosas sino de ser más.


Roberto Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación • I+D+i • Consultoría
Desarrollo Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor


Referencias:
Santiago 2:14-17; Romanos 2:13; Mateo 7:21; Lucas 13:25; 1 Pedro 3:18; Gálatas 1:4; Romanos 5:2; Gálatas 1:4; Mateo 5:13-16; Marcos 9:50; Lucas 14:34; Mateo 23:27-32; Efesios 4:13; 1 Juan 3:2


No hay comentarios:

Publicar un comentario