En ocasiones, ante las tribulaciones que se
experimentan en esta vida, tanto los elegidos como los del mundo pueden llegar
a preguntarse ¿no podría Dios haber creado un proceso para Sus fines que no implicase
tanto esfuerzo?
Teóricamente Dios podría hacer las cosas de manera
diferente, de hecho de cualquier manera que Él quisiera, pero dada Su
perfección y Su santidad la manera actual en que las cosas están trabajando es
la más óptima, como dice la Escritura “yo sé los pensamientos que tengo acerca
de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin
que esperáis”
¿Óptima?, —dirá alguien— ¿con tanto dolor y
sufrimiento? Así es: óptima. Recordemos que en esto participa algo que no hay
que olvidar: la libertad de la que Dios nos ha dotado y que es la que
finalmente ha acarreado esto que nos duele, que nos molesta, pero incluso en
medio de esto, la obra de Dios se desarrolla perfecta, santamente, como señala
la Escritura “así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía,
sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.
Pero una cosa es el dolor, el sufrimiento que
nosotros mismos nos hemos acarreado al desligarnos desde el principio de la
obediencia al Padre e intentar por
nosotros mismos —y para nosotros mismos— establecer lo que es bueno, lo que es
correcto, y otra muy distinta el esfuerzo necesario para ello.
¿Te has fijado que antes de pecar, cuando
nuestros primeros padres aún estaba en el Paraíso, Dios les encomendó cultivarlo
y cuidarlo?, incluso si nuestros primeros padres no hubiesen pecado el esfuerzo
hubiese sido necesario, ¿y esto por qué?, porque sólo se aprecia, en toda la
extensión de la palabra, aquello que ha costado esfuerzo por conseguir, como
señala la Palabra “irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; más
volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.
¿Eso quiere decir que la salvación nos la
estamos ganando por nuestro esfuerzo?, no, la salvación nos es dada de gracia
por el sacrificio redentor de Jesús, pero nuestro esfuerzo demuestra nuestra
intención de vivir santamente, conforme a la voluntad del Padre, siendo que si
esto es así, llegará el momento en que liberados de esta carnalidad corruptible
podamos servirle en gloria de manera perfecta.
Pero eso no es todo, además de que el esfuerzo
requerido para andar por el Camino evidencia ese deseo de vivir como hijos de
Dios de manera perfecta y santa, las mismas tribulaciones que por lo anterior
experimentamos va logrando que en nosotros se forje el carácter perfecto y
santo de nuestro Padre, como dice la Palabra “nos gloriamos en las
tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia,
prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue
dado”, después de todo logro sin esfuerzo no sabe, no se valora, y lo que es
peor, la mayoría de las veces no dura.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Jeremías 29:11; Isaías 55:11; 55:8-12; Génesis
2:15; Efesios 2:9; Romanos 3:28; 2 Timoteo 1:9; Tito 3:5; Salmos 126:6; Isaías
55:12; Romanos 5:3-5; 8:35-37; 2 Corintios 12:9,10
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