La vida cristiana es de lucha, de esfuerzo, de
superación, esta lucha, este esfuerzo, esta superación, son motivadas por las
promesas que del Padre hemos recibido, pero dado que el cumplimiento pleno de
las mismas está aún en el futuro, cuando el Reino de Dios venga a realización,
uno podría creer que no será hasta entonces que veamos el fruto de todo esto,
pero no: en nuestros días, en este siglo, podemos ir viendo los triunfos que
vamos consiguiendo y que nos habilitan para alcanzar los triunfos finales
definitivos.
Sobre las promesas que del Padre hemos recibido, es
claro que la plenitud de las mismas está aún por realizarse en el siglo
venidero, sobre esto Pablo escribiendo a los de Filipo les dice “prosigo hacia
la meta para [obtener] el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús”, de igual forma escribiendo a los de Roma, les dice que somos hijos de Dios “y si hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que
padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
Con todo y todo, y aun cuando el triunfo final de
los elegidos está aún por consumarse, la Escritura de igual forma señala que en
nuestro actual caminar tenemos victorias que, aunque pequeñas comparadas con la
corona final, son decisivas para alcanzar esta.
En la misma carta de Pablo a los Romanos les
pregunta “¿quién nos separará del amor
de Cristo?, ¿tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o
peligro, o espada?” para inmediatamente responderse “antes, en todas estas
cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”. Ahora bien,
dado que esas cosas se padecen día con día, es más que evidente que el triunfo
no se da al final, sino en cada paso que en el Camino se da y que nos acerca
más a la realización plena de las promesas.
Ahora bien, si bien es cierto que la plenitud de las
promesas está aún por realizarse, es menester entender que el logro de las
mismas despende de los pequeños triunfos que en el presente siglo se
experimenten respecto de las pruebas y tribulaciones que se enfrenten. En la
revelación que Cristo entregó a Juan, Él mismo señala esto al decir “no temas
lo que estás por sufrir. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la
cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel
hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”.
Así que la batalla es día con día, algunas veces se
gana, otras se pierden, pero las mismas deben irnos habilitando para que
vayamos de triunfo en triunfo, “por tanto, nosotros todos, mirando a cara
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
Sobre lo dicho anteriormente, lo importante no es
tropezar, caer, aunque esto a veces nos parezca deprimente, sino levantarnos y
volver a la batalla sabiendo que llegará el momento de ganar esa pequeña
escaramuza para avanzar a la siguiente y así hasta el triunfo final, “más a
Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio
de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento”, después de
todo cada
meta no solo te lleva al éxito sino te acerca cada vez más a la persona que
realmente eres.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Filipenses 3:14; 1 Corintios 9:24; Romanos
8:17; Gálatas 4:7; Romanos 8:35, 37; 2 Corintios 4:8-9; Revelación 2:10; 1
Corintios 9:25; 2 Corintios 2:14; 3:18
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