El ser humano, por naturaleza, está lleno de sueños,
sueños en el entendido de las metas y objetivos que se plantea para su vida, de
aquellas cosas que desea lograr, sea ser más o bien tener más; esta naturaleza
también se ve reflejada en los elegidos más sin embargo las promesas que estos
han recibido por parte del Padre, promesas que motivan a andar por el Camino, y
que si bien implican sacrificios, a diferencia de cualquier otra que uno
pudiera plantearse, son promesas eternas.
Piensa en algo que en alguna ocasión te hayas
planteado, ahora piensa en todo aquello que tuviste que hacer para conseguirlo;
como podrás darte cuenta, mientras mayor es lo que se busca, mayor es lo que
tiene que darse a cambio para conseguirlo. El camino a la eternidad es igual, ya
que como dijo Jesús “todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o
padre, o madre, o hijos o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más, y
heredará la vida eterna”.
Con todo y todo, y a diferencia de lo que uno
pudiera plantearse de manera personal y obtener en el presente siglo, las
promesas del Padre exceden lo que uno pudiera entregar a cambio y, por lo
tanto, compensan de manera infinita cualquier sacrificio que uno pudiera hacer,
como escribió Pablo a los Romanos “considero que los sufrimientos de este
tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser
revelada”, y escribiendo a los de Corinto en su segunda carta les aclara lo
anterior el señalar que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros
un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”.
Pero si bien las promesas del Padre recibidas
exceden infinitamente cualquier sacrificio que en el presente siglo pudiera
hacerse para conseguirlas, dicho sacrificio sigue presente, y dado que éste es más
real para los elegidos que las promesas, al estar estas últimas aún para
realizarse en el futuro, debe tenerse cuidado de no poner la vista en lo que se
padece sino más bien en aquello que se procura, como señala Pablo en su primer
carta a los de Corinto “todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la
verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”.
Pero entonces, ¿cómo hay que tomar las adversidades
que los elegidos padecen?, sabiendo, como Pablo escribió a los de Roma, que “para
los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que
son llamados conforme a su propósito”; entendiendo que firmes debemos
permanecer para que nadie nos arrebate la corona que tenemos prometida ya que
no sólo son los llamados y elegidos los que heredaran el reino sino aquellos
que, además, sean hallados fieles; y comprendiendo, como se comentó
anteriormente, que lo prometido por el Padre es superior, mucho muy superior, a
cualquier adversidad, a cualquier tribulación que podamos padecer, como dice
Jesús por medio de Juan “al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi
trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono”.
“Nosotros [-escribió Pablo-] siempre tenemos que dar
gracias a Dios por vosotros, hermanos amados por el Señor, porque Dios os ha
escogido desde el principio para salvación mediante la santificación por el
Espíritu y la fe en la verdad”, más sin embargo, como aclaró Pedro, hay que
estar conscientes de que “después de que hayáis sufrido un poco de tiempo, el
Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo, El mismo os
perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá”, después de todo, todo gran sueño implica grandes sacrificios, pero
estos se compensan con creces con la conquista de la meta.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Mateo 19:29; Marcos 10:29; Romanos 8:18; Colosenses
3:4; 2 Corintios 4:17; 2 Timoteo 2:10; 1 Corintios 9:25; Santiago 1:12; Romanos
8:28; 2 Corintios 5:1; Revelación 3:11; 17:14; 3:21; 2 Tesalonicenses 2:13; 1
Pedro 5:10; 1:6,7
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