La vida cristiana no es una vida desligada de la
vida física y temporal actual sino que inmersa en esta está la simiente de lo
que estamos llamados a ser y sobre lo que trabajamos. Sobre lo primero podemos
ver cómo es que la Escritura da muchos consejos que alaban al diligente y
sancionan al desidioso.
“Los proyectos del diligente ciertamente son
ventaja, mas todo el que se apresura, ciertamente [llega] a la pobreza”, “la
pereza hace caer en profundo sueño, y el alma ociosa sufrirá hambre”, “el alma
del perezoso desea, pero nada [consigue,] más el alma de los diligentes queda
satisfecha”, sólo por mencionar algunos.
Sobre lo segundo, la simiente de lo que estamos
llamados a ser y sobre lo que trabajamos, los mismos consejos son dados, más
sin embargo giran en un ámbito más bien espiritual. Sobre esto, Pablo recriminando sobre algunas personas
en la iglesia las señala como que “además, aprenden [a estar] ociosas, yendo de
casa en casa; y no sólo ociosas, sino también charlatanas y entremetidas,
hablando de cosas que no [son] dignas”.
Independientemente de lo anterior, nuestra mirada no
está puesta en las cosas que se ven sino en las que no se ven, “pues las cosas
que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”, es por ello que
si bien la diligencia material es alabada, ésta no debe sobreponerse a la
diligencia espiritual, después de todo “el mundo pasa, y sus deseos; pero el
que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
Es así como para el cristiano existe una diligencia
material y una diligencia espiritual siendo esta última más importante, de
igual forma, y curiosamente, esta diligencia espiritual es comparada en la
Escritura con el proceso aquel por el cual se refina el oro, proceso que de
igual forma implica pruebas.
Sobre esto, David escribe señalando “tú nos has
probado, oh Dios; nos has refinado como se refina la plata. Nos metiste en la
red; carga pesada pusiste sobre nuestros lomos. Hiciste cabalgar hombres sobre
nuestras cabezas; pasamos por el fuego y por el agua, pero tú nos sacaste a [un
lugar de] abundancia”. De igual forma Pedro en su primer carta exhorta a sus
oyentes “para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece,
aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor
en la revelación de Jesucristo”.
Es así como la obtención de ese oro refinado, espiritualmente
hablando, se vuelve perentoria para el cristiano que sabe que sin santidad nadie
vera a Dios, como exhorta nuestro Señor por medio de Juan en Revelación: “te
aconsejo que de mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y
vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu
desnudez, y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver”.
Mucho afán puede haber en la vida, más como en el
caso de Martha y María, donde la primera se afanaba de las cosas de la casa
mientras la segunda escuchaba al Señor a Sus pies, debemos elegir la buena
parte ya que, como dice la Escritura “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo
entero, si pierde la vida?”, sabiendo que el Señor está a la puerta el cual
pagará a cada uno con arreglo de sus obras, después de todo cuando el oro se
acaba, el único resplandor que queda es el del brillo que hayas logrado sacarle
a tu alma.
Roberto
Celaya Figueroa, Sc.D.
Formación
• I+D+i • Consultoría
Desarrollo
Empresarial - Gestión Universitaria - Liderazgo Emprendedor
Referencias:
Proverbios 10:4; 13:4; 19:15; 1
Timoteo 5:13; 2 Corintios 4:18; 1 Juan 2:17; 1 Pedro 1:7; Salmos 66:10-12; Hebreos
12:14; Revelación 3:18; Lucas 10:42; Mateo 16:26; Romanos 2:6
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